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¿Por qué los monjes de clausura se “encierran” en sus conventos?

clausura

© Catherine Leblanc / Godong

Monje benedictino de la abadía de Montivilliers (Francia).

Monseñor Jesús Sanz - SIC - publicado el 14/06/14

¿Tienes idea de lo que hacen las monjas contemplativas? Conoce el sentido de los "pulmones verdes" de la Iglesia

En algunos lugares y durante un tiempo se empleó un nombre tremendo para hablar de las monjas llamadas a la vida contemplativa: las “encerradas”. A final de la Edad Media incluso se las denominaba con otro epíteto que era casi cruel: las “encarceladas”.

No ha hecho justicia este modo de señalar sus vidas y sus monasterios. Porque no estaban ni están en sus claustros como fruto de una fuga de un mundo que ni entienden ni las entiende.

Tampoco están allí como consecuencia de una pena carcelaria que purgar en tamaña encerrona cautiva. ¿Quiénes son y qué hacen los monjes y monjas contemplativos?

La discreción de su camino vocacional hace que aparentemente no se dejen notar. Y sin embargo ahí están cumpliendo una preciosa misión; que vale la pena conocer con todo nuestro interés y sostener con nuestro afecto, oración y ayuda en sus necesidades.

Nuestra Iglesia está emplazada a salir, como nos recuerda con frecuencia el papa Francisco; e ir a todas esas fronteras en donde los pobres de tantas pobrezas malviven y sobreviven en su penuria, en su abandono y desesperanza.

Las penurias tienen muchos nombres, como lo tienen los abandonos y el haber perdido la esperanza.

En medio de esta situación y yendo al encuentro de ella, los cristianos están llamados a anunciar el gozo del Evangelio; una Buena Nueva que acerque la bienaventuranza a tantas desdichas. Cada uno con su edad, en su entorno y desde la vocación que ha recibido en la vida.

Entonces viene la pregunta: ¿qué hacen al respecto los contemplativos? ¿No estarían mejor fuera de sus monasterios en las trincheras cotidianas donde se libra la batalla por la vida, por la verdad, la bondad y la belleza?

No, abandonemos ese discurso demagógico de no mucho tiempo atrás; y reconozcamos el bien de gozosa evangelización que estos hermanos y hermanas nos brindan precisamente orando.

Ellos evangelizan con su silencio siendo oyentes y al tiempo portavoces de una Palabra de vida. Y en la paz de sus claustros ellos no se emboban en una quimera vacía; sino que descubren y adoran una Presencia que les constituye en portadores de esa dulce y divina compañía.

Cuando embarrados, cansados y saturados, tocamos la aldaba de la puerta de un monasterio, de pronto entramos en un ámbito que es también nuestro. Porque en él encontramos a quienes nos acogen como huéspedes fraternos; nos lavan las heridas del camino; ponen el bálsamo de la paz en nuestros conflictos; nos nutren con el alimento que jamás caduca; y nos introducen con su cuidada liturgia en la escucha de un Dios que siempre habla y en la adoración de su divina belleza jamás marchita.

Ningún camino cristiano puede agotar las distintas posibilidades que Jesús ha introducido en el mundo al proponernos vivir el Evangelio y construir su Reino con la Iglesia.

Los monjes y monjas contemplativos tienen esta encomienda de acogida, de escucha, adoración e intercesión como testimonio de su modo concreto de seguimiento del Señor que hace tanto bien a los demás.

Evangelizan siendo lo que son, evangelizan orando.

Y como decía Pablo VI, ellos representan en medio de un mundo asfixiante y asfixiado por tantos motivos, una zona verde en donde la vista descansa, el aire que se respira es bondadoso y el corazón vuelve a palpitar latidos de esperanza para seguir luego en la brecha de cada cual con decisión y agradecimiento.

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