Nacida el 8 de septiembre de 1916 cerca de Roma, la pequeña Luigia Sinapi mostró signos de visiones místicas desde una edad temprana, afirmando jugar con el Niño Jesús y ser rescatada por ángeles cuando se encontraba en peligro. Su madre, preocupada por el creciente número de sucesos extraordinarios que ocurrían en torno a su hija, la llevó a conocer al Padre Pío en la década de 1920.
El monje capuchino puso su mano estigmatizada sobre la cabeza de la niña y afirmó que "Dios se manifiesta en ella con su voluntad". Toda su infancia y adolescencia estuvieron marcadas por una profunda piedad, alimentada por su diálogo con María.
Poco después de la muerte de sus padres, a principios de los años treinta, intentó ingresar en una comunidad de las Hijas de san Pablo, pero tuvo que renunciar a la vida consagrada a causa de su estado de salud. Aquejada de un grave tumor que le provocaba intensos dolores en la pelvis, permaneció dos años postrada en cama y recibió la Extremaunción el 15 de agosto de 1935, día de la Asunción, cuando su muerte a los 18 años parecía inminente.
La joven experimentó entonces una curación inexplicable y recibió una visión de Jesús, que le dio este mensaje tranquilizador, que ella anotó en sus cuadernos:
"Experimentarás lo extraordinario en lo ordinario. Dejaré a mi Madre contigo: ella te guiará y te consolará. No tengas miedo".
"Dones sobrenaturales" reconocidos por el Vaticano
La nota biográfica facilitada por el Dicasterio para las Causas de los Santos subraya su relación sobrenatural con el Cielo: "Su vida estuvo acompañada de numerosos dones sobrenaturales, como la precognición de acontecimientos y situaciones, la bilocación, el discernimiento del espíritu y, sobre todo, la unión mística con el Señor Jesús, vivida en un clima de modestia, humildad y servicio", afirma el Vaticano.
Mientras trabajaba en el Instituto Nacional de Estadística de 1936 a 1940, lo que le permitió encontrar un alojamiento adecuado en Roma, Luigina pudo ayudar mediante la bilocación a sacerdotes y obispos perseguidos en Europa del Este y Rusia. Durante la guerra, fundó una asociación benéfica para ayudar a niños y ancianos. A lo largo de toda su vida, estuvo disponible para ayudar espiritual y materialmente a muchas personas, inspirando confianza a gente de todo tipo.
Consejera de Pío XII para la proclamación del dogma de la Asunción
Luigia mantuvo una relación íntima con Pío XII, que la consideraba enviada de Dios, ya que la había conocido cuando era Secretario de Estado de la Santa Sede y ella le había predicho su elección a la Sede de Pedro. Fue una de las pocas mujeres que tuvo línea directa con el Papa, que la telefoneaba a menudo. Al acercarse el Año Santo de 1950, Pío XII la consultó sobre la conveniencia de proclamar la definición dogmática de la Asunción de María.
Al mismo tiempo que aceptaba sus dones sobrenaturales, Luigina se enfrentaba a muchas humillaciones en su vida cotidiana.
Mientras trabajaba como cajera en una tienda, perdió su empleo tras ser acusada falsamente de robar dinero. Encontró trabajo en Correos y fue secretaria del director del Instituto Italiano de Geofísica, el profesor Enrico Medi, de 1956 a 1970. Este físico, muy conocido en Italia, fue pionero de las retransmisiones científicas por televisión y, en particular, comentó en directo los primeros pasos del hombre en la Luna en 1969.
También era un ferviente católico y diputado demócrata-cristiano. El patrón y protector de Luigia Sinapi también es objeto de un proceso de beatificación, y sus "virtudes heroicas" fueron reconocidas en 2024.
Los últimos años de su vida estuvieron marcados por grandes sufrimientos físicos, sobre todo los viernes. "No hay gracia más grande que estar asociada a la Pasión de Jesús", escribe en su diario.
El 17 de abril de 1978, Luigia murió a los 61 años, de forma discreta, pero ya rodeada de un aura de santidad para quienes la habían conocido. "Además de las manifestaciones sobrenaturales que jalonaron su vida, supo llevar esta carga de excepción involuntaria con extrema naturalidad (…), demostrando, en la práctica de las virtudes y la capacidad de sacrificio, total obediencia a la Iglesia y a sus representantes", afirma el Vaticano.