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El día en que un ángel se sentó a la mesa de un Papa

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Ángel a la mesa de un papa

Camille Dalmas | Aleteia

Gran mesa de mármol situada en medio del oratorio de Santa Bárbara (Roma)

Camille Dalmas - publicado el 28/03/24

¿Un ángel a la mesa de un Papa? Ésa es la historia que se esconde tras la tradición de la "mesa de la caridad", un emotivo recuerdo conservado en Roma que transporta a quienes lo contemplan a los orígenes de la caridad de los pontífices

A orillas de la carretera que lleva del Coliseo al Circo Máximo, frente al monte Palatino, se alza una basílica que lleva el nombre de San Gregorio. Situada en las verdes laderas de la colina Caelius, esta iglesia está dedicada al papa Gregorio I, que hizo construir aquí un monasterio en el siglo VI.

Nacido en el seno de una de las familias patricias más prestigiosas de Roma, y sobrino del papa Félix III, este aristócrata desarrolló en su día una brillante carrera política, llegando incluso a ser prefecto de la Urbs en 572. Sin embargo, dos años más tarde, abandonó el cursus honorum para dedicarse por entero a Dios, y se decantó por un ideal de vida monástica, que le llevó a ser elegido papa en 590.

La vida de este gran Papa se recuerda en muchos lugares de Roma, empezando por la basílica que lleva su nombre: los frescos del atrio narran los grandes episodios de su vida, en particular las procesiones que ordenó durante la peste. Hizo desfilar por la ciudad un icono de la Virgen María, conocido hoy como la Salus populi romani -‘Salud del pueblo romano’-, en reconocimiento a su acción contra la peste. Esta representación de la Virgen, particularmente venerada por el Papa Francisco, se encuentra hoy en la basílica de Santa María la Mayor.

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Un recuerdo conmovedor

Pero uno de los recuerdos más conmovedores e importantes de la vida de Gregorio se encuentra cerca de la iglesia del Caelius. En lugar de subir los escalones que conducen a la basílica, es posible -solo los fines de semana- entrar por una pequeña puerta a la izquierda a un apacible jardín y a tres pequeños oratorios, uno adosado al otro y dedicados a San Andrés, Santa Silvia y Santa Bárbara.

Los tres oratorios, construidos en el siglo XVI sobre las ruinas del monasterio de San Andrés que Gregorio Magno hizo construir en su propiedad familiar, están decorados con magníficos frescos de grandes maestros como Guido Reni y el Dominiquín. Es fácil pasar por alto una gran mesa de mármol en el centro del oratorio de Santa Bárbara, construido sobre el antiguo triclinium pauperum -comedor para pobres- de Gregorio.

La tradición cuenta que fue en esta mesa donde San Gregorio y su madre, Santa Silvia, recibían cada día a doce pobres en recuerdo de la Última Cena de Cristo. Un día, un ángel ocupó un asiento vacante en la mesa. Al principio, el Papa no se atrevió a preguntar quién era el decimotercer invitado, pero finalmente lo hizo. El ángel se le reveló entonces, y Gregorio vio en ello una señal. Decidió invitar a trece personas. Este episodio se relata en el fresco mural de Antonio Viviani que se encuentra junto a la mesa.

Los orígenes de la Capellanía Apostólica

Una inscripción latina en la mesa recuerda el episodio: “Bis senos hic Gregorius pascebat egentes angelus et decimos tertius accubuit”, que significa: “Aquí, Gregorio dio de comer a doce pobres y un ángel se sentó en el lugar del decimotercero”.

Esta tradición de invitar a comer a trece pobres continuó en esta capilla hasta el siglo XIX, cada Jueves Santo. La mesa se trasladó a Letrán antes de volver a su emplazamiento original.

Después de Gregorio, los papas crearon otros hospicios para dar de comer a los pobres, sobre todo en el Campo Santo Teutónico a finales del siglo XV. La “Mesa de los Pobres” puede considerarse uno de los primeros testimonios de la caridad de los pontífices y, por tanto, el precursor de la Limosnería Pontificia, organismo encargado de la caridad en el Vaticano en la actualidad.

Al salir del Oratorio de Santa Bárbara, no es raro toparse con la vestimenta blanca con ribetes azules de una Hermana de la Caridad. Las Hermanas de la Caridad viven en un edificio contiguo. Pasan como sombras por el apacible jardín donde antaño Santa Silvia cultivaba verduras para alimentar a sus huéspedes. Algo de aquella conmovedora caridad sigue viviendo aquí.

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