Son muchas las personas que realizan sus actividades y expresan diversas opiniones, sin darse cuenta de las consecuencias que esto tiene en los demás. Desconocen cómo repercuten en los sentimientos y emociones de los seres queridos. Y así repiten sus acciones, sin percatarse del daño que ocasionan.
Para detener una conducta irreflexiva o hasta impulsiva, es muy prudente tomar conciencia de nuestros actos.
En este artículo vamos a darte una importante clave para que mejores tu nivel de conciencia. Así, te alcanzarás a dar cuenta, a tiempo, del bien o mal que estás haciendo. De esta manera puedes cambiar tu visión de las cosas y sobre todo, de ti mismo (o de ti misma).
Escuchar la voz de la conciencia
La clave consiste en que toda persona que tiene apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral y su libertad, escucha la voz de su conciencia. Lo que implica que abre su corazón a saber las cosas que son más importantes y trascendentes para lograr vivir una vida más plena.
Dentro de estos valores, uno de los más importantes es cuidar y respetar la propia vida y la de los demás, sin lastimar y hacer daño alguno. Precisamente, porque se es claramente consciente de solo hacer el bien y estar muy al pendiente de lograrlo concretar en todas sus relaciones.
Una persona, cuanto más educada y de mayor civilidad es, tiende a ser más consciente de lo que hace y de las consecuencias de sus decisiones. En cambio, las personas más burdas y primitivas se mueven más por el miedo y la violencia que por el amor y la compasión. Son esclavos de sus instintos y reaccionan impulsivamente a muchas situaciones de la vida diaria.
Para desarrollar una buena y más elevada conciencia, se requiere practicar, frecuentemente, un examen de nosotros mismos. Corroboramos así, de una forma valiente y honesta, el tener autocrítica, tanto de lo bueno que hemos hecho como de los errores y fallas que hemos tenido. Es un inventario de nuestros pensamientos, intenciones y acciones.
Se trata de que lo hagas siendo tu propio juez, sin necesidad de acudir a otras personas para que te señalen los defectos y errores que hemos cometido. Es ante ti mismo que esto funciona correctamente. Es adquirir el sano hábito de verte a ti mismo y reconocer tus comportamientos.
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No se trata de sentarte, pasivamente, a que los demás te acusen. Es mejor que lo hagas por ti mismo y puedas llegar a fondo y a las raíces, del porqué de muchas de tus palabras y acciones. En especial, aquellas acciones que han lastimado u ofendido a las personas con las que interactúas.
En la medida en que posees un ego más grande y robusto, esta práctica te llegará a parecer irrelevante, pasada de moda o hasta estúpida. Pero no es así, es un ejercicio de madurez y de elevado criterio de civilidad. Las personas con un mayor nivel de conciencia no se esperan a que los demás les digan y señalen sus errores (que muchos egocéntricos, aunque se lo digan en su cara, nunca lo van a admitir, y hasta se van a molestar por esas "falsas" acusaciones). Se anticipan y saben reconocer que han cometido uno o varios errores y, sobre todo, están dispuestos a corregirlos.
¿Hay personas inconscientes?
Los que tienden a humillar, pisotear la dignidad de los demás, a dominar, someter, explotar y manipular, prefieren no tener conciencia de lo que hacen. Hasta llegan a creer que están en lo correcto, y que lo que hacen está bien. Precisamente son personas muy inconscientes, que fácilmente pueden rayar en la sociopatía o incluso en la psicopatía, como son los asesinos, los ladrones, los secuestradores, los torturadores y toda clase de agresores contra el bienestar y las pertenencias de los demás.
La vieja consigna del verdadero examen de conciencia, lo hemos de retomar para asegurarnos de que no nos estamos engañando a nosotros mismos, creyendo que estamos haciendo bien las cosas, cuando en realidad, estamos cometiendo muchos atropellos.
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Es una de las más importantes claves de la purificación mental que nos ha legado la tradición del perfeccionamiento espiritual, dentro de las tradiciones judeocristianas.
Es clave estar muy atento a la corrección de nuestros errores, en vez de señalar y querer corregir los defectos de los demás.
Muchas de nuestras conversaciones sobre nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo, se basan en relatar lo que los demás te han hecho. Pero hay muy poca reflexión y conciencia, de lo que tú les ha hecho a ellos. Ojalá y que por ahí comiences con tu examen de conciencia; qué daño o abusos, incluso omisiones, has cometido, para empezar, con las personas más cercanas a ti. Y así dejar de quejarte por lo que te hicieron para ya no ser una víctima y fijarte más en lo que tú les has hecho.
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