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7 hábitos que empobrecen nuestra mente

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Leszek Glasner - Shutterstock

Incrível.Club - publicado el 17/04/18

Nuestras costumbres influenyen en nuestro estado físico y emocional

Nuestras costumbres influencian nuestro estado físico y emotivo, además de programar la manera en que nuestro comportamiento definirá quienes somos. Si es así, es importante poner fin a algunos hábitos, entre los cuales:

1 – La autocompasión exagerada

Las raíces de la pobreza empiezan a crecer cuando la autocompasión exagerada lleva a quejas sobre cuán miserable es nuestra vida.

Empezamos a pensar que no tenemos el sueldo que deseamos, que la educación que hemos recibido no es la que necesitábamos, que nuestra casa no es como la de las revistas, que el clima de hoy no es bueno, el dependiente no nos escuchó como habría debido y todo, absolutamente todo, puede ser un motivo para sentir compasión por uno mismo y echarle la culpa al hecho.

Las personas que tienen el hábito de la autocompasión exagerada pierden el respeto en relación a quien los rodea.

Está claro que nadie soporta durante mucho tiempo a una persona del género, que siempre tiene malas noticias. Por ejemplo, nadie espera nada de un hipocondríaco crónico, y es muy poco común que sea invitado o considerado para cualquier ocasión.

Para una persona del género es muy difícil mantener relaciones personales que son, en cambio, importantes para la carrera profesional (el networking) y para obtener un trabajo nuevo e interesante.

La autocompasión exagerada es la mejor manera para obtener un sueldo mediocre y tener una vida sin grandes alegrías.

2 – Economizar en todo

Si buscas siempre las ofertas, si piensas que el sueldo de tus colegas siempre es más alto que el tuyo aunque trabajen menos, si no prestas nunca nada a nadie o no dejas propina a los meseros, significa que el hábito de la pobreza ya ha anidado alrededor de ti.

Los expertos dicen que economizar en todo de manera compulsiva está muy lejos de ser un signo de atención. Al contrario, es un síntoma que refleja la incapacidad de compensar ganancias y pérdidas.

3 – Medir todo en términos monetarios

Pensar que la única forma de ser felices es tener un sueldo lleno de ceros es un signo de pobreza de espíritu. Se equivoca quien cree que la felicidad consiste en hábitos caros, una casa propia o un coche nuevo.

Los sociólogos afirman que si la respuesta a la pregunta “¿Qué necesitas para ser feliz?” empieza con una lista de bienes materiales hay pobreza de espíritu.

Las personas con un punto de vista más equilibrado mencionan siempre el amor y la amistad en primer lugar. El aspecto interesante es que este último tipo de personas no habla casi nunca de cuentas bancarias porque piensa que la riqueza se mide en base a la capacidad de generar valor. Una persona realmente de éxito no depende del contenido de su cartera.

4 – Entrar en pánico cuando se acaba el dinero

Si te pones ansioso cuando piensas que puedes ser el próximo en la lista de los despedidos de la empresa, puede ser síntoma de una mente programada para la pobreza.

La verdad es que el dinero es un recurso que va y viene.

5 – Gastar más de lo que se gana

Si haces dos trabajos y aún así no logras pagar las cuentas, quizá ha llegado el momento de cambiar algo en tu vida. Si una persona no logra entender su situación económica, quizá nunca logre conocer la estabilidad económica.

6 – Hacer cosas que no te gustan

¿Si no lo hago yo quién lo hará?

Los psicólogos afirman que las personas cuyo puesto de trabajo no les satisface están potencialmente programados para la pobreza y para la llamada “mala suerte”.

El motivo son los sentimientos que se despiertan en la persona que tiene que tratar temas que no le gustan.

Para salir de este ciclo no debes hacer lo que otro necesita, sino lo que te provoca más satisfacción. Sólo de esta manera podemos ver resultados “milagrosos”.

7 – No tener una buena relación con la familia

Aunque pueda no parecer tan grave, tener una mala relación con la familia puede provocar una especie de tabú mental y un malestar que se puede transformar en odio.

El odio a su vez se transforma en amargura, y la amargura en pobreza mental, que no permite el cambio ni el perdón.

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