Los pecados no son algo en lo que normalmente nos gusta detenernos, ya que nos recuerdan nuestras faltas y fallas.
Sin embargo, la Iglesia nos insta a reconocer la gravedad de nuestros pecados y a volver al Padre, confesándolos en el sacramento de la confesión. Al hacerlo, nos reunimos con Dios, y nuestra relación se restaura.
Al hablar de pecado, la Iglesia católica nota una diferencia entre pecados mortales y veniales.
Pecados mortales
El Catecismo de la Iglesia Católica define el pecado mortal como "una infracción grave de la ley de Dios".
Y añade que tal pecado "aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior" (CCC 1855).
Para que un pecado sea mortal, para romper nuestra relación con Dios, debe cumplir con tres requisitos específicos establecidos por el Catecismo.
El pecado mortal requiere plena conciencia y entero consentimiento. Presupone el conocimiento del carácter pecaminoso del acto, de su oposición a la Ley de Dios. Implica también un consentimiento suficientemente deliberado para ser una elección personal. La ignorancia afectada y el endurecimiento del corazón no disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario del pecado.
Para resumir las tres calificaciones, un pecado mortal debe ser materia grave, cometido con pleno conocimiento y la persona debe tener pleno consentimiento.
Pecados veniales
Los pecados veniales son ofensas contra la caridad, el amor de Dios por nosotros y nuestro amor a los demás.
Aunque no cortan nuestra relación con Dios o con la vida de gracia, los pecados veniales pueden tener consecuencias de largo alcance.
A menudo, cuando cometemos pecados veniales repetidamente, nuestra determinación se debilita y es más probable que cometamos un pecado mortal.
La Iglesia nos invita a confesar estos pecados "veniales", porque dañan nuestra relación con Dios y con los demás.
Además, "la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu" (CIC, 1458 ) .
La diferencia básica entre los pecados mortales y veniales es que estamos obligados a confesar todos los pecados mortales en confesión, y se nos anima, pero no se nos exige, a confesar todos los pecados veniales.
Los pecados veniales son típicamente nuestras debilidades cotidianas, mientras que nuestros pecados mortales son aquellas cosas que nos separan de Dios y de la Iglesia.