Generosidad es pensar y actuar hacia los demás, hacia fuera, no hacia adentro
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Nuestra época exalta como valores supremos la comodidad, el éxito personal y la riqueza material. Sin embargo el egocentrismo nos lleva a la infelicidad.
Cuando la atención se vuelca hacia el “yo”, se acaba haciendo un doble daño: a los demás mientras se les pasa encima, y a uno mismo, porque a la postre se queda solo.
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Quienes realmente han hecho algo que ha valido la pena en la historia de la humanidad han sido los seres más generosos.
Pero ¿qué es generosidad?
¿Es dar limosna a un niño de la calle? ¿Es invertir mi tiempo en obras de caridad? Sí. Definitivamente eso es generosidad, pero también es generosidad escuchar al amigo en sus venturas y desventuras; generosidad también es llevarle un vaso de agua al hermano, hermana, padre, madre, esposo, esposa, hijo o hija.
Generosidad es pensar y actuar hacia los demás, hacia fuera, no hacia adentro.
La generosidad es un concepto que se va perdiendo al creer que cuando alguien nos da algo por nada, es que hay una intención detrás. Pero todo lo bueno que hay en la vida de los humanos es fruto de la entrega generosa de alguien.
Y eso bueno se ha obtenido no a base de acumular bienes materiales ni mucho menos de arrebatarlos, sino a base de cariño a los demás y de olvido propio, a base de sacrificio.
A pesar de todo, existen todavía hombres y mujeres dispuestos a ser generosos. Cuando se entrega lo que sólo uno puede dar y que no puede comprarse en ningún centro comercial, es cuando la verdad se ilumina y sobre todo, entendemos y vivimos la generosidad en su más profundo sentido: la entrega de sí mismo.
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A pesar de que no siempre se valora, hay que decir que muchos hombres y mujeres son ejemplos silenciosos de generosidad: la madre que hace de comer, se arregla, limpia la casa y además se da tiempo para ir a trabajar; el padre que duerme solo cinco o seis horas diarias para dar el sustento a sus hijos.
La trabajadora doméstica que todos los días hace las mismas cosas pero que ya se siente de la familia; el estudiante que hace lo que debe obteniendo las mejores notas que puede; la chica generosa que ayuda a sus amigas cuando tienen problemas.
Cuántos actos de generosidad de verdad heroicos. Siempre es más fácil hacer un acto grandioso por el cual nos admiren, que simplemente darnos a los demás sin obtener ningún crédito.
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Y es que a veces tendemos a buscar el propio brillo, la propia satisfacción, el prevalecer sobre los demás y solemos evitar el dar nuestra luz a los demás.
Es obligado pues, que en nuestro primer encuentro con la generosidad nos resulte este valor poco atractivo y quizá hasta incomprensible. Pero verdaderamente la generosidad resuelve muchos problemas.
Dar sin esperar nada a cambio, entregar la vida, volcarse a los demás, ayudar a los que nos necesitan, dar consuelo a los que sufren, eso es generosidad.
Y no es un valor pasado de moda. La generosidad es la puerta de la amistad, el cimiento del amor, la estrella de la sociedad. Y lo mejor de todo es que nosotros podemos ser generosos muy fácilmente. ¿Cómo?
– Sonriendo a los demás siempre.
– Ofreciendo nuestra ayuda.
– Poniéndonos en los zapatos del otro.
– Teniendo un pequeño detalle con nuestra familia, tan simple como dejar que los demás elijan algo qué hacer: ir al cine, a una comida en el campo, o dejar que los demás escojan la película que se va a ver este fin de semana.
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Hay mucha gente que podría consolarse con nuestra ayuda si hacemos un esfuerzo superior. ¿Cada cuánto tiempo vamos a visitar enfermos a un hospital? ¿Por qué no visitar a enfermos terminales?
Puede ser duro, deprimente, podría ser más divertido salir a pasear que ir a un hospital público a ver gente que muy pronto se va a morir. ¡Pues precisamente como nadie lo hace, es el momento de que alguien lo haga!
Seguramente nadie nos dé un aplauso o una medalla por hacerlo, pero vamos a volcarnos hacia los demás, el brillo no importa, lo que importa es que a pesar de nuestros defectos y miserias, podemos hacer una diferencia en la vida de alguien.
Ser generosos no es tan difícil, también es parte de nuestra naturaleza. Ahí donde el yo deje un poco de lugar a los demás y entreguemos lo que tenemos en silencio, sin reflectores, ahí es donde está la paz.
Fragmento de un artículo originalmente publicado por encuentra.com