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La Misericordia de Dios salvó mi vida

PIĘKNA KOBIETA
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Claudio de Castro - publicado el 28/07/21
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No te pierdas el fuerte testimonio de una lectora de Aleteia: "He renacido"

Desde que coloqué mi e-mail en los escritos que publico, recibo cientos de testimonios de nuestros lectores.

En Aleteia nos sentimos muy agradecidos por el apoyo que ustedes nos brindan con sus oraciones, y con las bellas historias que nos comparten.

Esta mañana al abrir el correo encontré un testimonio diferente, fuerte y hermoso a la vez. Es edificante y me pareció que valdría la pena compartirlo contigo. La autora pensando en el bien que podría hacer, nos autorizó. Léelo con atención. Tocará tu alma.

Mi experiencia con Dios está basada en su  Misericordia. 

Él me ha dado miles de ocasiones para volver a su Corazón, pero el mío lo usaba como si Jesús y María fuesen una superstición sin verdadera fe, sin querer tener nunca un verdadero compromiso de amor. 

He faltado a casi todos los mandamientos, a casi todos, lo digo muy tristemente. Darme cuenta de que he crucificado a Jesús una y otra vez, una y otra vez...

Le veo orando por mí en el desierto, en el monte de los olivos, en su trabajo de carpintero, en medio de sus amigos y, sobre todo en Getsemaní y en la Cruz.

Le he hecho sudar sangre, le he golpeado, le he puesto una corona de espinas trenzada por mí, me he burlado de Él, le he crucificado.

Y siempre ha dicho: “Padre, ¡perdónala, porque no sabe lo que hace! Hija, ahí tienes a tu  Madre!”

Yo que no soy nada, no puedo creer que sea tan importante para mi Dios. Pero, sin merecerlo lo soy.

Un día cualquiera, pensando que ya estoy restando tiempo a mi vida (tengo 60 años), sentí un enorme dolor y una gran necesidad de confesarme, no porque me fuera a morir que yo supiera. Era como un llamado interior, una urgencia a la gracia Divina.

Empecé a recordar mi vida y a escribir mis pecados. ¡Sentía una vergüenza tan grande!

También me di cuenta de que, a pesar de todo, Dios misericordioso me daba la oportunidad de reconciliarme con Él y yo ansiaba una paz que nunca había tenido, pero que presentía. 

Recordé el salmo 40 y oré con un fervor inusitado, desconocido, antes de entrar al confesionario. Tenía la certeza del amor infinito y la gran misericordia de Dios.

Me confesé y comprobé que su perdón tocaba mi alma. Exclamé emocionada y agradecida:

“¡Gloria a Dios misericordioso y eterno! ¡Gloria al Dios del Amor!”

Jesús me ha tirado del caballo desbocado que ha sido mi vida. He renacido. Él me permitió afinar en los recuerdos pasados para no dejar ni una pequeña mancha en mi alma. 

Ahora sé conscientemente que, a pesar de todo, nunca jamás me ha abandonado. Él no ha querido que muriese sin conocer la verdadera Vida. 

Hacer Su Voluntad es lo más delicioso que he probado nunca. 

Todos los días, a todas horas le suplico que me permita amarle. Quiero amarle sobre todas las cosas. Con su Amor en mí, no volveré a hacerle daño de ningún modo.

¡Dios mío, quiero morir de amor!

¡Sólo deseo abrazarte en Tu pasión, dame tu dolor que nos salva,

 el dolor de tu Madre, el de san Juan y las santas mujeres!

¡Todo es poco para compensar tu Amor!

¡Dame el don de lágrimas!

MEDJUGORJE

Veo mi alma como la ve Jesús, que a pesar de eso me ama y me atrae. 

Confesar toda una vida es duro. Pero es más duro ser consciente de las consecuencias, no sólo en mí, sino en mi prójimo y en mi Dios. 

Por eso a todos les recomiendo una buena confesión sacramental para que restauren su amistad con Dios y se llenen de una renovada esperanza que cambiará sus vidas.

 Gracias por leer mi testimonio.

¡Dios les bendiga!

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