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5 sencillos tips para relacionarnos mejor con los demás

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Miguel Pastorino - publicado el 27/04/17
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Cuando logramos decir al otro cómo nos hemos sentido sin culparle, sin juzgarle, sino compartiendo cómo me siento y perdonando, la consecuencia será una gran liberación interior y una sanación del vínculoLa vida humana es comunicación y siempre estamos comunicando, en cada detalle de nuestro ser. Todo nuestro cuerpo comunica, nuestro modo de caminar, de estar de pie o sentado, de cómo miramos, de cómo respiramos y nos movemos. Todo nuestro ser habla de nosotros a los demás.

La mayor parte de lo que se percibe en cualquier relación humana no es lo que se dice con palabras, sino lo que expresamos visualmente. La comunicación puede ser buena o mala, satisfactoria o frustrante por no haber llegado al otro o no haberle comprendido.

Pero no son pocos los que experimentan grandes dificultades para establecer relaciones profundas y duraderas, por más que estudien cómo comunicarse mejor. Porque no es tanto un tema de “técnicas”, sino de actitud interior, de disposición para amar.

¿Cómo aprender a relacionarnos mejor con los demás? ¿Qué actitudes tengo que tener en cuenta para crecer en un amor auténtico con mis amigos o familiares?

Aunque existen muchas técnicas psicológicas que ayudan a mejorar nuestra comunicación con los demás, hay algunas cosas a tener en cuenta en nuestro modo de pensar y actuar que ayudan u obstaculizan nuestra relación con los demás. Los invito a repasar algunas que de las más fundamentales.

1.Ser uno mismo.

Lo más recomendable para comunicarme sanamente con los demás es ser quien soy. Porque si somos dominados por el deseo de aprobación ajena, el miedo a las críticas y gastamos demasiada energía en construir un personaje, viviremos nuestros vínculos de modo tenso y desgastante, pendientes siempre de nuestra imagen.

No aceptarnos y mirar siempre los aspectos negativos de nuestra vida nos llena de inseguridad y frustración. Aceptarnos nos ayuda a vivir con esa cuota fundamental de autenticidad y transparencia que manifiesta la riqueza de nuestra originalidad como personas únicas e irrepetibles que somos.

Esto implica también el sano realismo de aceptar que no todo de mí agradará a los demás, pero he de vivir en la verdad de lo que soy y no construyendo algo irreal.

El solo hecho de poder expresarse con libertad ante los demás, sin fingimientos, nos posibilita crecer junto a los otros sin miedo.

Las relaciones íntimas de amistad o de noviazgo que se construyen sobre la ocultación y el disimulo frecuente, no prosperan. Solo vivir en la verdad nos hace libres.

2. Gratuidad: las personas no son cosas.

Las relaciones posesivas que hacen del otro o de uno mismo un objeto de propiedad, o una cosa útil, destruyen cualquier posibilidad de relación auténtica. El otro no existe para satisfacer mis necesidades.

Vivimos en una cultura con una mentalidad consumista que hace de los otros “bienes de consumo”, y los tratamos como simples instrumentos, medios, para alcanzar nuestros fines, nuestras metas. Pero el ser humano no es un medio, un simple instrumento, sino un fin en sí mismo, vale por quien es, no porque sea útil. No somos cosas, sino personas. El otro no está allí para llenar mis vacíos, sino para ser él mismo.

Las relaciones se tornan superficiales y pasajeras cuando no hay profundidad en los vínculos, y la amistad se logra no tratando al otro como una cosa que puedo usar y descartar si me da problemas. El amor auténtico es gratuito, no es a cambio de algo.

Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, escribió: El amigo quiere que su amigo exista y viva, por causa del amigo mismo, y no por otros motivos ajenos. Este amor de amistad hace que cada uno perciba a su amigo como “otro yo”.

3. No etiquetar ni clasificar a los demás.

Cada persona es única e irrepetible, y siempre es novedad para los demás. Los demás no son como yo, ni deben serlo. Los otros no tienen que pensar como yo para que los pueda aceptar.

Solemos clasificar a los demás, incluso hacerles pseudoanálisis psicológicos a todos, creyendo que conocemos sus verdaderas intenciones. Lo que nos abre a conocer realmente a los demás es ser conscientes de nuestros prejuicios y de las etiquetas que solemos colocar a los otros.

Si somos conscientes y tratamos de dejar de lado los prejuicios, podemos abrirnos al misterio inagotable que es cada ser humano, que siempre nos puede sorprender y romper nuestros esquemas previos.

Muchas veces nos sentimos cómodos hablando con personas que tienen la misma forma de pensar que nosotros, pero puede ser una forma de estancarnos en la comunicación con los demás, encerrándonos en un monólogo con nosotros mismos.

En cambio, si tratamos de dialogar con quien piensa distinto nos interpelará, nos ayudará a pensar con más profundidad, a replantearnos nuestras  ideas y a mirar las cosas con una perspectiva más amplia.

4. Establecer una comunicación más profunda.

Ser capaces de confiar en los otros, abriendo el corazón, sin miedo a ser juzgados, nos permite dialogar a un nivel de mayor profundidad.

Cuando no podemos compartir lo que sentimos con las personas más cercanas y preferimos no contarles algunas cosas que son importantes para nosotros, terminamos haciendo superficiales las relaciones que llamamos “más íntimas”.

De hecho las mejores relaciones de pareja son aquellas que están cimentadas por una profunda amistad, por un compartir desde lo más profundo y con total transparencia, sin miedo a lo que el otro pensará.

Incluso cuando hay una traba en la comunicación es porque hay algo que no se ha hablado, o algo que no se han perdonado. Tal vez nos hemos sentido heridos y no lo hemos dicho nunca y eso estará siempre allí perturbando nuestro interior.

Pero cuando logramos decir al otro cómo nos hemos sentido sin culparle, sin juzgarle, sino compartiendo cómo me siento y perdonando, la consecuencia será una gran liberación interior y una sanación del vínculo.

Una actitud que da profundidad es pedir ayuda, reconocer nuestra debilidad y atrevernos a dejarnos querer, a dejarnos ayudar, venciendo nuestra autosuficiencia superficial. Muchas relaciones crecen en profundidad cuando ambos son capaces de apoyarse realmente en el otro, desarrollando una mutua confianza.

5. Ser agradecidos.

La gente más feliz es la que es agradecida, son los que reconocen el amor y se alegran día a día. Pero cuando el orgullo nos gana y creemos que los demás tienen la obligación de actuar de determinada forma con nosotros, vivimos pendientes de lo que no hacen o de lo que hacen mal, o de lo que no nos dan, y así nos volvemos más quejosos y amargados.

Las personas agradecidas son seres agradables con los que a todo el mundo les gusta estar, porque irradian alegría. Quien es agradecido celebra el vínculo y no se detiene a sospechar del otro o a pensar que tiene que devolver lo recibido, simplemente se alegra con un corazón limpio.

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