¿Por qué se habla de Cristo Rey cuando Jesús mismo dijo “mi realeza no es de este mundo” (Jn 18,36)?
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San Juan nos ofrece este extraño diálogo entre Pilato y Jesús sobre el tema de la realeza de Cristo. Pilato Insiste: “¿Eres tú el rey?”, “¿Entonces tú eres rey?”, “¿Quieren que suelte al rey?”.
Y Jesús responde: “Mi realeza no es de este mundo”, o incluso: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad”.
Un rey desconcertante: una corona de espinas clavada en la cabeza y un cetro de caña enganchado en la mano, con el púrpura de una capa sobre su carne herida. He aquí las señales irrisorias de esta realeza confusa en la que este hombre así vestido es, a la vez, rey y reino.
Y para rizar la paradoja, Jesús hace de ello una bienaventuranza en presente: “Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece”.
Incluido el ladrón, que no pide ser descolgado de la cruz, ¡pide el Reino! Y ese Reino no es un concepto, una doctrina o un programa político que aplicar; es, ante todo, una Persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Trono de misericordia
Este Reino se inaugura en el corazón del hombre: ahí es donde Cristo quiere reinar primero. Nos queda, por tanto, ceder las riendas del poder sobre nuestra vida para dejar a Cristo Rey el gobierno de nuestra existencia: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca” (Mt 3,2; 4,17).
¡La felicidad tiene este precio! Gracias a esta conversión, Cristo puede establecer su reinado sobre la inteligencia humana porque él es la Verdad que hace libre.
Cristo reinará también a través de su caridad que arrastra nuestra voluntad en la lógica del don de sí.
Sin embargo, resucitado y glorioso, Jesús manifiesta el carácter real y universal de su realeza: “Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra”(Mt 28,18).
Por consiguiente, esta realeza de Cristo tendrá, necesariamente, efectos sociopolíticos.
El determinante origen de la fiesta
Al instituir la fiesta de Cristo Rey el 11 de diciembre de 1925, en un tiempo turbio de la historia, el papa Pío XI declaró:
“Si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia”.
Dicho de otra forma, una auténtica cultura de paz y de justicia no puede establecerse sin el reinado de la verdad y del amor, es decir, sin el reinado de Cristo, que es Verdad y Amor.
La Iglesia ya es el reino de Dios misteriosamente presente en este mundo. Al comunicar a las personas la vida divina, extiende el reino de Cristo en la tierra como en el Cielo.
El centro neurálgico de este reino es la Eucaristía. Ahí, el corazón de Cristo Rey palpita y palpitará hasta el día en que Jesús devuelva toda la realeza a su Padre; ¡entonces Dios estará todo en todos!
En la Eucaristía, Cristo Rey se sienta en su trono de misericordia esperando conducirnos ante su trono de gloria ¡para entrar plenamente en un reino que no tiene fin!
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