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¿Qué tengo que hacer? La clave para encontrar la respuesta

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 14/07/21

¡Cuántas empresas se han hundido en este tiempo de pandemia! ¡Cuántos sueños han fracasado! Todo me da experiencia

Me gustaría ser prudente con la prudencia de Dios. Escuchar su voz y saber lo que corresponde hacer y vivir en cada momento. Pero no estoy a la altura que necesito para vivir como Dios quiere. Dice la Biblia:

“Hijo mío, si aceptas mis palabras y conservas mis consejos, prestando oído a la sensatez y prestando atención a la prudencia; si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia; si la procuras como el dinero y la buscas como un tesoro, entonces comprenderás el temor del Señor y alcanzarás el conocimiento de Dios. Porque es el Señor quien da sensatez, de su boca proceden saber e inteligencia. Él atesora acierto para los hombres rectos, es escudo para el de conducta intachable, custodia la senda del deber, la rectitud y los buenos senderos. Entonces comprenderás la justicia y el derecho, la rectitud y toda obra buena”.

La sensatez, la prudencia, la sabiduría, la inteligencia. Aprender a decidir lo correcto y sabio en cada circunstancia. Escuchar la voz de Dios, hacer caso a lo que me pide.

¿Cómo aprendo a discernir lo que tengo que hacer hasta en los más pequeños detalles de mi vida?

Escuchar las voces de Dios cuando me habla en los acontecimientos que suceden.

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¿Qué me dice Dios con lo que sucede?

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Quiero detenerme a auscultar su voz. Lo que pasa no me es indiferente.

Cualquier suceso. Una alegría o una desgracia. Algo provocado por mis actos o aquello que sucede sin que yo intervenga. Me está hablando Dios en todo lo que me pasa.

Quiero ser prudente y sensato. Sabio con la sabiduría de Dios. Decía un entrenador de fútbol:

“En la vida no hay revanchas, y sí oportunidades”.

Y es así. Un fracaso me abre a posibles futuros éxitos. Una pérdida me conduce por el camino de nuevos encuentros.

Una ausencia deja paso a otras vidas que llenan el vacío. Un error es el comienzo de un acierto.

En mis manos está ver la vida como una oportunidad. Incluso aquello que me parece oscuro y triste, duro e insoportable.

No tanto entender las cosas sino saber qué hacer

No me corresponde a mí entender los caminos de Dios. Como si tuviera que darle mi visto bueno a todo lo que me sucede.

Muchas cosas me incomodan, me duelen, me dejan insatisfecho. Puedo negarlas o apartarlas cerrando los ojos para no ver lo que no me gusta. O puedo querer darle un sentido a lo que carece de sentido aparente.

No sobrenaturalizo todo lo que vivo. Hay cosas que son un asco y ya está. No pasa nada por pensarlo, por decirlo, por gritarlo. Incluso se lo digo a Dios en mi rabia, en mi pena.

No estoy de acuerdo con lo que sucede, le digo, no para que lo cambie, sino para que me oiga. Porque le hablo a mi Dios como a un amigo.

Y espero que me mire conmovido y me abrace dándome paz en medio de mis batallas.

No quiero entender, sólo saber cómo tengo que actuar a partir de ese momento. Prudencia para elegir bien los pasos a dar.

Para no herir a nadie, para no cometer errores de consecuencias dolorosas. Para no ser esclavo de mis dependencias y adicciones. Para no caer en la fuente de todos mis pecados.

Elegir desde la libertad de hombre libre, hombre sabio, hombre de Dios. Decidir aunque me duela incluso lo que tenga que decidir. Aunque la decisión no me beneficie o no sea fácil aquello a lo que me compromete.

Equivocarse, un paso necesario para el éxito

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Lo que me sucede tiene una influencia subjetiva en mi alma. Lo percibo desde mi originalidad, desde lo que soy.

El otro día leía una entrevista realizada a un CEO. Una de esas personas a las que uno considera exitosa.

Y le preguntaban por la clave de su éxito. Lo primero, decía, es tomar las decisiones correctas.

Entonces le preguntaron cómo se tomaban siempre las decisiones correctas. Y él dijo: gracias a la experiencia.

Y entonces, ¿cómo se logra tener experiencia? Y él contestó: Con decisiones equivocadas.

La experiencia en la vida me la dan las decisiones equivocadas. No es el final de todo cuando no acierto en mi sueño, o no logro lo que me había propuesto.

El fracaso guarda también un secreto

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¡Cuántas empresas se han hundido en este tiempo de pandemia! ¡Cuántos sueños han fracasado! Todo me da experiencia.

El fracaso no es el punto final. Es sólo el inicio de un nuevo camino. La experiencia me ayudará a decidir mejor.

No puedo hundirme cada vez que no salen bien las cosas. Quiero vivir aprendiendo de mis equivocaciones. Eso me da sabiduría y mucha humildad. San Pablo me lo deja claro:

“Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale”.

1 Corintios 1, 27-31

El poder de lo débil

Lo débil del mundo frente a lo que es fuerte y poderoso. Lo humilde y poco brillante, ante lo que destaca por su luz y apariencia.

Dios me elige a mí en mis errores y caídas y conmigo quiere construir un mundo mejor, eso me alegra el alma.

Confío siempre en todo lo que Dios puede hacer conmigo. En todo lo que puede construir desde mis cimientos rotos y caídos.

Yo puedo elegir, puedo decidir, puedo optar por el camino que creo que Dios me pide.

Busco en mi corazón una voz que me encienda, me calme o me dé paz para seguir un camino concreto.

Quiero decidir yo y no dejar que el tiempo tome por mí las decisiones. Quiero elegir mi forma de vivir la vida, mi manera de hacer las cosas.

Con corazón humilde porque no todo lo sé y no todo está claro. No me importa equivocarme. Siempre puedo volver a caminar.

Guardo en mi corazón la voz de Dios diciéndome que haga lo que haga Él no me suelta y va conmigo.

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