La confianza es un don que doy y un don que recibo. Es muy difícil confiar en las personas. Saber que me pueden fallar y abrir mi alma, entregar el corazón.
Tengo que aprender a regalar confianza fijándome en lo bueno que hay en cada uno.
Pero cuando me fijo sólo en lo negativo no confío en lo que veo. Y aquel al que digo amar no se siente amado.
En cambio, cuando confío en la belleza escondida en quien tengo ante mí todo cambia. Y a partir de ese momento comienza una relación nueva.
He descubierto su don, su belleza, su tesoro. Y al mostrárselo se crea una relación nueva de confianza.
Es el camino del educador. Del que ama y desea el bien de la persona amada. Tengo que aprender a creer siempre en lo bueno que hay en cada persona. Incluso cuando he tocado su pecado y he visto su pobreza.
Ese amor incondicional es el que regala una confianza que es la piedra firme de mi vida.
Cuando me miran y descubren en mi interior un don escondido, cambia todo en mi alma. Me siento amado desde lo que soy, no desde lo que debería ser.
Hace falta una mirada aguda para ver el tesoro escondido. Tengo que buscarlo y encontrarlo en mi interior y en el de aquellos que se me confían.
La confianza es frágil. Su piel muy fina. Si me descuido puedo dañarla y ya no habrá un camino de vuelta.
No es tan fácil recuperar la inocencia perdida del que confiando se ha visto traicionado.
Por eso, ¡qué importante guardar como un tesoro todo lo que me cuentan! Lo guardo como un tesoro inmenso que me confían.
Me arrodillo ante la vida de aquel que se detiene ante mis ojos. Aguardo paciente y en silencio.
Me admiro ante esa vida que es siempre un misterio. Y ante todo lo que hay en él guardo un respeto inmenso.
Necesito tener una y otra vez paciencia porque los procesos que se darán en su corazón son lentos.
Es así: no puedo empujar las aguas del río, ni forzar al capullo para que estalle y me deje ver la flor.
El crecimiento siempre es lento y desde dentro, desde lo más profundo, hacia el exterior.
Así que no tengo que claudicar. Al contrario: empiezo siempre de nuevo porque la confianza se renueva cada mañana.
Tengo que creer en la bondad escondida en cada persona aunque sienta que no responde a mis expectativas. El padre José Kentenich dice:
Una actitud de confianza en quien amo es capaz de despertar y desarrollar en el amado energías positivas.
Porque cuando creen en mí se despierta la fe y la confianza. Creo que puedo llegar más lejos porque alguien me ha mirado con amor, con misericordia. Sin exigirme dar lo que no tengo.
No es tan sencillo vivir de esa manera. Confiando siempre en todo lo que Dios ha puesto en el corazón de los demás. Confiar en mí mismo, en los demás, en los que amo.
Confiar me da seguridad, me da libertad interior.
No es tan sencillo confiar siempre cuando las cosas no salen como yo espero, cuando los fracasos y las decepciones forman parte de mi vida limitada.
Sin embargo, cuando creen en mí brota en mi alma una fuerza interior antes desconocida. Leía el otro día:
Cuando creen en mí es porque alguien me ve. Existo. Soy visible. No he desaparecido del mundo.
Tengo un valor inmenso oculto en el alma. Y esa mirada creyente sobre mi vida saca la mejor versión de mí y me lleva al mismo tiempo a creer y confiar en los demás y en la vida.
Esa confianza recibida me lleva a Dios. Porque los hombres que Dios pone en el camino son los lazos humanos que lanza Dios en mi vida para que me salven y me ayuden a confiar en su poder.
Es muy difícil llegar a creer en ese Dios al que no veo si no confío en las personas que Él pone en mi camino. Son puentes al cielo.
Pero cuando confían en mí, cuando me valoran, todo cambia. Doy mi mejor versión y soy más feliz.
Cuando noto desconfianza. O veo que los demás no creen en mis dones, en mis habilidades, en mi verdad. Entonces todo cambia y me cierro. Me niego a dejarme herir de nuevo.
La desconfianza que siento de muchas formas posibles me hace daño. Puede ser indiferencia, puede ser olvido.
Pueden ser omisiones que me duelen porque esperaba algo más. O pueden ser palabras hirientes, burlas que muestran en público mi debilidad.
Siento que desconfían y construyo un muro a mi alrededor para que nadie entre en él. Para que nadie más me haga daño.
Necesito confiar y sentir que confían en mí. Es un camino de ida y vuelta. Desde dentro al corazón del otro. Desde su corazón al mío.
Y desde esa confianza humana brota la confianza en un Dios cercano que nunca me deja solo.