“Con 10 años a todos nos fascinan unas zapatillas Lelly Kelly con sus luces de colores, pero con 16 años ya no nos gustan tanto; si con 16 años no salimos de casa sin los últimos sneakers de moda, ¿cómo no nos preocupa seguir con la misma fe de cuando hicimos la Primera Comunión?”
Hace un tiempo, me topé con estas palabras en un vídeo de don Alberto Ravagnani, un joven sacerdote italiano youtuber. El vídeo se titula “Perché avere fede non è da sfigati (W la Fede!)” es decir, “Por qué tener fe no es de pringados (viva la fe)”.
Y es que los zapatos dan pie (¡nunca mejor dicho!) para muchas comparaciones. ¿Se puede educar con un par de zapatos? Algunos dirán que sí, que todavía se acuerdan de cómo “educaban” ciertos golpes en el trasero… Pero no se trata de eso.
En una entrevista a la revista italiana “Scarp de’ tenis” (en milanés, “deportivas”), el Papa Francisco afirmó: “ponerse en los zapatos del otro significa servicio, humildad, generosidad, que es también la expresión de una necesidad. Necesito que alguien se ponga en mis zapatos. Porque todos necesitamos comprensión, compañerismo y un consejo. Cuántas veces he conocido a personas que, después de haber buscado consuelo en un cristiano, ya sea un laico, un sacerdote, una monja, un obispo, me dice: «Sí, me ha escuchado, pero no me ha entendido.» Entender significa ponerse en los zapatos de los demás”.
La empatía es la capacidad del ser humano de ponerse en el lugar del otro. Educar en la empatía significa educar en la sensibilidad de considerar los sentimientos del prójimo.
Por tanto, los niños empáticos serán, en un futuro, adultos respetuosos, bondadosos y humanitarios con un gran potencial para cambiar la sociedad.
La sabiduría del refranero popular también hace uso de un par de zapatos: “a la fuerza, ni el zapato entra”. ¡Qué importante es la virtud de la paciencia! , y sobre todo cultivada ya desde niños. A veces queremos las cosas de forma inmediata, pero todo requiere su tiempo: hasta la tarea de calzar un zapato. Además, como nos recuerda el papa Francisco, la paciencia “es exactamente lo contrario a la resignación”. (Homilía, 18 de febrero de 2018).
También es importante que desde la infancia aprendamos la trascendencia de agradecer lo que se tiene, incluso si sólo se trata de un simple par de zapatos. Este agradecimiento nos hace más fuertes y felices.
Hablando de los zapatos del otro, quien ha visto el corto “Mis zapatos” recordará que en él se refleja perfectamente el drama común del ser humano de no saber disfrutar de lo que cada día se nos regala.
Pero no olvidemos algo también muy importante ¡Qué tesoro tan grande hay escondido en el amor con el cual realizamos las cosas más “insignificantes” de la vida diaria! ¡Qué bonito y educativo es para la familia que los niños puedan disfrutar del “encargo diario”, de limpiar los zapatos del colegio de sus hermanos!
De este modo, se pone de manifiesto la misión de la Iglesia en el mundo: servir. ”Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13, 15). Se trata de un simple gesto en el cual recae la vocación de servicio, amor y humildad de todo cristiano.
Todos hemos sufrido alguna vez la desagradable experiencia de tener una piedra en el zapato, cuya presencia es muy incómoda y no nos permite seguir nuestro camino. En nuestra vida espiritual también existen esas piedras. Desde niños podemos aprender a estar muy atentos a aquello que no nos permite caminar. El Señor nos regala la oportunidad de sacar rápidamente a través de la confesión las piedras del pecado para no detenernos en nuestro peregrinar hacia Dios.
Por lo tanto, levántate, sonríe y agradece el hecho de tener un par de zapatos, trátalos con cariño, cuídalos, enamórate de ellos, pero sobre todo, cuando camines, no te olvides de ponerte, de vez en cuando, en los zapatos del otro.