Dios nos ha dotado de ayudas espirituales para vencer las tentaciones, y entre ellas están las virtudes. Hay muchas. Algunas son tan semejantes entre sí que se pueden confundir, sin embargo, el hecho de tenerlas no es suficiente, hay que ejercitarlas para que se fortalezcan.
¿Qué son las virtudes?
Para saber de qué estamos hablando, el Catecismo de la Iglesia católica nos ilustra:
"La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no solo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas".
Como lo explica el Catecismo, Dios ha dotado al bautizado con las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Pero las virtudes cardinales: justicia, prudencia, fortaleza y templanza; además de que son adquiridas, son la base de toda la moral humana, y, por supuesto, del comportamiento cristiano:
"Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien".
Ejercitar las virtudes para fortalecerlas
Es necesario conocer las virtudes y ponerlas en práctica para que se conviertan en hábitos que faciliten a la persona la relación con sus semejantes. Además, irá puliendo su personalidad, convirtiendo a la persona en un modelo a seguir:
"Las virtudes morales se adquieren mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los gérmenes de los actos moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino" (CEC 1804).
Ejercitemos el cuerpo y el espíritu. De nada sirve una presencia hermosa con una personalidad aborrecible.