Vivimos colmados de actividades, pero dentro de la inercia que nos arrastra, sentimos que nos va bien. El trabajo, las compras, el esparcimiento, atender el hogar y a los hijos, estudiar y hacer exámenes, nada cambia. Pero cuando algo rompe el ritmo, llega el miedo.
Una enfermedad inesperada, la pérdida del empleo, el fallecimiento de un ser querido, un accidente, cualquier situación que corte nuestra rutina termina con la tranquilidad y, de momento, nos invade el temor por lo que vendrá.
Clamando a Dios
Entonces, buscamos la manera más efectiva de solucionar el problema. Sin embargo, a punto de vencernos, volteamos nuestros ojos hacia Dios y clamamos por su ayuda porque nos damos cuenta de que solo Dios puede ayudarnos en el momento de la angustia, como leemos en los salmos:
Señor, escucha mi oración; tú, que eres fiel, atiende a mi súplica; tú, que eres justo, escúchame. (Sal 143, 1).
La oración más sincera
Pero a veces el miedo puede provocar reclamos, "¿por qué a mí?", decimos, y aunque parezca raro, esa puede ser la oración más sincera, porque verdaderamente brota del corazón.
Luego de abrirnos al Señor, de mostrar todo lo que tenemos dentro sin fingimientos, soltamos nuestra angustia y nos arrojamos a sus brazos, porque ya no podemos más.
Entonces, junto con el miedo, llega la fe: "yo sé qué Tú puedes ayudarme, ¡te lo suplico, Señor!", y Dios responde, porque Él ama hasta al más ingrato de sus hijos, y está siempre junto a Él.
Lo mismo pasó con los discípulos cuando estuvieron en la barca, le reclamaron a Jesús que no hacía nada ante la tormenta. Él calla al viento y los discípulos se sorprenden. Y el dulce reproche de Jesús es: "¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?" (Mc 4, 40).
Lo único que Él desea es que confiemos totalmente en Él.
Que no te invada el miedo
Seamos conscientes de que la vida trae consigo situaciones adversas, algunas veces nos irá bien, otras no tanto, pero sepamos que todo lo que ocurre con nosotros tiene una razón dentro del plan de Dios para nuestra salvación.
Dejemos actuar al Señor en nuestra historia, y, en el momento de la prueba, cuando el miedo nos invada, aferrémonos a Él y digamos con fe: "Que se haga tu voluntad en mí, Señor", porque lo que venga, será para nuestro bien.