De niños a adolescentes, esta es la mejor manera para conectar, unir, reconstruir, y enseñar
Imagina una relación entre padre/madre e hijo basada únicamente en la autoridad y sin ninguna espontaneidad. Eclipsaría totalmente la autoestima del niño, su alegría y su sentimiento de ser valorado. Y ¿qué pasaría una vez que el niño esté libre de la autoridad de sus padres? ¿Qué pasa con esa relación? Probablemente se quede en poco. En el mejor de los casos, el hijo conserva un sentimiento de deber hacia sus padres; en el peor, siente indiferencia u odio, ya que siente que nunca existió de verdad a ojos de sus padres.
Nadie quiere algo así. De modo que, ¿qué debería añadirse a la relación parento-filial para que esté marcada con amor afecto, conexión y confianza duraderos? ¡Juegos! ¡Y humor!
Jugar para construir una relación parento-filial fuerte y sostenible
El psicólogo Lawrence Cohen, especializado en terapia con juegos, está convencido de que es fundamental un fuerte apego a los padres para el desarrollo de los niños. Para este fin, propone basar la relación entre padres e hijos no solo en la autoridad, sino también en los juegos, a través de la noción de “educación lúdica”.
En su libro Playful Parenting: An Exciting New Approach to Raising Children That Will Help You Nurture Close Connection, Solve Behavior Problems, and Encourage Confidence [Educación lúdica: una perspectiva nueva y emocionante para educar a vuestros hijos que os ayudará a cultivar una buena conexión, solucionar problemas de comportamiento y motivar la confianza], Lawrence Cohen escribe: “Jugar es una de las mejores formas de establecer contacto con un niño, sacarle de su aislamiento o guiarle para cambiar su comportamiento hasta que se restauran la conexión y la confianza”.
Ponernos al nivel del niño y entrar en su mundo es fundamental para ganarnos su confianza y expresar amor. Lawrence Cohen añade que “los juegos y el humor hacen posible la restauración de ese profundo vínculo emocional entre padres e hijos. Los juegos, con toda su exuberancia y el placer social que aportan, pueden aliviar el estrés de la educación. Una educación lúdica es una forma de entrar en el mundo del niño, en los términos del niño, para poder fomentar la cercanía, la confianza y la conexión”.
Jugar alimenta una necesidad fundamental en el niño: el apego
¿Qué es la necesidad de apego? El psicoanalista John Bowlby la define como un instinto que conduce a una necesidad vital de ser escuchado, comprendido y apoyado por uno o más seres queridos. Está demostrado que los niños tienen una necesidad vital de cariño.
“Se puede ilustrar la necesidad de apego con la imagen de un depósito vacío de hambre, fatiga, aislamiento o daño. ¿Cómo podemos llenar ese depósito? Amando al niño, ofreciéndole contacto físico, ternura y consolándole o nutriéndole. Calmándole cuando esté disgustado y jugando y conversando con él cuando esté de buen humor”, explica Lawrence Cohen.
Según el psicólogo, la mayoría de problemas de comportamiento en los niños están vinculados con un problema de apego o cariño: el depósito no está lo suficientemente lleno o no se rellena con bastante frecuencia. Los juegos son una manera de que el adulto pueda llenar el depósito o detener las fugas.
Los juegos nos ayudan a enseñar habilidades vitales
A respetar las normas, a no hacer trampas, a saber perder, a gestionar las emociones propias, a esperar al turno de cada uno, a trabajar en equipo… Hay muchísimos comportamientos que pueden aprenderse a través de los juegos y que los niños necesitan utilizar en la “vida real”.
¿Qué pasa con los padres a los que no les gusta jugar?
Un juego no implica necesariamente interminables partidas de Risk o Monopoly ni horas y horas en el suelo con las Barbies o los Legos. La psicoterapeuta Isabell Filliozat se refiere a los juegos como “todas las interacciones lúdicas y divertidas entre padres e hijos”. Puede ser un juego muy corto, una imitación, una voz divertida durante la cena o simplemente sentarte junto a tu hijo o hija mientras construye una torre con los juguetes. Puede que resulte aburrido a veces, pero Filliozat insiste: “Merece la pena porque el juego es una oportunidad maravillosa de forjar vínculos”.