Desde las colectas de las primeras comunidades cristianas hasta las grandes organizaciones caritativas actuales como Caritas o Cor Unum, la Iglesia siempre ha vivido la caridad como un elemento esencial de la vida cristiana.
Numerosos católicos emblemáticos han contribuido con su trabajo asistencial y su promoción humana a lo largo de la historia a ayudar a los pobres.
La actividad caritativa y social en la Iglesia es un tema inalcanzable, realmente. Pero el historiador y vicario episcopal del arzobispado de Barcelona Joan Galtés ofreció una amplia visión de la caridad de los cristianos en la historia. Fue en una conferencia en las Jornadas de Cuestiones Pastorales Castelldaura 2014.
Primeros cristianos
Como explicó el sacerdote, ya la Iglesia apostólica, que vivía en situación de marginación respecto a la sociedad pagana, ejercía eficazmente la caridad entre los cristianos.
La Escritura atestigua que los primeros cristianos se sentían unidos y compartían sus bienes.
E incluso organizaban colectas para las comunidades más necesitadas (como la de Macedonia y Acaya para la de Jerusalén).
Desde los primeros siglos, la ayuda a los pobres se realizaba con una cierta organización.
San Pablo menciona entre los diversos carismas o servicios el de ayudar a los demás. Y cuando la asistencia a los pobres provocó algunas tensiones, los apóstoles decidieron elegir a siete hombres dedicados al servicio de la caridad. Entre ellos sobresale Esteban, el protomártir.
Los destinatarios de este servicio eran las viudas, los huérfanos , los esclavos , los enfermos, es decir, los más abandonados por la sociedad de aquel tiempo.
La acción caritativa de los cristianos suscitaba la admiración de los paganos, como certificó Tertuliano en el siglo III en su Apologeticus.
A principios del siglo IV, cuando la Iglesia goza de un reconocimiento público gracias al emperador Constantino, la acción caritativa de la Iglesia se incrementa y se ensancha a toda la sociedad.
Entonces, la Iglesia asumió, en buena parte, la acción social pública. Teniendo en cuenta el contexto general de las costumbres del tiempo, el cristianismo representó la dignificación de las personas. Y la práctica de la caridad hacia los pobres fue predicada con insistencia y practicada eficazmente.
Prueba de ello es el hecho de que el emperador Juliano el Apóstata, cuando quiso restaurar la antigua religión romana desterrando el cristianismo, estableció que en el nuevo orden pagano los pobres fueran atendidos como lo hacía la Iglesia.
Y el mismo emperador reconoce que el único aspecto que admiraba del cristianismo era su actividad caritativa.
Para promover la ayuda a los pobres, la predicación de los Padres de la Iglesia no cesa de inculcar en la conciencia cristiana el valor moral de las obras de caridad.
Y eran considerados buenos obispos los que cuidaban de los pobres, ya fuera personalmente o a través de la diaconía de la Iglesia. Como san Agustín, que edificó un hospital para hospedar a los indigentes y los forasteros.
En Roma funcionaban las siete demarcaciones diaconales que se ocupaban de la distribución de las ofrendas destinadas a los pobres.
En el puerto de Ostia, el 397, se construyó un hospital para acoger pobres y peregrinos, gracias a la herencia de una noble romana llamada Paulina.
También en Ankara, una rica matrona destinó su fortuna al sostenimiento de los hospitales para los pobres.
La Iglesia de Antioquia, en tiempos de san Juan Crisóstomo socorría a miles de pobres de todo tipo.
Pero el complejo asistencial más conocido y mejor dotado fue el que organizó san Basilio en el siglo IV en las afueras de Cesarea de Capadocia, donde encontraban refugio pobres, enfermos, niños abandonados y toda clase de indigentes. Igual hacían las Iglesias Alejandría, Constantinopla y Jerusalén.
Ya desde estos primeros siglos, la acción a favor de los pobres fue una característica del cristianismo, diferenciada de la mentalidad pagana que consideraba la pobreza y el abandono de los necesitados como una ley fatal de la naturaleza.
Para Galtés, “cualquier conocedor de la historia de la civilización no puede dejar de remarcar que la dignidad del pobre y la asistencia al desvalido en la sociedad grecorromana fue fruto del cristianismo y que a la sombra de la Iglesia nacieron y se desarrollaron una multitud de instituciones de beneficencia”.
“También debemos constatar que en el Bajo Imperio, a medida que se iba fundiendo el sustrato pagano del hombre antiguo, sólo el cristianismo fue capaz de humanizar la conciencia social –añade-. La caridad cristiana ve en el pobre, en el enfermo, en el desvalido, la imagen viva de Jesucristo sufriente”.
Las obras de misericordia
Ante las situaciones de pobreza y aflicción, la tradición cristiana ha elaborado un conjunto de recomendaciones concretas para el comportamiento de los católicos en sus relaciones con los demás, de acuerdo con la enseñanza de Jesús.
Son las llamadas obras de misericordia, entre ellas enseñar, alimentar al hambriento, vestir al desnudo, visitar a enfermos presos, acoger a los peregrinos y rescatar a los cautivos.
Las obras de misericordia, además de ser practicadas a nivel individual, también han inspirado a lo largo de los siglos innumerables instituciones eclesiales: escuelas, hospitales, lugares de acogida de transeúntes, centros de distribución de alimentos y comedores, apostolado a las prisiones, así como tantos órdenes religiosas, masculinos y femeninos, de todas las épocas y lugares, que se han dedicado a servicios.
Por ejemplo, órdenes redentoras como los trinitarios o los mercedarios se han dedicado desde finales del siglo XVIII hasta hoy a las cárceles.
Allí ejercen su apostolado entre los aprisionados por todo tipo de delitos y entre sus familias, junto a laicos y sacerdotes desempeñan tareas de voluntariado en las cárceles y para la reinserción social.
Y anteriormente, el cristianismo había favorecido la dignidad de los esclavos, con ejemplos eminentes de caridad hacia ellos como san Pedro Claver, y de su defensa, como Bartolomé de las Casas, y los jesuitas Alonso Sandoval y Antonio Vieira.
La Pia Almoina
Durante los siglos XII y XIII funcionaron en varias diócesis de occidente instituciones de beneficencia que ayudaban a los más marginados organizadas por los capítulos catedrales bajo la tutela de los obispos.
En algunos lugares, conocidas como Pia Almoina, proporcionaban alimento y vestido a los pobres.
En Barcelona y Lérida, su servicio de comedor llegó distribuir hasta 288 y 137 comidas diarias respectivamente.
En otros lugares ofrecía diariamente pan y dinero para la adquisición de alimentos. Los recursos provenían de limosnas y legados.
Unos gestores, llamados limosneros, administradores o ecónomos, se ocupaban de la administración del patrimonio de estas instituciones.
Fueron instituciones caritativas estables, que junto con la red de hospitales, perduraron casi hasta el siglo XIX, adaptándose a las necesidades de cada época.
Como testigos de su importancia quedan en pie grandes edificios góticos y renacentistas en varias ciudades.
Hospitales y orfanatos
En la Edad Media proliferan los hospitales de la Iglesia y se produce también una cierta especialización.
Hombres de Iglesia promueven en muchas ciudades lugares de acogida para enfermos incurables, por ejemplo para leprosos, muchos de ellos atendidos por la orden hospitalaria de San Lázaro.
Todavía hoy la lepra está difundida por Asia, África y América Latina y la Iglesia católica posee en estos lugares cerca de 650 leproserías.
Mientras en el mundo antiguo griego y romano era usual abandonar a la muerte a los niños no deseados, el cristianismo estimuló la creación de los primeros orfanatos.
El famoso hospital de Santo Spirito in Saxi de Roma (1240), que disfrutó del mecenazgo del papa Inocencio III, parece que fue el que inventó el sistema del "torno" para depositar anónimamente los niños no queridos y evitar que fueran tirados al río Tíber.
Estos "tornos" proliferaron en hospitales y conventos de todas partes.
El debate sobre la caridad y la asistencia a los pobres
En el siglo XVI, de grandes transformaciones sociales, culturales y religiosas, se cuestionó la forma tradicional de caridad, considerando que favorecía la mendicidad y el vagabundear, que eran percibidos como peligrosidad social y desorden público.
Grandes personalidades de la Iglesia contribuyeron al debate, como el dominico segoviano Domingo Soto, defensor de la doctrina tradicional de la limosna y el deber cristiano de socorrer a los pobres, y el benedictino Juan de Robles, que defendía la reforma de la asistencia social, y proponía la secularización del patrimonio hospitalario y de la distribución de las limosnas, dejando a manos del clero sólo el control del funcionamiento de las instituciones benéficas.
Años después, el teólogo Miquel Giginta intentó conciliar las dos posiciones, y propuso la necesaria intervención de la autoridad pública ante el progresivo deterioro social de las ciudades.
Concretamente, propuso la creación de Casas de Misericordia, para bien acoger a los pobres verdaderos, y poner en evidencia a los falsos pobres (vagabundos y vagos), sin necesidad de emplear acciones coercitivas.
Estas Casas debían ofrecer acogida, formación, trabajo y oración. Serían financiadas con la caridad de los poderosos y el propio trabajo de los asilados.
La propuesta de Giginta encontró buena acogida social y eclesial, y se puso en práctica en varias ciudades.
Entre los héroes de la caridad en esta época se encuentran san Juan de Dios -el primero que actuó con categorías modernas de cara a la atención a los enfermos y por eso es considerado el creador del hospital moderno-, san Camilo de Lelis –iniciador de una obra que puede considerarse precursora de la Cruz Roja Internacional- y san Vicente de Paúl, que ejerció la caridad en todos los ámbitos pastorales y fundó las Hijas de la Caridad al servicio de los pobres.
Ellos inspiraron a muchas otras congregaciones religiosas similares que contribuyeron a crear la figura de la enfermera moderna.
Una caridad racional
En la época de la Ilustración, la época de la razón y la centralización administrativa, se insistía en que la caridad no debía favorecer la mendicidad.
La Iglesia también multiplicó las obras de asistencia a los pobres -tanto en el ámbito diocesano y parroquial, como en el de las congregaciones religiosas- y de educación de los niños.
San José de Calasanz abrió en Roma en 1597 una escuela totalmente gratuita para niños pobres. Y también iniciaron vastas obras educativas, que perduran hoy, Nicolás Barré, san Juan Bautista de La Salle, la beata Rosa Venerina y santa Lucía Filippini, entre otros.
Las nuevas formas de pobreza ligadas a la expansión industrial encontraron respuesta en el florecimiento sorprendente de nuevas congregaciones religiosas a lo largo del siglo XIX.
Se calcula que en Europa aparecieron un millar de nuevas congregaciones femeninas. Muchas de ellas estaban entregadas a los pobres en dispensarios, hospitales, asilos, guarderías para obreros, educación de la mujer, cárceles, etc.
Ante el socialismo y el carácter pagano del liberalismo económico, los cristianos más comprometidos en la cuestión social vieron que la reforma interior no era suficiente y que era necesario añadir la reforma de las instituciones.
El jesuita Vicente, por ejemplo, fundó en Manresa, en 1864, el Círculo de Obreros. Y difundió por toda la península ibérica instituciones y movimientos de carácter social, como las Cajas de Ahorro, sociedades católicas de socorro mutuo, y viviendas para obreros.
Fue inmenso el esfuerzo realizado por las asociaciones cristianas con el fin de paliar la miseria y los sufrimientos de todos los que componían los cinturones obreros de las grandes ciudades industriales.
A los niños abandonados, las mujeres dedicadas a la prostitución, los ancianos desamparados, los enfermos sin asistencia, los obreros más oprimidos, la enseñanza gratuita, la promoción de las chicas, ... se dedicaron Juan Bosco, José Cottolengo, el obispo Ketteler, los religiosos Gafo, Gerard y Nevares, los sacerdotes Lamennais, Pícaro y Arboleya, e innumerables laicos como Ozanam o Hermel.
Desde el punto de vista magisterial, el papa León XIII publicó, en 1891, la encíclica Rerum novarum.
Es el primer documento pontificio que trataba de estudiar en profundidad el problema social ocasionado por la industrialización, que atribuye al Estado el papel de promotor del bien común y promociona la clase obrera.
Ya entrado el siglo XX, aparecieron las grandes encíclicas sociales de los Papas y se elaboró la Doctrina Social de la Iglesia.
La ayuda a los pobres hoy
El siglo XX ha visto consolidarse las grandes organizaciones de los estados en cuanto a la seguridad social y la asistencia. Y también ha visto multiplicarse la acción social y caritativa de la Iglesia desde parroquias y organizaciones caritativas.
Los católicos han llevado a cabo multitud de iniciativas ante las grandes catástrofes naturales, las víctimas de las guerras o de cara a la promoción y desarrollo de los pueblos, y también actividades más locales para atender los problemas de sus comunidades: obreros en paro, inmigrantes, drogodependientes, enfermos de sida y todos los que están en riesgo de exclusión social.
Pueden mencionarse personalidades tan relevantes como Hélder Câmara, Oscar Romero, Teresa de Calcuta, el abad Pierre, etc.
En cuanto a instituciones contemporáneas de alcance internacional al servicio de la caridad, se pueden destacar:
1. Caritas Internationalis: es una organización íntimamente vinculada a la Santa Sede y formada por las Caritas nacionales y diocesanas. Fundada en 1867 en la ciudad alemana de Friburgo, se convirtió en una organización internacional a inicios del siglo XX. Es una institución de Iglesia que goza de mucho prestigio en la sociedad. Tanto por su actividad humanitaria y caritativa, como por la fiabilidad de sus informes y documentos sobre la pobreza. En Caritas se encuentran desde las acciones concretas para mitigar todo tipo de sufrimiento y pobreza, hasta la lucha en favor de la justicia y del respeto a la dignidad humana. Caritas es una prueba palpable de la solidaridad de los creyentes ante todas las situaciones de pobreza.
2. El Consejo Pontificio Cor Unum para la promoción humana y cristiana: fue creado por el papa Pablo VI, en 1971. Esta institución tiene como objetivo ser el instrumento ejecutivo de la caridad del Papa. Promueve iniciativas humanitarias y coordina otras instituciones católicas como, por ejemplo, Manos Unidas. Con sus estudios estimula la reflexión teológica y social y la caridad de los fieles. El Papa también ha confiado a este Consejo la Fundación Juan Pablo II para la lucha contra la sequía y la desertificación y la Fundación "Populorum progressio" al servicio de la población indígena afroamericana y de los campesinos pobres de América Latina y el Caribe.
3. En Alemania, en 1958, se creó la institución Misereor contra el hambre y la enfermedad en el mundo, que colabora en programas de desarrollo. Los obispos alemanes crearon, también, Adveniat, para ayudar a América Latina. En España, las mujeres de Acción Católica, en 1960, fundaron Manos Unidas, para la lucha contra el hambre, la pobreza y el subdesarrollo de los países más pobres y contra las causas que lo provocan. En Roma, en 1968, nació la Comunidad de San Egidio, movimiento de laicos comprometidos en la evangelización y la caridad hacia los pobres, difundido en muchos países.
Imposible enumerar todas las instituciones y personalidades de la Iglesia católica que dan hoy una respuesta efectiva a la pobreza.