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¿Cómo tratas a tu pareja después de discutir?

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Tina Martinec Selan - publicado el 20/05/19 - actualizado el 25/09/22

Las discusiones forman parte de la vida matrimonial, aunque seguramente hay cosas que se pueden mejorar

A veces, las peleas son pequeñas y no nos afectan tanto. Pero otras veces se produce una gran discusión, o incluso una serie de grandes peleas que literalmente hacen tambalear al matrimonio. ¿Hay alguna estrategia para afrontar los momentos de crisis, y de evitar que sean el comienzo de una ruptura más grave?

Seamos realistas

Todos sabemos que una vez que la pelea estalla y que las emociones se disparan, es difícil parar. Es muy difícil, por muy tranquilos y dominados que nos mostremos, que no digamos o hagamos algo en el calor del momento, que no empeore aún más la situación.

Lo más difícil es saber cómo detenernos a su debido tiempo antes de decir algo realmente difícil de “arreglar”: se trata de la virtud de la autodisciplina, que todos debemos aprender.

Es muy útil si podemos empezar a acostumbrarnos a no acusarnos el uno al otro durante la disputa, sino a hablar solo desde el punto de vista de nuestra propia experiencia (o problema). En lugar de decir: “¡Deja de gritarme!”, será mejor que digas: “Me bloqueo si me gritas”.

Tomemos un tiempo para “enfriarnos”

Si fue una gran pelea, a veces necesitamos algún tiempo para calmarnos y volver a abordar juntos el problema. Entonces, nos ayuda si podemos retirarnos físicamente para poder reflexionar a solas; por ejemplo, es buena idea irnos a otra habitación durante una hora o dos o, mejor aún, salir a caminar.

De esta manera ganamos cierta distancia desde la cual miramos el problema. Por lo general, además, también vemos nuestros propios errores o respuestas incorrectas, lo que nos permite estar más preparados para volver a comenzar desde una actitud más humilde.

Encontremos el enfoque correcto del problema

Con frecuencia, la razón de la pelea es algo superficial, una equivocación por parte de alguno de los dos, que no tendría por qué provocar esta avalancha de emociones. Pero nos equivocaríamos si nos quedáramos en la superficie: es necesario rascar e ir a la verdadera causa. Nos sentimos afectados porque sentimos que el cónyuge no nos ha escuchado en una de nuestras necesidades más profundas.

Por ejemplo: el hombre olvidó dejar las llaves del auto en casa, lo que hace que su esposa se enfade muchísimo. En realidad, no se trata solo de llaves olvidadas, sino del hecho de que la mujer siente que su esposo no se preocupa por ella, porque si lo hiciera, no se olvidaría de dejar sus llaves.

A menudo, nuestro cónyuge nos perturba mucho por algo que en realidad, también tiene la causa en nosotros. Dicen que podemos reflejar en nuestro cónyuge nuestras propias deficiencias, de las que ni siquiera somos conscientes o que hemos enterrado profundamente en nosotros para que nadie las perciba.

Nos ofende que nuestro cónyuge se arrogue el “derecho” de ser incompleto en algo que creemos que es nuestro punto débil. Si uno lo piensa honradamente, muchas de las reacciones de ira en el matrimonio tienen que ver con esto.

Y a veces el cansancio, el hambre (hacer dieta, por ejemplo, puede aumentar la irritabilidad), el estrés, etc el que lleva a magnificar las discusiones. Una buena idea es identificar esos estados carenciales y ponerles remedio en la medida de lo posible.

¿Quién debe dar el primer paso?

El poder o la emoción de nuestra respuesta no es responsabilidad del otro, sino solo nuestra. Lo mismo ocurre con la rapidez con que nos calmaremos y restableceremos la comunicación después de la pelea. Si ambos cónyuges se comportan de modo que sólo esperan a que el otro dé el primer paso hacia la reconciliación, entonces, sabemos, la represalia puede ser muy prolongada. Entonces, ¿quién debe dar el primer paso?

Lo siento, no hay excusas: tiene que darlo el que es más capaz en una situación dada (o en general). Si yo siento que podría hacer el primer gesto de reconciliación, entonces tengo la responsabilidad de hacerlo.

Con la lógica de “que primero se acerque el otro” o de que “no quiero ser siempre el primero en dar el paso” no vamos a ninguna parte, porque el matrimonio no es una competencia o un pacto legal donde el que la hace la paga, sino una obra en la que estamos llamados a crecer interiormente nosotros mismos, y después, a hacer crecer la relación.

Si eres creyente, este paso tiene un claro contenido espiritual: si es difícil acercarse al otro después de una pelea, piensa que darás este paso por Jesús.

Las diferencias son el camino del crecimiento personal

Sin pruebas ni obstáculos, las personas nunca se habrían convertido, mejorado o crecido en su interior. Sí, es más fácil para todos permanecer en la burbuja segura de nuestra propia zona de confort, desde la cual no necesitamos movernos a ningún lado.

El matrimonio, con todas sus caídas y desafíos, es para nosotros la forma más clara de no “aferrarnos” a nuestro ego. Por supuesto, éste siempre es el primero en querer estar seguro, y seguro de sí mismo, y también le gusta mucho el papel de la víctima. Si permitimos que el matrimonio nos “desinstale” y aprendemos a ver nuestras discusiones a través de un prisma más amplio, podremos darnos cuenta que cada disputa es una oportunidad personal para que demos otro paso más para mejorar y, como pareja, si lo resolvemos, es también la oportunidad de estar aún más conectados.

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