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Crisis matrimonial: es posible volver a ser unión por amor

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Di Drazen Zigic|Shutterstock

Orfa Astorga - publicado el 09/11/21

Diálogos de consultorio. En esta ocasión, una pareja acudió porque quería separarse pero no querían hacer sufrir a su hijo

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—Nos separaremos. Estamos aquí, ya que, si bien con muchas dificultades nos pusimos de acuerdo en lo relativo a nuestro patrimonio, no lo logramos respecto a la convivencia y custodia de nuestro hijo. Pero es un tema que no queremos ver con un juez —comentaban en consultoría un joven matrimonio.

—Entiendo que han llegado hasta este punto con la seguridad de que ya no se aman… ¿es así? —les pregunté de forma clara y directa.

—No podemos fingir que no existen rescoldosde nuestro amor, pero ninguno desea ya reavivarlos, pues perdimos la esperanza de un futuro para los dos —afirmó la esposa mientras el marido asentía con los ojos bajos.

Lo que más nos duele es nuestro pequeño hijo, que es muy feliz cuando logra que nos abracemos todos al mismo tiempo —comentó con pesadumbre.

—¿Podría hacerles una sugerencia respetando el que no la acepten? —pregunté tranquilamente.

—La escuchamos.

Tarea: una carta cada uno

—Consiste en pedirles que, en una carta, escriban con mente y corazón, las razones por las reconocen que hubo un fuego del que aceptan que existe un rescoldo.  

LETTER
«Les pido que escriban una carta con mente y corazón…»

Lo harán reflexionando desde lo más íntimo de su ser, luego intercambiarán las cartas para leerlas en soledad y con la misma actitud de interiorización, por mucho que les duela.

Considérenlo como un acto de mutua justicia, y una manera de disponerse a poner punto final a su relación en los mejores términos, para luego disponerse a hablar del bien superior de su hijo, y llegar a un acuerdo.

—La verdad, no comprendemos del todo el porqué de tal sugerencia. Algo que nos parece difícil y doloroso, pero cooperaremos —contestaron con aire pensativo.

Solo describan como sentían y pensaban cuando estaban en la plenitud de su amor, y al hacerlo, consideren que tal vez el orgullo se puede interponer, para no dejarles admitir la verdad.

Se guiarán por las siguientes preguntas sobre la verdad del amor:

Es sacrificado: ¿Qué tanto estaban dispuestos a sacrificarse para hacer feliz al otro?

Es libre: ¿al amarse se sentían libres de, y para el otro?

Es virtud y conocimiento: ¿Cuáles eran las tres virtudes o cualidades en el otro que hacía fácil amarlo?

Es correspondencia: ¿Consideraban que era justo corresponder al amor y la confianza del otro?

Es comprensión y perdón: ¿Se sintieron alguna vez comprendidos y perdonados, en alguna miseria personal a través del amor del otro?

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—Verá usted, nosotros le dijimos que no entendíamos el porqué de la tarea que nos dejó, y sucede que, al hacerla, hemos comprendido el para qué de la misma —dijo la esposa mientras que su cónyuge asentía ahora serenamente.  

Cuando leímos lo que había escrito el uno del otro, nos sensibilizamos con la realidad de que por nuestro amor nos convertimos en una unidad, y que, a pesar de todos nuestros pesares, lo seguimos siendo.

Lo reconocimos cuando hemos visto a nuestro hijo como su fruto encarnado. Comprendemos que no habíamos logrado ponernos de acuerdo sobre cómo organizarnos en una “nueva forma de convivencia”,  porque es verdaderamente imposible repartirlo entre un padre y una madre, que se convierten en dos o pareja, pero que ya no son una unidad.

Nos estábamos olvidando de un ser por el que daríamos la vida.

Sucedió entonces algo que habíamos descartado, pues el orgullo nos había invadido: quemamos, por así decirlo, nuestra lista de agravios, nos pedimos perdón, y descansó nuestro espíritu.

Ya no nos separaremos, hemos decidido desandar el camino para retornar al punto en que nos perdimos y estamos dispuestos a recibir ayuda para ello.

La pérdida de la unión de los padres, no puede ser atenuada por una alternativa en la que se encontrarán no “unidos”, sino “separados”. En la experiencia clínica se demuestra que el hijo sufre muy severamente la desaparición de la realidad de esa unión, aunque siga teniendo un padre y una madre.

Por Orfa Astorga de Lira

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