Sus padres, Pedro Martillo y Josefa Morán transmitieron a sus nueve hijos su fe en Dios y compartieron con ellos años de felicidad familiar. Felicidad que se vio truncada en 1838 con la muerte de Josefa, cuando Narcisa era apenas una niña. Junto a sus hermanos y hermanas mayores, Narcisa se hizo cargo del cuidado de los más pequeños de la familia mientras continuaba estudiando gracias a una maestra y una de sus hermanas mayores.
Así aprendió no solo los rudimentos domésticos que se esperaba conociera una niña de su tiempo, como coser o cocinar; también aprendió a leer y escribir, aunque las lecciones que más le gustaban era las de música en las que pronto destacó tocando la guitarra. Ya entonces, Narcisa necesitaba retirarse del mundo para rezar, ya fuera bajo un árbol cerca de casa o en un pequeño oratorio doméstico que erigió en su propia habitación.
Su camino espiritual
Cuando tenía quince años empezó a trabajar como costurera mientras aprovechaba los ratos de descanso para leer textos, entre los que se encontraba la vida de Santa Mariana de Jesús. Pronto vio la necesidad de seguir el mismo camino espiritual que la santa quiteña.
En la conocida como Casa de las Recogidas, trabajaba sin descanso para ayudar a las jóvenes que acudían en busca de apoyo material y espiritual. En la Catedral de Guayaquil empezó a enseñar el catecismo. A ella se acercaban jóvenes que escuchaban con atención sus palabras y se empapaban de la belleza de sus mensajes, que transmitía también a través de bellos cantos.
Estados místicos de éxtasis
En 1868, Narcisa de Jesús se trasladó a vivir a Lima, donde ingresó como laica en el Convento Dominico del Patrocinio, conocido como la Casa de las Hermanas de la Orden Laical de Santo Domingo. Como una religiosa más, se unió a las labores del convento. En aquel entonces, la oración de Narcisa era cada vez más intensa y su compromiso con Cristo iba creciendo. Hizo votos privados de virginidad perpetua, pobreza y obediencia. Además de ayunar a pan y agua, comulgaba diariamente y se mortificaba el cuerpo flajelándose y llevando una corona de espinas. Narcisa llegó a experimentar estados místicos de éxtasis.
Su continuo trabajo y la mortificación de su cuerpo pronto hicieron mella en su salud. El 8 de diciembre de 1869, día de la Inmaculada Concepción, Narcisa de Jesús fallecía a los treinta y siete años de edad.
Cuando las hermanas descubrieron que había muerto, vieron en su cuarto un resplandor y una fragancia especial. Su cuerpo sin vida fue enterrado en Lima, donde permaneció hasta 1955. Cuando entonces fue exhumado para trasladarlo a Guayaquil, descubrieron que sus restos mortales permanecían incorruptos.
Narcisa de Jesús fue beatificada por el Papa San Juan Pablo II el 25 de octubre de 1992, destacando en ella “un modelo de virtud, especialmente para tantas mujeres de América latina que, como ella, tienen que emigrar del campo a la ciudad en busca de trabajo y sustento”. Años después, el 12 de octubre de 2008, el Papa Benedicto XVI la canonizaba.
En la actualidad, Narcisa de Jesús descansa en un santuario de su Nobol natal, erigido en 1998 y donde cada año se acercan miles de peregrinos de devotos de la santa.