Cuando escuchamos la palabra "prudencia" inmediatamente la relacionamos con la actitud que debemos tomar para evitar meternos en problemas por lo que podamos decir o hacer. Y en ese contexto, agregaremos que Dios nos da su gracia para cumplir con nuestro cometido.
La virtud
Pero para entenderlo mejor, diremos que se trata de una virtud, así que indaguemos qué significa esa palabra en el Catecismo de la Iglesia católica:
"La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no solo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma".
Ahora bien, por habitual debemos comprender que se repite constantemente hasta hacerlo un hábito, una costumbre; es decir, la persona pondrá todas sus fuerzas sensibles y espirituales para buscar y elegir hacer el bien a través de acciones concretas.
La prudencia
Pasemos ahora a la virtud cardinal de la prudencia y para ello acudimos al Catecismo de la Iglesia católica que dice que:
"Es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo".
No es miedo ni timidez
Entonces cabe aclarar que la prudencia no se refiere a actuar con timidez o miedo, y mucho menos con falsedad o fingimiento; es decir, no teme meterse en dificultades y tomar decisiones correctas, si el juicio hecho por su recta conciencia así se lo indica.
Por eso, el Catecismo puntualiza que: "Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar". CEC 1806
Apliquémonos a practicar las virtudes porque:
"El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios" (San Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio 1). (CEC 1803)