Jesús, al venir a este mundo, nos dejó grandes enseñanzas y regalos espirituales que nosotros podemos tomar y aplicarlos en nuestras vidas. Es a través de Él que podemos encontrar estas cuatro gracias.
San Alfonso María de Ligorio, en Meditaciones para el Adviento y Navidad, nos recuerda que “el que se aprovecha de estas dichosas fuentes que nosotros tenemos en Jesucristo, sacará siempre de ellas aguas de gozo y de salvación”. Estas gracias son las contemplaciones de san Bernardo de Claraval.
1Misericordia
La primera es la gracia de la Misericordia. Jesús, a través de su gran corazón y afecto por nosotros, nos limpia de “la suciedad del pecado” como dice san Alfonso. Esta fuente fue creada con “lágrimas y con la sangre del Redentor”. Podemos encontrarlo en esta cita bíblica de san Juan del libro del Apocalipsis.
“Nos amó, y nos lavó de nuestros pecados en su sangre”. (Ap 1,5)
2Paz
La segunda gracia es la paz y el consuelo ante las dificultades que podemos experimentar en el camino de la vida.
“Bienaventurado el hombre que persevera bajo la prueba, porque una vez que ha sido aprobado, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman”. (Santiago 1, 12)
No es una paz temporal ni pasajera, es la verdadera plenitud que solo se puede encontrar en el Creador, que dura para toda la vida y que se gozará al máximo en el cielo.
3Devoción
La tercera gracia es la devoción. Mientras más meditemos y conozcamos sobre la vida de Jesucristo, creceremos en virtud y en amor por Él, llegando a imitar las acciones de nuestro señor; siendo un ejemplo de Cristo en la vida terrenal.
San Alfonso mencionaba que sería aquella persona como “el árbol plantado en la corriente de las aguas”.
“Es como árbol plantado junto al río que da fruto a su tiempo y tiene su follaje siempre verde. Todo lo que él hace le resulta”. (Salmos 1, 3)
4Amor
La última gracia que nos es concedida es el amor, porque Dios es amor (1 Juan 4, 8). San Alfonso resalta la importancia de meditar sobre los padecimientos que vivió nuestro señor Jesucristo por nosotros. Al hacerlo continuamente nos sentiremos inflamados por “el fuego santo que ha venido a encender la tierra”. Así lo mencionó el rey David:
“En mi meditación se inflamará el fuego”. (Salmos 38, 4)