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10 lecciones contemporáneas del libro las Confesiones de san Agustín

SAINT AUGUSTINE

Sailko | CC BY 3.0

Matthew Becklo - publicado el 02/01/24

Este libro es una receta para la conversión. Si solo has leído fragmentos, siéntate para leerlo de principio a fin

El libro de las Confesiones de san Agustín es una de sus obras más importantes. Combina una riqueza histórica – repasa su vida y etapas de conversión- con la profundidad espiritual de un santo que dialoga con Dios, ora y medita sobre las Sagradas Escrituras.

San Agustín es Doctor y Padre de la Iglesia, y es considerado como uno de los principales pensadores cristianos. Muchos santos han leído esta obra y la han tomado como referencia en su camino espiritual.

Al leer el texto completo, en el contexto actual, sorprende lo relevante que es el viaje de Agustín. De hecho, con unos pequeños ajustes -cambiar Cartago por Nueva York o Los Ángeles, retórica por administración de empresas o marketing, maniqueísmo por ocultismo o espiritual (pero no religioso)- uno podría estar leyendo fácilmente unas memorias de conversión contemporáneas.

Como católicos hemos escuchado mucho sobre este valioso libro, sin embargo, son pocos los que lo han leído completo, de principio a fin; otros quizá lo han hecho hace muchos años y sus enseñanzas habrán perdido frescura y claridad. Por ello, estas son solo 10 de las poderosas lecciones de esta obra maestra para los buscadores espirituales y los influenciadores sociales de hoy.

SAN AGUSTIN

1
Nuestros corazones están inquietos

En la primera página, san Agustín pronuncia uno de los versos más devastadores de toda la literatura: “Nos has hecho para Ti, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansan en Ti” (1.1). No mi corazón, sino nuestros corazones; y no estaban inquietos, sino que están inquietos, en tiempo presente.

Por mucho que el corazón inquieto sea una verdad humana universal y perenne – “El hombre es una gran profundidad, Señor” (4.14)-, la era digital lo ha expuesto como nunca antes. Revoloteamos de meme en meme, de idea en idea, de pasión en pasión, pero ¿con qué fin? “¿Adónde vas? … El descanso no está donde lo buscas. Busca lo que buscas, pero no está donde lo buscas. Buscas la felicidad en el país de la muerte, y no está allí” (4.12).

2
No somos tan inocentes

Agustín es ridiculizado habitualmente como el paciente cero del pesimismo cristiano. Se dice que insiste unilateralmente en el pecado y la miseria, lo que nos deja una visión negativa de la naturaleza humana. Pero aunque Agustín hace hincapié en estos temas, no es un pesimista adusto; es un realista duro.

Vemos nuestra propia maldad y angustia reflejadas en su viaje, que es precisamente por lo que nos hace retorcernos. El relato que hace en el libro 2 sobre el robo de peras de un peral con sus amigos a los 16 años -ni siquiera para comérselas, sino solo por la emoción de hacerlo- es inolvidable, porque todo pecador sabe exactamente lo que está describiendo. Todos tenemos nuestros perales.

3
La oración funciona

Para el ateo, la oración es una pérdida de tiempo valioso que sería mucho mejor emplear en acciones concretas. Pero las oraciones llenas de lágrimas y el paciente acompañamiento de la madre de Agustín, Mónica, a lo largo de las Confesiones demuestran que el dilema es falso.

La oración es acción -de hecho, la acción suprema- porque la oración funciona. La sufrida santa Mónica rezó durante 17 años para que su hijo encontrara el camino de vuelta a la Iglesia, y su oración fue escuchada. “La escuchaste, Señor. La escuchaste y no despreciaste sus lágrimas” (3.11). Los que buscan a Dios con fervor deberían abrirse a este poder tan real.

4
Dios escribe recto con nuestros renglones torcidos

Las Confesiones están marcadas por extraños y dolorosos giros en el largo y tortuoso camino de san Agustín hacia Cristo y su Iglesia: se une a los gnósticos maniqueos, teniendo que desenredarse de sus puntos de vista durante años (libros tercero y séptimo); llora la repentina muerte de un buen amigo, que -después de bautizarse poco antes de su muerte- mira a Agustín como a un “enemigo mortal” cuando Agustín se burla de él por ello (4.4); es empujado, por razones puramente prácticas y circunstanciales, de Cartago a Roma, y de allí a Milán, casi muriendo por el camino. Pero las Confesiones nos muestran que incluso en nuestra locura, tropiezos y casualidades, Dios lleva a cabo su designio providencial. Solo vemos el reverso desordenado y confuso del hermoso tapiz que está tejiendo.

5
Necesitamos un gran maestro espiritual

No hay san Agustín sin san Ambrosio, el gran obispo de Milán que guió a Agustín fuera de sus errores y hacia la fe católica. “Todo sin saber fui llevado por Dios a él, para que sabiendo fuera llevado por él a Dios” (5.13). Un programa espiritual “hágalo usted mismo” es un callejón sin salida, que inevitablemente nos convierte en víctimas de nuestras propias frustraciones y puntos ciegos. Si lo que queremos es la verdad, ponernos, como hizo Agustín, bajo la tutela de un maestro sabio y santo nos llevará más arriba y más adentro.

6
Las Escrituras son profundamente verdaderas, pero también verdaderamente profundas

En el corazón del impacto de Ambrosio sobre Agustín está su apertura al sentido espiritual de las Escrituras. Como tantos ateos y agnósticos de hoy, el maniqueo Agustín leía las Escrituras de forma precipitada y superficial, burlándose de sus significados superficiales por considerarlos poco sofisticados. Pero Ambrosio, con paciencia y amor, descorrió “el velo del misterio” de la Biblia, revelando profundidades espirituales y morales que Agustín no sabía que existían. Llega a maravillarse de su “doble cualidad”: “Se ofrece a todos con las palabras más sencillas y las expresiones más simples, pero exige la máxima atención de las mentes más serias… Se yergue tan elevada en autoridad y, sin embargo, atrae a la multitud a su seno por su santa humildad” (6.5)

7
La vida de la mente es buena, útil y perfectamente compatible con el cristianismo

Una de las cualidades más atractivas de las Confesiones es la frecuencia con que Agustín plantea preguntas realmente buenas y difíciles, prueba de una mente hambrienta tanto como de un corazón hambriento. De hecho, su viaje desde el maniqueísmo al cristianismo fue salvado por los platónicos, que le abrieron la mente a un Dios incorpóreo, haciéndole concebible la fe en un Dios encarnado (7.7-17).

Es bueno, añade, que se formara con los platónicos antes que con la Escritura, aunque admite la insuficiencia de los primeros, porque podrían “haberme barrido del sólido suelo de la piedad” (7.20). Agustín nos da así, al mismo tiempo, un poderoso apoyo a la razón y una insistencia en la primacía de la revelación.

8
Vivir para obtener prestigio y alabanzas nos dejará adictos e infelices

“La única diferencia entre el santo y el pecador”, escribió Oscar Wilde, “es que todo santo tiene un pasado y todo pecador tiene un futuro”. Antes de ser santo, Agustín fue un pecador maratoniano, hundido en lo que él llama la “región de la improbabilidad” (una imagen tomada de Platón).

Una tentación que se apoderó especialmente del alma de Agustín -una tentación de la que ahora está plagado el mundo de las redes sociales– fue el ansia de prestigio y alabanza. En un pasaje conmovedor, admite haber dedicado un libro a un orador famoso solo porque el hombre parecía impresionante (4.14). Más tarde, Agustín ve a un mendigo borracho y se da cuenta de que su propia ambición -un zumbido del que nunca podría dormir- le hacía mucho más desgraciado de lo que el mendigo sería jamás (6.6). La interminable rueda de hámster de querer gustar y ser admirado solo nos agota y, al final, nos destruye.

9
El sexo es bueno, pero no es el bien supremo

El hambre insaciable de alabanzas de Agustín solo era superada por su hambre de placer sexual. Era, en sus propias palabras, un “esclavo de la lujuria” (6.15). El cristianismo, a diferencia del maniqueísmo, no consideraba el matrimonio o el sexo en sí mismos como algo malo – Agustín lo sabía – sin embargo, hasta el borde de su conversión, fue su apego al sexo lo que le impidió entregarse a Dios: “Concédeme castidad y continencia, pero todavía no” (8.7). La cumbre del camino espiritual de Agustín fue derribar este ídolo obstinado, una lucha de profunda relevancia para nuestra propia cultura.

10
La conversión es comunitaria

Agustín es visto como un dechado de interioridad, un precursor de la introspección moderna e incluso de la angustia existencial. Lo vemos en nuestra mente como en el famoso retrato de Fra Angelico: derramando copiosas lágrimas en soledad bajo la higuera, experimentando personalmente el amor de Jesús. Pero lo que normalmente se recorta de la imagen es su compañero Alipio, de pie justo a su izquierda, quien, según nos cuentan las Confesiones, se convirtió codo con codo con san Agustín. De hecho, todo su itinerario está marcado por este carácter profundamente comunitario: junto a él, en los días previos a su conversión, están también Simpliciano, que le cuenta la conversión de Victorino, y Ponciano, que le habla de la conversión de dos hombres inspirados por san Antonio; ambas historias encienden llamas en el corazón de Agustín. Agustín transmite la llama: tras su conversión, funda una comunidad de creyentes para rezar y adorar juntos, anhelando que los maniqueos de su pasado se conviertan también (9.4). No nos salvamos solos.

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