"Lo que puedo decirle es que los libaneses ya están hartos de la guerra. Llevamos 49 años conviviendo con ella. No la queremos, queremos acabar con ella". La voz es cansada y la cólera se siente a través del teléfono. Monseñor Mounir Khairallah, obispo maronita de Batroun (al sur de Beirut), fue franco cuando Israel anunció el martes 24 de septiembre que lanzaba un "ataque selectivo" contra Beirut, con el fin de eliminar a Hezbolá.
El día anterior, Tsahal ya había intensificado sus bombardeos en el sur de Líbano y en la capital, afirmando haber atacado más de 300 emplazamientos de Hezbolá, tras aconsejar a "los civiles de las aldeas libanesas situadas en edificios y zonas utilizadas por Hezbolá con fines militares, o cerca de ellos" que evacuaran las zonas afectadas. Según las últimas cifras publicadas por el Ministerio de Sanidad libanés, estos ataques aéreos han causado ya 558 muertos -entre ellos 50 niños y 94 mujeres- y más de mil 800 heridos en un solo día, provocando el desplazamiento de "decenas de miles de personas" hacia Siria y el norte de Líbano.
"Líbano está al borde del abismo", reaccionó el martes el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres. "El pueblo libanés, el pueblo israelí y los pueblos del mundo no pueden permitir que Líbano se convierta en otra Gaza. Todos deberíamos estar alarmados por esta escalada", insistió. "Francia pide una desescalada y que se evite una conflagración regional que sería devastadora para todos, empezando por la población civil", declaró Jean-Noël Barrot, ministro francés de Europa y Asuntos Exteriores, pidiendo una reunión urgente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
El eterno retorno de la guerra
En Líbano, cerca del 40% de la población es cristiana, según cifras de Œuvre d'Orient. El deterioro de la situación de seguridad no deja de preocupar a los cristianos de Beirut. "La situación es grave y tememos que pronto afecte a nuestras parroquias. Las escuelas han sido cerradas hasta nuevo aviso, y los hospitales han superado su capacidad", declaró a Aleteia Rita El-Sokhon, secretaria de la parroquia maronita de San Pedro y San Pablo de Beirut.
"Tememos la falta de medicinas y alimentos. Miles de refugiados están llegando a Beirut sin cobijo. Tenemos que ayudarles, porque son personas inocentes que han abandonado sus pueblos y no tienen nada que ver con los combates", comentó.
"Nunca es demasiado tarde. La guerra solo genera guerra"
"Israel ha anunciado que bombardea objetivos de Hezbolá, pero es el pueblo libanés en su conjunto el que paga el precio de estos bombardeos, los civiles», lamenta monseñor Khairallah. Su diócesis de Batroun se ha librado por el momento de las incursiones israelíes, pero el pastor maronita no se hace ilusiones: si no se llega a un acuerdo de alto el fuego entre las partes beligerantes, "la situación podría degenerar en cualquier momento".
"Queremos que Israel deje de bombardear Líbano y que Hezbolá deje de lanzar cohetes contra Israel. Rechazamos toda esta violencia, venga de donde venga", insiste monseñor Khairallah, que pide a Francia y a las grandes potencias "que presionen para que se llegue a un acuerdo entre las partes".
La perspectiva de una nueva guerra con Israel reduce aún más las esperanzas de que el país del cedro se recupere de una crisis profunda y multidimensional que ha dejado desamparada a su población.
En este país fronterizo con Israel y Siria, más del 80% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, debilitada por la inflación, una drástica caída del poder adquisitivo y una tasa de desempleo que se acerca al 60% entre los jóvenes. Mientras no consigamos romper este círculo vicioso, la oración sigue siendo un baluarte contra este estallido de violencia», afirma Mons. Khairallah. "Nunca es demasiado tarde. La guerra solo genera guerra. Intentemos ser pacificadores", concluye el prelado.
"Es hora de dar a los palestinos el derecho a su tierra y a su país, a los israelíes el derecho a vivir en paz en su país, y de dejar que Líbano se valga por sí mismo. Es hora de poner fin a todo esto".