El desánimo es una tentación que hay que apartar. La mejor receta ante nuestras caídas es la esperanzaCon la madurez, disponemos de mayor conocimiento de nosotros mismos. Esto hace que a veces “descubramos” no solo cuáles son nuestros defectos sino lo mucho que nos cuesta luchar contra ellos y superarlos.
Entristece cuando uno ve que una y otra vez cae en el mismo defecto: el que es colérico se enfada una y otra vez, el perezoso sigue dando excusas para no cumplir sus deberes cuando no le apetecen…
Ponernos ante el espejo es a veces frustrante: “Tengo x años y todavía sigo siendo así, con ese defecto”, podemos pensar. O peor: “Con esta edad y parece que cada vez lo hago peor“.
Es el momento de ampliar la perspectiva y salir de nosotros mismos. Los consejos de algunos autores cristianos nos pueden ayudar a enfocar de nuevo la mirada sobre nuestra propia vida y llenarnos de esperanza.
San Josemaría expresa así cómo puedes combatir el desánimo:
Así discurría tu oración: “Me pesan mis miserias, pero no me agobian porque soy hijo de Dios. Expiar. Amar… Y —añadías— deseo servirme de mi debilidad, como San Pablo, persuadido de que el Señor no abandona a los que en Él confían”.
—Sigue así, te confirmé, porque —con la gracia de Dios— podrás, y superarás tus miserias y tus pequeñeces.
El rey David como ejemplo
Si alguna vez te abate la tristeza al verte miserable, acude a la figura del rey David, que fue capaz de conducir a la muerte a otro hombre solo por darse un capricho sexual. David, arrepentido, escribió un hermosísimo texto que salía del arrepentimiento de su corazón y hoy se recoge en el salmo 51 de la Biblia:
¡Ten piedad de mí, oh Dios, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado!
Porque yo reconozco mis faltas
y mi pecado está siempre ante mí.
Contra ti, contra ti solo pequé
e hice lo que es malo a tus ojos.
(…)
Tú amas la sinceridad del corazón
y me enseñas la sabiduría en mi interior.
Purifícame con el hisopo y quedaré limpio;
lávame, y quedaré más blanco que la nieve.
Anúnciame el gozo y la alegría:
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta tu vista de mis pecados
y borra todas mis culpas.
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
que tu espíritu generoso me sostenga:
(…)
Abre mis labios, Señor,
y mi boca proclamará tu alabanza.
(…)
mi sacrificio es un espíritu contrito,
tú no desprecias el corazón contrito y humillado.”
Y Dios escuchó su plegaria. Transcurridos los siglos, David es hoy para nosotros un modelo a seguir.
El peligro de desesperarse
San Juan Crisóstomo advierte que hundirse por culpa de nuestras faltas es un peligro:
¡No desesperéis nunca! Os lo diré en todos mis discursos, en todas mis conversaciones; y si me hacéis caso, sanaréis. Nuestra salvación tiene dos enemigos mortales: la presunción en la inocencia y la desesperación después de la caídas; este segundo es con mucho el más terrible.
Si te desanimas, el diablo te atrapará
Y explica que el hecho de desanimarnos es precisamente lo que pretende el diablo:
Nuestro pérfido adversario no ignora esto, por eso, en cuanto nos ve agobiados por el sentimiento de nuestras faltas, se lanza sobre nosotros e insinúa en nuestros corazones sentimientos de desesperación, más pesados
que el plomo. Si les damos acogida, ese mismo peso nos arrastra, nos soltamos de la cadena que nos sujetaba y rodamos hasta al fondo del abismo.
Joseph Tissot publicó hace años el libro “El arte de aprovechar nuestras faltas” y en él recogía las enseñanzas de san Francisco de Sales. La obra es hoy un clásico de espiritualidad cristiana.
Según explica Tissot, aprovechar nuestras faltas nos servirá, entre otras cosas, para:
- humillarnos por el conocimiento de nuestras miserias.
- aumentar nuestra confianza en la misericordia de Dios.
- hacernos más piadosos.
- aumentar nuestra devoción a la Santísima Virgen.
Miren que esperanzador el texto de san Pablo a los Filipenses, que puede aplicarse a todos:
Estoy firmemente convencido de que aquel que comenzó en ustedes la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús.
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