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El selfi, ¿un reflejo de nuestra personalidad?

Gilr - Selfie - Self love

© Shift Drive

Edifa - publicado el 18/10/20

Snapchat, Instagram, Facebook… Millones de selfis se comparten todos los días en los medios sociales. Pero ¿qué dicen realmente esas fotos de nosotros?

Solos o entre amigos, no dejamos de hacernos selfis, en cualquier momento y en cualquier lugar. Pero ¿somos de verdad conscientes del significado de este gesto que se ha vuelto tan común? La filósofa, psicoanalista y autora de Je selfie donc je suis (“Me hago selfis, luego existo”) Elsa Godart nos ayuda a profundizar en el tema.

Lejos de extinguirse, la oleada de los selfis parece amplificarse… ¿Cómo describiría usted el fenómeno?

La palabra selfie apareció en 2002 en un foro de Internet australiano. Sin embargo, su uso no se hizo común hasta 2012, antes de conocer un éxito planetario fulgurante y hacer su aparición en los diccionarios. El término deriva de la palabra inglesa self (que significa “uno mismo” y, a veces, incluye el matiz de hacer algo “uno solo”) y designa el hecho de hacerse una fotografía de uno mismo con ese objeto híbrido que es a la vez teléfono, pantalla, máquina de fotos y ordenador. Desde el Papa que se invita a hacerse un selfi al simpático selfi personalizado, pasando por el accidente (mortal) provocado por la inclinación de la pértiga que puede hacernos precipitarnos en el vacío por descuido, los selfis arriesgados desde las cimas de torres gigantescas (como los de Angela Nikolau, una joven rusa apasionada del urban climbing) o los selfis en ráfaga que publican los jóvenes en Snapchat… El selfi, en definitiva, habla de uno mismo. Y no deja de reinventarse y de aumentar su popularidad.

POPE AUDIENCE
Antoine Mekary | ALETEIA | i.Media

¿El selfi es el emblema de la “nueva era” digital?

Las nuevas tecnologías no alteran solamente nuestras formas de comunicación, sino también nuestros comportamientos. El ser humano está cambiando radicalmente en una nueva relación consigo mismo y con el mundo. Sin embargo, el selfi publicado en los medios sociales esperando “me gustas” transmite por sí solo una serie de preguntas engendradas por la revolución digital: ¿quién soy yo transformado en lo virtual? ¿La imagen es (todavía) un lenguaje? ¿Puedo entablar un vínculo con los demás?

En 2001, se hicieron en el mundo 86 mil millones de fotografías, en su mayoría analógicas y reveladas en papel. En 2012, se hicieron cien veces más, la mayoría nunca reveladas, pero sí puestas en circulación en los medios sociales (Facebook, Instagram, Twitter). Cuando comencé a trabajar sobre el selfi, nunca imaginé que me encontraría frente a tantas problemáticas diferentes. Decidí abordar la cuestión de las metamorfosis del sujeto, desde la filosofía y el psicoanálisis.

SELFIE
Shutterstock | Giuseppe Elio Cammarata

Hicieron falta siglos para que el ser humano aprendiera a decir “yo”. ¿Bastarán unos cuantos años para que ese “yo” singular se difumine en la “egosfera” ambiental?

El selfi no marca una ruptura en la percepción del yo con respecto a los siglos pasados, sino una metamorfosis, es decir, stricto sensu, un cambio de forma. Es el indicio de un individualismo exacerbado. Haré un pequeño curso acelerado de filosofía, si le parece. Con los griegos, no hay subjetividad. ¿Por qué? Porque no hay autoconsciencia. Solo prevalece el ciudadano en su relación con la ciudad.

Las nociones de interioridad e introspección sobrevienen con la cristiandad, sobre todo a través de la oración, que es un diálogo interior con Dios. El primero en la Historia occidental en decir “yo” es san Agustín en las Confesiones, aunque continuamos en un registro de comunidad cristiana.

En el siglo XII, san Bernardo de Claraval, que retoma el tema de la gracia y del libre albedrío, marca otra etapa en la emergencia del sujeto, a la vez como autoconsciencia y como posibilidad de determinarse con o sin Dios. En el siglo XVII, Descartes, padre del subjetivismo, afirma: “Pienso, luego existo”.

Nuevo salto en el tiempo con Husserl, que precisa la necesaria mediación del otro en la relación con uno. Por último, digamos dos palabras del psicoanálisis que, con el inconsciente, pone en cuestión este concepto del “sujeto consciente de sí mismo”.

El “yo digital”, fruto de la revolución digital, es, a mi parecer, la combinación del yo consciente (Descartes) y del yo inconsciente (Freud), a la cual se añade la pantalla. Sin que, por supuesto, esta subjetividad “aumentada” cuestione mi realidad.

MAN, PHONE, SELFIE
Dean Drobot | Shutterstock

La persona conectada a las pantallas, pero sin apego, ¿no queda al final indeterminada y como desposeída de sí misma?

Desposeída de sí misma no lo sé. Pero está claro que la llegada del smartphone tiene grandes consecuencias:

  • reducción del espacio-tiempo en beneficio de la inmediatez,
  • supresión del discurso racional en beneficio de la imagen efímera…

Esto dificulta la capacidad de sumergirse en el interior de uno mismo. La introspección requiere tiempo, un tiempo que no se dedique ni a la eficacia ni a la productividad.

El reinado de lo efímero y lo evanescente ya no facilita la reapropiación del yo bajo la forma de un relato interior, de un pensamiento construido, de un cuestionamiento filosófico, de un soliloquio. Con el selfi, nuestras existencias descansan esencialmente en una imagen. Y a fuerza de jugar a no ser más que representaciones de imágenes, terminamos por no ser más que el tema de nuestras representaciones.

PRZYJACIÓŁKI
Milan Ilic Photographer | Shutterstock

¿El mundo virtual es para los adolescentes una huida o un medio de protegerse? ¿Les permite un tránsito suave hacia la edad adulta o supone un freno para ello?

La adolescencia se caracteriza por una fuerte búsqueda identitaria (búsqueda de modelos, exploración de estilos de vestimenta), cuando la transformación física se vive a menudo con dificultad. El selfi puede ser una manera de jugar con las imágenes de uno, es decir, puede ser un acto de resistencia, de afirmación de una identidad singular en una sociedad hipernormalizada donde todos caminamos al mismo paso. Lo virtual puede ser a la vez un apoyo y un medio de camuflaje. Al mismo tiempo, crea nuevos conformismos y ejerce una tiranía de las apariencias.

La omnipresencia de las pantallas con la que se crían los niños y los adolescentes puede mantener también un sentimiento de omnipotencia y de impunidad. Las pantallas no enseñan el sentido del esfuerzo ni el compromiso en el tiempo ni la responsabilidad. Nuestros gestos no tienen consecuencias en Internet.

Además, el neolenguaje digital es, con frecuencia, reduccionista. Los emoticonos o las imágenes compartidas en Snapchat no dan cuenta de la amplitud y de la singularidad de las emociones, de la vivencia, de la reflexión. Pero no está ahí su vocación. Las palabras están limitadas también, pero permiten una mayor riqueza de expresión… ¿Hay que añadir que los medios sociales no permiten (re)estabecer auténticas relaciones?

Family Instagram
Syda Productions - Shutterstock

Usted habla de “fragilidad narcisista”. ¿Los padres no tienen una responsabilidad en ese proceso al fotografiar sin cesar a sus hijos?

Los padres, muy a menudo, cuando dedican tiempo a fotografiar a sus hijos, dejan de estar con ellos directamente. Están ocultos detrás del aparato. El niño, muy pequeño, que va a verse en una foto, se encuentra prisionero de la pantalla y de una imagen de la que quizás no tiene consciencia todavía. Se convierte en un objeto trofeo para la gloria de los padres.

Una vez más, no se trata de condenar todas las prácticas digitales, sino de contextualizarlas y de alimentar una reflexión que nos haga dueños de la máquina, anticipando posibles consecuencias que no habríamos imaginado. Yo propongo una educación en lo virtual tanto para la generación geek como para los más ancianos. Sepamos ponernos límites, sepamos combinar una cultura de lo escrito y de la imagen. Actuemos sin temor, con prudencia, justicia y mesura.

Entrevista realizada por Diane Gautret

Tags:
autoconocimientoautoestimaimagennarcisismopantallasredes sociales
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