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Santos que tuvieron discapacidades

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Shutterstock | vcha

Luisa Restrepo - publicado el 12/08/20

Físicas e intelectuales, no fueron un obstáculo para unirse a Dios, sino más bien lo contrario...

Los santos también sufrieron discapacidades permanentes. Su vida es testimonio de fortaleza y de confianza en la gracia de Dios, que supo engrandecer su debilidad y usarla para el bien de la humanidad.

Acá te contamos algunas historias sobre ellos:

San Ignacio de Loyola

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Este santo vasco nacido 1491 en el castillo de Loyola en Guipúzcoa, norte de España, tuvo a los 30 años una herida de guerra en una pierna. A pesar de múltiples intervenciones, esta quedó deforme y más corta, lo que lo llevó a ser cojo de por vida.

Su cojera no le impidió llevar a cabo grandes peregrinaciones y trabajos incansables durante toda su vida. Fue el fundador de la Compañía de Jesús, escribió los famosos Ejercicios Espirituales y dirigió la congregación que fundó durante 15 años.

Como casi cada año se enfermaba y después volvía a obtener la curación, cuando se enfermó por última vez, nadie se imaginó que iba a morir. Murió súbitamente el 31 de julio de 1556 a la edad de 65 años.

En 1622 el Papa lo declaró santo y después Pío XI lo declaró Patrono de los Ejercicios Espirituales en todo el mundo. Su comunidad de Jesuitas es la más numerosa en la Iglesia católica.


ST IGNATIUS,LOYOLA

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San José de Cupertino

WEB SAINT JOSEPH COPERTINO PARRISH ©Parrocchia San Giuseppe Copertino WP
©Parrocchia San Giuseppe Copertino

Nació el 17 de junio de 1603. Fue un fraile napolitano, que tuvo fenómenos místicos como la levitación. Es considerado patrono de los viajeros en avión, de los aviadores, de los mentalmente discapacitados y de los estudiantes en exámenes, esto último por las dificultades que atravesó en su etapa de estudiante.

A los 17 años pidió ser admitido como franciscano en la Orden de los frailes menores conventuales, pero no lo logró por su escasa formación escolar.

Perseverando, intentó en vano entrar a los Hermanos menores reformados, y después, solicitó ser recibido por los capuchinos.

Fue aceptado como hermano lego, pero no logró terminar el año de noviciado y fue expulsado por ineptitud.

Gracias a la ayuda de un tío conventual, ingresó como terciario y mandadero en el convento de Grotella.

Pronto, por su humildad, su amabilidad, su espíritu de penitencia y por su amor por la oración, se fue ganando el aprecio de los religiosos.

En 1625, por votación unánime de todos los frailes, fue admitido como religioso franciscano.

Estudió para ser sacerdote, pero no le iba nada bien en los exámenes. La única frase del Evangelio que sabía completamente bien era: “Bendito el fruto de tu vientre Jesús”.

Al empezar el examen, el jefe de los examinadores dijo: “voy a abrir el Evangelio, y la primera frase que salga, será la que tiene que explicar”. Cuando le tocó a José salió precisamente la única frase que el Cupertino se sabía perfectamente.

Fue ordenado sacerdote en 1628. Durante 10 años ejerció el sacerdocio en Copertino. Murió el 18 de septiembre de 1663 y fue canonizado por el papa Clemente XIII, el 16 de julio de 1767.

Antonieta Meo

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Llamada cariñosamente Nennolina, nació en Roma el 15 de diciembre de 1930. A los tres años frecuentó el jardín de infancia de unas religiosas y a los 5 años se inscribió en la Acción Católica, en el grupo de las más pequeñas.

A los 6 años, un osteosarcoma le obliga a la amputación de la pierna izquierda. Ya a aquella edad tenía un concepto del valor del sufrimiento incomprensible sin la gracia de Dios.

Una religiosa enfermera de la clínica testimonió: “una mañana, mientras ayudaba a la enfermera que ordenaba el cuarto de la niña, entró su papá, el cual, después de haberla acariciado, le preguntó: ¿Sientes mucho dolor? Y Antonieta: papá, el dolor es como la tela, cuanto más fuerte más valor tiene”. La religiosa añadió: “si no lo hubiese escuchado con mis propios oídos, no lo hubiera creído”.

Comenzó a ir a la escuela primaria a los 6 años, con una prótesis que le provoca mucho dolor, pero todo lo ofrecía a Jesús: “Cada paso que doy que sea una palabrita de amor”.




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La noche de Navidad de 1936 recibió la Primera Comunión y pocos meses después la Confirmación.

La amputación de la pierna no bloqueó el tumor, que se extendió a la cabeza, la mano, el pie, a la garganta y a la boca. Tanto los dolores de la enfermedad como los tratamientos eran muy fuertes.

Murió en medio de muchos dolores. No había cumplido ni siquiera 7 años. Fue declarada venerable por el papa Benedicto XVI el 17 de diciembre de 2007.




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