Don Quintino Sicuro tiene un nombre pegadizo que suena a alegre personaje de cómic infantil, y de hecho su aventurero y caprichoso viaje, todo líneas curvas, podría inspirar algunos libros encantadores. Nacido el 29 de mayo de 1920 en el seno de una familia campesina muy piadosa de Apulia, región del sur de Italia, el pequeño Quintino manifestó su deseo de entrar en la vida religiosa en la escuela primaria, pero no superó el examen de ingreso. Se dirigió al instituto técnico-industrial de Gallipoli… que abandonó antes de completar su formación, optando por alistarse en la Guardia di Finanza, el equivalente italiano de la policía de fronteras.
Tras combatir en el frente balcánico al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el joven Quintino se unió a la resistencia antifascista. Fue capturado y encarcelado, pero logró escapar de una forma extraña: disfrazado de sacerdote, se dirigió en bicicleta al sur de Italia, ahora bajo control aliado.
En la inmediata posguerra, el subbrigadier de la Guardia di Finanza vuelve al servicio. El encantador joven vive muchas aventuras románticas, antes de comprometerse con Silvia, una joven maestra con la que planea casarse. Pero la pasión espiritual de su infancia regresa. En 1947, ingresa en los frailes franciscanos de Ascoli-Pisceno. Su vocación se ve frustrada una vez más: su experiencia comunitaria dura solo dos años.
En 1949, decide vivir la soledad y la abnegación radical en un eremitorio de Montegallo, en la provincia de Las Marcas, y cuatro años más tarde se traslada a otro eremitorio, aún más aislado, en el monte Fumaiolo. Allí encontró por fin su verdadera vocación.
Este monje atípico, que dormía sobre piedras y se alimentaba de hierbas, reconstruyó con sus propias manos esta ermita en ruinas y recibió visitas que apreciaban sus consejos espirituales.
Recibió el apoyo del obispo de Sarsina, que lo ordenó sacerdote en 1959, permitiéndole por fin, a sus casi 40 años, obtener la formación teológica y el marco canónico que nunca había logrado encontrar en el curso de su atormentada búsqueda espiritual. En acción de gracias, don Quintino Sicuro peregrinó a pie a Lourdes.
Sabios consejos de un hombre inclasificable
El ermitaño, ahora sacerdote, nunca tuvo responsabilidades parroquiales, pero su vocación original fue reconocida y apoyada por su diócesis. En los años sesenta, muchos párrocos de la región le enviaban jóvenes en búsqueda espiritual, a los que recibía con caridad para confesarse. Les invitaba a "presentarse ante Dios como un pobre: sin ideas, pero con una fe viva".
"Detente en un acto de amor ante el Padre. No intentéis llegar a Dios por la inteligencia: nunca lo conseguiréis; llegad a Él por el amor: es posible", exhortaba este sacerdote que había encontrado su camino hacia Dios por senderos tortuosos.
Don Quintino Sicuro se desplomó sobre la nieve en la mañana del 26 de diciembre de 1968, fulminado por un infarto a los 48 años, cuando se disponía a bendecir una nueva infraestructura de remontes mecánicos que iba a inaugurarse ese mismo día. Este monje fuera de lo común, que cavó su propia tumba con sus propias manos cerca de su ermita, descansa ahora en la montaña a la que había dedicado los últimos años de su vida.
La diócesis de Cesena y Sarsina introdujo su causa de beatificación en 1985, y 40 años después ha dado un importante paso adelante. Sin embargo, el reconocimiento de sus "virtudes heroicas" no allana automáticamente el camino hacia su beatificación. El dicasterio para las Causas de los Santos aún tendrá que identificar formalmente un milagro atribuido a su intercesión, un proceso que podría llevar varios años más o incluso décadas.