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Cómo curar nuestros juicios rápidos sobre otra persona

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Philip Kosloski - publicado el 21/02/25
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A veces es demasiado fácil juzgar con rapidez, ver lo que alguien ha hecho y pensar inmediatamente que es una persona terrible y nuestro enemigo

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¿Con qué frecuencia ves a alguien, ya sea en persona o en línea, e inmediatamente sacas juicios o conclusiones precipitadas sobre esa persona?

Esta tentación está especialmente presente en las redes sociales, donde vemos un titular de noticias, o vemos una foto en Instagram e inmediatamente caracterizamos a una persona o grupo de personas.

A menudo esto incluye marcar a alguien como nuestro enemigo, basándonos en algo que hizo o en lo que compartió en las redes sociales.

También corremos el riesgo de hacer juicios rápidos cada vez que vamos a Misa.

Veremos a alguien y lo que lleva puesto, e instantáneamente asumiremos algo malo de él. O puede que nos moleste que los hijos de alguien sean inquietos en Misa e inmediatamente los condenaremos como malos padres.

Emitir juicios precipitados nunca es bueno y es un vicio que tenemos que corregir.

La cura

Además de la confesión frecuente, san Francisco de Sales ofrece una cura en su Introducción a la vida devota. Explica que el amor es la cura para los juicios rápidos:

"¿Qué remedio podemos aplicar?…Bebe libremente del vino sagrado del amor, y te curará de los malos temperamentos que te llevan a estos juicios perversos. Lejos de buscar lo que es malo, el Amor teme encontrarse con ello, y cuando tal encuentro es inevitable, cierra los ojos al primer síntoma, y entonces, en su santa sencillez, se pregunta si no será una sombra fantástica la que se cruza en su camino, en lugar del pecado mismo".

Llega a comparar los juicios precipitados con una "ictericia" espiritual:

Ciertamente, el pecado de los juicios temerarios es una ictericia espiritual, que hace que todo parezca mal a los que la padecen; y el que quiera curarse de esta enfermedad no debe contentarse con aplicar remedios a sus ojos o a su intelecto, sino que debe atacarla a través de los afectos, que son como los pies del alma. Si sus afectos son cálidos y tiernos, su juicio no será duro; si son amorosos, su juicio será el mismo.

Nunca juzgues a tu prójimo

San Francisco de Sales llega incluso a decir: "¿Nunca, pues, hemos de juzgar a nuestro prójimo? preguntarás. Nunca, hija mía. Es Dios quien juzga a los criminales llevados ante un tribunal".

Dios no nos ha nombrado jueces, dispuestos a pronunciar nuestra propia opinión sobre las acciones de las personas.

Solo Dios conoce los secretos de nuestros corazones y este conocimiento debería despertar en nosotros la compasión y el amor hacia otras personas.

¿No queremos que los demás tengan una opinión similar de nosotros? ¿No queremos que los demás nos traten con indulgencia, sin juzgar nuestras acciones?

Nuestro trabajo en la tierra no es dictar sentencias, sino solo tener compasión de nuestros enemigos y rezar por ellos. Ciertamente pueden haber hecho algo malo, y a veces podemos hablar en contra; pero nunca debemos condenarlos. Dios es quien juzga y sentencia. Nosotros no somos Dios.

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