La Iglesia nació en Pentecostés. La lengua de los ahí presentes era el arameo y hebreo, pero con la efusión del Espíritu Santo, todos las lenguas pasaron a ser expresión viva de la Iglesia. En efecto, Dios habla a todas las personas, de todos los tiempos, en todas las culturas y, por tanto, en todos los idiomas. La narración de Pentecostés, en el libro de los Hechos de los Apóstoles (cap. 2), da cuenta de la diversidad de lenguas y, no obstante ello, la absoluta comprensión en todos los presentes acerca de las maravillas de Dios, pues cada quien los escuchaba en su lengua nativa.
Gracias al primer Concilio, celebrado en Jerusalén, en idioma arameo, poco después de Pentecostés (hacia el 51 d.C.), la primera expansión de la Iglesia, allende la cultura y fronteras judías, avanzó por el mundo entonces conocido, empezando por el del Imperio Romano, aunque antes de que este naciera (27 a.C.) la cultura griega ya dominaba en toda la región, al punto que el Imperio Romano declaró el latín (llamado así por haber nacido en la región de Latium, actual Lacio, en el centro de Italia) como idioma oficial, y reconoció el griego como segunda lengua, también de uso oficial, en el Imperio.
Por lo que respecta al cristianismo, la Iglesia celebró sus primeros siete concilios ecuménicos (universales), en oriente, en las ciudades de Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia. Estos concilios se celebraron en el idioma griego.
Al inicio, el Imperio no toleraba el cristianismo, razón por la que los primeros cristianos fueron perseguidos y, muchos de ellos, empezando por los Apóstoles, llevados al martirio. El caso de Pablo fue diferente. Cuando fue juzgado, él, como ciudadano romano (natural de Tarso), apeló al César. Después de su cautiverio en oriente, fue embarcado a Roma, por el Mediterráneo. A su llegada permaneció preso, dando así lugar a las cartas paulinas -escritas en griego- que son un tesoro del cristianismo.
No fue sino hasta el siglo IV cuando el emperador Constantino I, el grande, convertido al cristianismo a instancias de su madre Helena, definió la libertad de credo en todo el Imperio, confirmando tal decisión con el edicto de Milán (313 d.C.). A partir de ese momento, Roma dejó de perseguir a los cristianos. Más tarde, en el 380 d.C., el emperador Teodosio I declaró al cristianismo como la religión oficial del Imperio.
Del griego al latín
Por ese entonces, el Papa Dámaso I encomendó a san Jerónimo de Estridón la traducción de la Biblia al latín, conocida como la Vulgata latina (trabajo realizado a partir del 382 d.C.). Todo el Antiguo Testamento estaba en hebreo; y el Nuevo, en griego. Más tarde, el mismo Papa Dámaso I definió el actual canon de la Biblia, incluyendo los textos deuterocanónicos (griegos en el Antiguo; hebreos y arameos en el Nuevo). Otra de las grandes obras del Papa Dámaso I fue la traducción del rito eucarístico del griego al latín, así como la inclusión de nuevas oraciones en tal ritual latino.
Fue así que, con la Biblia, el misal y los documentos eclesiales en latín, aunado al apoyo del Imperio Romano, la Iglesia latina se extendió rápidamente por occidente en todas las provincias romanas.
Muy pronto, en el 476 d.C., cayó el Imperio de occidente. No obstante ello, la Iglesia continuó su misión evangelizadora, enfrentando serias dificultades ya que, de un momento a otro, perdió sus privilegios y bonanza política y económica. Su centro operativo, desde entonces al presente, fue Roma. El Palacio del Emperador pasó a ser la sede episcopal: San Juan de Letrán, donde en el año 1123 se celebró el primer Concilio de la Iglesia latina, en su lengua propia, el latín.
Y mientras el Imperio de occidente caía, el de oriente florecía. Y con él, también el cristianismo. La liturgia de oriente estaba consolidada aunque sus ritos eran -y siguen siendo- múltiples. No había una sola forma de celebrar el misterio cristiano.
Aunque con el paso del tiempo fueron desapareciendo algunos ritos, al presente se celebra la Santa Misa de diversas maneras; es decir, con diferentes ritos e idiomas. Está, por ejemplo, el antioqueno (con sus variantes y particularidades maronita, siriaco, bizantino y armenio); el alejandrino (con su variante copto), así como otros ritos como el ucraniano y otros ritos griegos.
El Gran Cisma y el descubrimiento de América
La crisis de la Iglesia en oriente surgió con el Gran Cisma del 1054 d.C. donde se formalizó la separación de la Iglesia Ortodoxa. La presencia Católica quedó reducida a pequeñas comunidades aisladas entre ellas. El predominio ortodoxo es vigente hasta el presente. Esta herida a la comunión es la más grave que ha sufrido la Iglesia, incluso por encima de la Reforma Protestante (Lutero, Calvino) y el surgimiento de la Iglesia Anglicana (Rey Enrique VIII), ambas del siglo XVI.
Para el año 1453 d.C. cayó el Imperio Romano de oriente. Las fuerzas turcas se apoderaron de la capital, Constantinopla, y de ahí extendieron el Islam a toda la región. Muchos incrédulos pensaron que este nuevo golpe al cristianismo era su final. La Providencia hizo resurgir la fe por lugares por entonces insospechados.
Resulta que, con la caída del Imperio de oriente, el flujo comercial de occidente hacia Asia fue quedando suspendido progresivamente, a medida que los turcos avanzaban en su conquista. Fue así que la Corona Española decidió explorar otras rutas, en este caso marítimas -por el Atlántico- para llegar a las Indias. Y en un fallido y providencial intento, Cristobal Colón se encontró con el Nuevo Mundo, las Américas, el cual no solo potenció el poderío comercial de la Corona Española, sino que amplió su territorio.
Los reyes católicos, Fernando II e Isabel I, enviaron a estas tierras, en varias expediciones, a santos y sabios evangelizadores: empezando por los franciscanos, y siguiendo con dominicos, agustinos, jesuitas, carmelitas, mercedarios, entre otros. Fueron ellos los que sembraron con gran amor la semilla del cristianismo en estas tierras, la cual floreció con numerosas conversiones a partir del acontecimiento guadalupano de 1531. Por cierto, la Virgen de Guadalupe habló a Cuautlatoatzin, bautizado como Juan Diego, en su lengua natural, el nahuatl.
San Pío V y el único rito para la Iglesia latina
Y mientras tanto, durante toda esta historia contada a gigantescas pinceladas, la fe católica se venía expresando en la liturgia eucarística con muy diversos ritos. Tan solo en occidente se celebraba en los ritos romano-gregoriano (en varias versiones), mozárabe, ambrosiano, carmelita, dominicano, cartujo y bacarense.
En 1570, el Papa san Pío V, publicó la bula Quo primum tempore, con la cual suprimió la diversidad de ritos en occidente menores a doscientos años, estableciendo un único rito para toda la iglesia latina. A esta misa se le llamó tridentina, en alusión a que el Concilio de Trento fue el que ordenó el suprimir ritos no históricos y unificarlos en un rito oficial -más no único- en latín, tomando como punto de partida el existente rito romano-gregoriano.
La bula se promulgó a perpetuidad; sin embargo, la palabra ofrece un significado eclesial de estable, no pasajero, e inamovible en su esencia. Es así que muy pronto pasó por diferentes revisiones, mejoras y correcciones, todo ello en santa paz, vista la primacía de ofrecer a Dios un culto digno de alabanza y gloria de su santo nombre, así como la santificación del pueblo de Dios.
Los Pontífices que obraron tales cambios fueron Clemente VIII (lo hizo en 1604), Urbano VIII (en 1634), León XIII (en 1884), san Pio X (en 1903), Pio XII (en 1951 y 1955) y san Juan XXIII (en 1962). Esta última edición permaneció vigente hasta 1969, cuando san Pablo VI, Papa, promulgó la Constitución Apostólica Missale Romanum, con la cual dio cumplimiento a la reforma litúrgica ordenada por el Concilio Ecuménico Vaticano II, en la Constitución Apostólica Sacrosanctum Concilium (1963).
Así fue como se promulgó la reforma del Misal Romano presente, el cual contempla el uso de lenguas vernáculas (propias del lugar, región o país). Cabe señalar que este nuevo ritual no modificó en esencia los signos sensibles y eficaces mediante los cuales se actualiza el misterio eucarístico en cada Santa Misa.
Conclusiones:
1 | El uso del latín en la liturgia eucarística no es de siempre. Surgió en el siglo IV en paralelo a otros ritos y lenguas (sin sustituirlos).
2 | La misa tridentina no es de siempre. Apareció en 1570, a partir de la supresión de ritos no históricos, tomando como base el rito romano-gregoriano, el cual convivió en santa paz con otros ritos históricos.
3 | En efecto, “la iglesia no puede declarar inválido un rito que antes fue válido”. Lo que sí puede hacer el Papa es reformar o, incluso, suprimir el uso de uno u otro rito, según convenga a una mejor alabanza y adoración a Dios, así como para la edificación y santificación del pueblo de Dios.
4 | El rito -cualquiera que sea- no es tema dogmático y, por tanto, inamovible. Los ritos son susceptibles de modificación o supresión, según convenga en el momento histórico de la Iglesia. Si no fuera así, hoy estaríamos celebrando la misa, invariablemente, en arameo.
Aclaración