En la flamante sala de prensa de la Santa Sede, recientemente inaugurada para el Sínodo sobre la Sinodalidad, los miembros de la asamblea entran y salen todos los días para hablar con los periodistas. Los periodistas no tienen acceso a los debates que tienen lugar a puerta cerrada en la Sala Pablo VI, y se supone que estas "sesiones informativas para la prensa" les dan un acceso "controlado" a los principales temas que mueven la asamblea. Si estos reportajes tienden a ser un poco tediosos, al menos tienen un gran mérito: dan voz a los representantes de la Iglesia católica en los países que sufren.
En los últimos días, monseñor Mounir Khairallah, obispo maronita de Batroun, ha relatado de forma conmovedora su experiencia del perdón en su país, azotado por conflictos y crisis desde hace 50 años y bombardeado ahora por el ejército israelí. Fue un momento dramático para el hombre cuyos padres fueron asesinados cuando él tenía 5 años, y que ahora intenta aplacar el apetito de venganza de la población cristiana de Líbano, harta de las humillaciones y la decadencia de su país.
"Desgraciadamente, el mundo calla o da luz verde a toda esta violencia porque hay demasiados intereses políticos y económicos que nada tienen que ver con los valores cristianos", lamentó.
Comunión, misión y participación
A su lado, otro pastor de un pueblo que conoce el infierno desde hace años: Mons. Launay Saturné, arzobispo de Cabo Haitiano (Haití). Habló de la inseguridad permanente que reina en su país, fruto del fracaso total de los poderes públicos, que han abandonado franjas enteras de territorio a las bandas. Para huir de estas bandas, poblaciones enteras tienen que emigrar hacia el interior del país, explicó, informando de que este fue de nuevo el caso el 3 de octubre tras una "masacre" que dejó 70 muertos, pero que también provocó la destrucción de numerosas viviendas. Esta realidad "tiene un impacto negativo en la Iglesia", confió, reconociendo que los pastores haitianos a menudo tienen dificultades para llevar a cabo su misión en esta constante agitación.
Los valores del Sínodo actual -comunión, misión y participación- "son esenciales", dice el obispo. "Queremos transmitirlos a las nuevas generaciones" para darles el gusto por una "cultura democrática", explicó. Monseñor Saturné aprovechó también su presencia ante los periodistas para recordar que los obispos haitianos han pedido a las autoridades que aceleren la transición con vistas a nuevas elecciones, y a las fuerzas internacionales presentes en el país que asuman su responsabilidad de protección.
El papel del "Sur Global"
Otro día, el arzobispo de Nampula (Mozambique), monseñor Iniacio Saure, habló de la dramática situación de su país, devastado por la guerra y las catástrofes naturales. "Hoy la gente sufre mucho y está abandonada a su suerte", explicó. Insistió en el papel que la Iglesia debe desempeñar, en ese contexto, con la población joven. Los jóvenes pueden tender a distanciarse de la Iglesia, pero implicándoles en la vida de la Iglesia, las cosas pueden cambiar, dijo, afirmando su deseo de trabajar "con los jóvenes, para los jóvenes y por los jóvenes".
Estas palabras tendrían un profundo eco dentro de la asamblea, donde cada día el Papa escucha los testimonios de pastores y líderes de estas Iglesias en dificultad. "Constatamos que el Sur global desempeña un papel cada vez más central en nuestras conversaciones", declaró la canadiense Catherine Clifford, miembro del Sínodo que intervino en una de las conferencias. En su opinión, el Sínodo debe avanzar escuchando a "los más pequeños".