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Dios suele actuar a través de causas segundas, escribió santo Tomás de Aquino. Que se lo digan a Ana Sanjuan, una mujer de Barcelona que el año 2023 combatió un grave tumor en su cabeza con una terapia de protones y una novena a la Medalla Milagrosa.
Cuando su equipo médico constató con asombro su increíble mejora al acabar las sesiones, le dijeron, señalando al cielo: “A nosotros nos gusta mucho atribuirnos el éxito, pero han sido los de arriba”.
Ana tiene claro por qué el tumor se redujo más del 66% y se despegó completamente de la médula, desapareciendo el riesgo de muerte.
“Yo lo atribuyo por supuesto a la Medalla milagrosa, a la novena, a todos los que a petición mía la rezaron, entre ellos mis hijas y mi nieto; el Señor fue misericordioso y aquí estoy, vivita y coleando, feliz y contenta”, explica a Aleteia.
La curación de Ana puede atribuirse a la terapia de protones, a la Medalla Milagrosa o a una combinación de ambos.
Lo que cuesta más atribuir a la ciencia, la casualidad o el absurdo son el conjunto de coincidencias y detalles sorprendentes que ella explica de su historia, y que, junto a su fe, son los que la hacen tan especial.
Un peculiar regalo de boda
El día 24 de junio del año 2022 Ana y Carlos se casaron en Barcelona y lo celebraron con su familia más cercana en un hotel.
Al día siguiente, la pareja se acercó al templo más cercano para dar gracias a Dios y consagrar su matrimonio. Era la iglesia de la Medalla Milagrosa.
Seis meses más tarde, tras un retiro de un fin de semana, Ana empezó a sentir dolor en las cervicales y en el oído, mientras que, en la parte derecha de su cuerpo, no tenía sensibilidad. Acudió a varios médicos y, después de un tiempo sin encontrar la causa, un neurólogo descubrió el tumor.
“Lo afronté confiando que era una prueba de purificación, un regalo de boda”, recuerda Ana. “Pensé: si vivo o si muero, el Señor sabe mi proceso, estoy en sus manos”.
“En el dolor hay un misterio que nos purifica y nos acerca mucho al Señor. Cuando sufres, rezas con más intensidad, te salen oraciones más bonitas, llamas a Dios de otra manera, más cariñosa”, constata.
“También sentí el amor de la familia, de los sacerdotes que me decían que rezarían por mí”, continúa. “Yo le rezaba mucho a la Santísima Virgen, a los santos de mi devoción que recordaba de pequeña, me puse agua de Lourdes, y no dejaba de ir a Misa cada día”, añade.
La Medalla Milagrosa estaba ahí
Después de escuchar las opiniones de varios médicos, optó por un neurocirujano de Madrid para operarse. Pero todo se fue alargando por distintas razones.
En esa espera cuando faltaban tres días para la operación, una amiga animó a Ana a hacer con su marido la novena a la Virgen de la Medalla Milagrosa. Le insistió y esa amiga se comprometió a rezarla ella también con su marido y con su hija pidiendo la curación.
Ana accedió y esos días descubrió por casualidad que una medallita que llevaba al cuello desde hacía años era justamente la Medalla Milagrosa.
“Toqué la cadenita y justo junto al cierre estaba la medallita; la había puesto ahí porque se había vuelvo un poco fea; la llevaba en el cuello, ¡justamente sobre el tumor!”, recuerda emocionada.
En la cita médica inmediatamente anterior a la intervención, el médico dijo que el tumor era mayor de lo que esperaba y no estaba claro que fuera operable.
“Nos lo pintó muy mal, mi marido y yo salimos en estado de shock de la consulta, ya nos estábamos despidiendo el uno del otro”, cuenta Ana.
Pero entonces se encontró con una amiga, Hermanita del Cordero, y al explicarle el problema le habló de la terapia de protones. A través de amigos que aparecieron providencialmente en aquel momento y lugar, Ana acudió a una clínica donde la aplicaban.
El 27 de junio, último día de la novena, el matrimonio fue a Misa a una iglesia de Madrid.
“Nos cambiamos varias veces de sitio porque me molestaba la luz y el sonido hasta que llegué a un banco donde me sentí cómoda”, recuerda.
“Entonces, mi marido me susurró: -Mira a quién tienes sobre ti. Alcé la vista y vi una gran imagen de la Virgen de la Medalla Milagrosa, con los brazos extendidos como rayos dirigidos sobre mi cabeza. Me emocioné y pensé: todo va a salir bien”.
Al día siguiente, acudió al médico. Sobre la mesa del doctor una imagen llamó la atención de Ana. “¿Es la Virgen de la Medalla Milagrosa?”, le preguntó. “Sí, me la regalaron y se ha quedado ahí”, respondió. Después le anunció que era apta para la terapia de protones.
El tratamiento duró varios días, concretamente hasta el 27 de septiembre, fiesta de san Vicente de Paúl, fundador de la orden de las Hermanitas de la Caridad, congregación a la que perteneció Catalina Labouré, vidente de la Medalla Milagrosa.
Al acabar las sesiones, como agradecimiento, Ana viajó a París, a la Rue du Bac donde tuvieron lugar las apariciones de la Virgen de la Medalla Milagrosa.
Después volvió a Madrid, donde recibió la noticia de que aquel gran tumor que abrazaba y estrangulaba la médula se había vuelto inofensivo.
La noticia se la dio la doctora, que en un abrazo entre lágrimas, le repetía: “¡La Medalla milagrosa!”. “Jesús es quien te sana -concluye Ana-, pero no me quitaré la medalla en mi vida”.