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Si Adán pecó, ¿qué culpa tengo yo?

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Inma Álvarez - publicado el 19/09/12
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Si Adán y Eva son un mito y la genética no logra encontrar el gen hereditario del pecado original, ¿es sostenible aún esta doctrina? ¿No contradice los últimos hallazgos de la ciencia?

1. El pecado original no tiene nada que ver con el sexo ni tampoco está escrito en los genes.

La doctrina del pecado original constituye para muchos hoy una dificultad: desacreditada por el racionalismo y aparentemente negada por la ciencia, cada vez está menos presente en la catequesis y en las homilías.

Y sin embargo, Juan Pablo II y Benedicto XVI han recordado fuertemente que esta doctrina constituye una “piedra angular” del cristianismo.

Resulta difícil comprender cómo los hombres estarían cargando con el castigo merecido por una pareja, Adán y Eva, cuya existencia pertenece al mundo de los mitos.

¿Se hereda el pecado original? ¿Qué gen lo transmite? ¿Se contagia durante el acto sexual, como decían algunos pensadores? Pero entonces ¿la sexualidad es pecado? ¿Qué significa la “manzana”?

¿Acaso la serpiente no es un signo fálico para los antiguos cananeos? Además, si es hereditario y se borra con el bautismo, ¿por qué el hijo de padres bautizados tiene que bautizarse a su vez?….

El error está en pensar en el pecado de Adán sólo como en una falta personal: con ese primer pecado histórico del hombre, entró en el mundo el poder del mal, el poder diabólico, que desde entonces tiene un dominio tal sobre el género humano que sólo la muerte de Cristo podía romper.

¿En qué consistió ese “pecado original”? El Catecismo de la Iglesia Católica desarrolla esto en los puntos 397-412: es la desconfianza del hombre en la bondad su Creador, y el separarse de él.

Este “estado de pecado” se transmite a los hombres no porque sean engendrados sexualmente, es decir, la causa no es el sexo porque el sexo sea malo, como algunos han pensado, sino el hecho mismo de ser engendrado, de ser hombre (la palabra que usa el Magisterio es “propagación”).

Las personas, a raíz de aquel pecado concreto, desde el mismo momento en que comienzan su existencia se ven privadas del equilibrio original para el que fueron creadas.

Y de ese “estado” de desequilibrio interior, de sumisión al poder del mal, no pueden salir por sí mismas.

Referencias:
Puntos del Catecismo en los que habla del pecado original
Referencia de “Antropología del hombre caído”, de J.A.Sayés
El pecado original interpela a teólogos, psicólogos, sociólogos y científicos (Zenit)

2. El capítulo 3 del Génesis no hace un relato histórico de los orígenes del hombre, pero sí explica una verdad religiosa y antropológica: existió una Caída que condiciona a todo el género humano.

Según los exégetas, los primeros capítulos del Génesis fueron escritos aproximadamente en la época del Destierro, compilando distintas tradiciones anteriores.

Eso significa que evidentemente no fueron compuestos como una crónica histórica. Además, algunos de sus elementos recuerdan textos mitológicos de Babilonia y Persia.

Sin embargo, el sentido del relato sí introduce verdades religiosas totalmente novedosas respecto a las demás religiones: si uno revisa los relatos mitológicos, la relación entre el hombre y la divinidad, o la explicación del origen del mal, son totalmente distintos a los demás.

El Génesis se compuso en una época en la que el pensamiento judío, a la luz de la Revelación de Dios, se pregunta por el problema del mal.

Y el Génesis enuncia al respecto una serie de verdades fundamentales: Dios creó al hombre bueno y libre, a su imagen y semejanza, y destinado a la complementariedad entre hombre y mujer.

Pero el hombre utilizó la libertad que Dios le había otorgado para rebelarse contra él, a instigación de un poder maléfico, y cayó desde ese momento en poder de ese mal.

El Verbo de Dios se hizo carne precisamente para liberar al hombre de este poder: sólo el Creador tenía la capacidad de recomponer a su propia criatura.

Esta doctrina es fijada especialmente por san Pablo, en 1 Cor 15, 21-22.45-49,  Rm 15, 12-21, Ef 2, 1-3, y aparece también en el Apocalipsis (12, 9-11).

Referencias:
Benedicto XVI, audiencia del 3 de diciembre de 2008
Benedicto XVI, audiencia del 10 de diciembre de 2008
Benedicto XVI, Ángelus del 8 de diciembre de 2008

3. La Iglesia ha defendido esta doctrina desde los primeros siglos, contra las desviaciones teológicas que la ponían en duda.

Esta doctrina del pecado original está presente desde los primeros padres de la Iglesia (Justino, Ireneo, etc).

La doctrina se fue desarrollando poco a poco, no había aún claridad sobre cómo se transmitía este pecado (por generación, por propagación, etc) ni del alcance del daño provocado en el hombre (hasta qué punto estaba dañada su naturaleza).

Un testimonio de esto es el bautismo de niños pequeños, ya desde los albores del cristianismo.

En el siglo V apareció la herejía pelagiana, que afirmaba que el hombre era capaz de alcanzar la virtud por sí mismo, y que por tanto no era esclavo del mal, sino que los pecados personales los realizaba libre y conscientemente.

En consecuencia, negaba el pecado original y culpaba a Adán solamente de dar “mal ejemplo” a los hombres. Para esta herejía, Jesús no pasaba de ser un maestro de vida, no era nada más.

El gran opositor de la herejía pelagiana fue san Agustín, que fue el primero en sistematizar la doctrina del pecado original, reafirmando la necesidad de la gracia.

El Magisterio la definió en los concilios de Cartago (418) y Orange (529). Posteriormente, santo Tomás de Aquino y san Anselmo de Canterbury profundizarían en su comprensión.

Aunque algunos pensadores medievales como Abelardo negaron la doctrina del pecado original tal y como la Iglesia la entendía, no se produjo una verdadera controversia hasta la Reforma luterana.

Lutero, llevando el pensamiento de san Agustín hasta el extremo, afirma que la naturaleza humana está irremisiblemente perdida y que el bautismo no borra el pecado original.

Por tanto, el hombre permanece en poder del pecado para siempre, y sólo se salva por la fe.

A esta herejía respondió el Concilio de Trento, en una declaración que durante muchos siglos se consideró la palabra definitiva de la Iglesia sobre el tema, y que afirma: Adán y Eva, padres de la humanidad, cometieron un pecado que priva a los hombres de la comunión con Dios, y que se transmite a todo el género humano.

Pero esta naturaleza, caída aunque no destruida, es restablecida por Cristo, con la ayuda de su gracia redentora.

Referencias:
Declaración Concilio Trento
Desarrollo histórico de la doctrina del pecado original

4. En los siglos XIX y XX, esta doctrina es nuevamente cuestionada, pero esta vez desde la ciencia y el racionalismo.

En los siglos XVIII y XIX, esta doctrina fue rechazada por el racionalismo ilustrado, y relegada a mera superstición, como el resto de los principios cristianos.

El hombre “de las luces” explica siempre el origen del mal, o como algo intrínseco al hombre (Hobbes: “el hombre es un lobo para el hombre”), o bien como algo completamente extraño a él que le condiciona (Rousseau y el “buen salvaje”, o Marx y la alienación social).

Pero estos cuestionamientos externos no fueron tan demoledores como los internos: en el siglo XX, especialmente entre los años 50 y 70 del siglo XX, se produjo una auténtica conmoción en los pilares de esta doctrina, causados por nuevos avances de la ciencia.

En primer lugar, los avances en la ciencia genética y en la arqueología apuntan hacia la hipótesis de la evolución de las especies (frente al creacionismo), así como la del poligenismo (es decir, que no procedemos de una sola pareja humana).

En segundo lugar, la exégesis y la hermenéutica moderna permiten conocer mejor cómo se compuso el libro del Génesis, descartando su historicidad.

Muchos pensadores interpretaron que estos hallazgos invalidaban la doctrina del pecado original: entre ellos es especialmente conocido Teilhard de Chardin.

El Papa Pío XII salió al paso de esta crisis con la encíclica Humani Generis, en la que aunque admitía que el poligenismo era “difícilmente conciliable” con la doctrina del pecado original, no lo negaba de forma absoluta.

Posteriormente, el Concilio Vaticano II, en la Gaudium et spes (13, 18, 37) y en la Lumen Gentium (2), sin entrar en el debate, reafirma la doctrina en sus puntos esenciales.

Referencias:
Encíclica Humani Generis de Pío XII
Juan Pablo II, audiencia 24 de septiembre de 1986
Juan Pablo II, audiencia del 8 de octubre de 1986

5. El Magisterio de la Iglesia, especialmente con los últimos papas, sigue insistiendo en la importancia capital de este dogma para la fe cristiana, sin el cual no se comprende el misterio del mal en el mundo ni la redención realizada por Cristo.

Lejos de ser una cosa caducada, es un tema de la mayor actualidad, como lo demuestra la claridad con la que los papas de las últimas décadas han hablado de ello.

Pablo VI habló concretamente del tema en dos ocasiones: en un Simposio organizado por la Universidad Gregoriana (1966), y en los artículos 16, 17 y 18 de “El Credo del Pueblo de Dios” (1968).

Juan Pablo II, después de terminar su famoso ciclo de catequesis sobre la teología del cuerpo, dedicó dos años a un ciclo sobre el Credo, y trató la cuestión del pecado original con mucha profundidad (octubre de 1986).

Es muy importante al respecto la catequesis sobre la Caída que hace en la encíclica Mulieris Dignitatem.

Por otro lado, el Catecismo de la Iglesia Católica, fruto de su pontificado, trata el tema de forma muy completa.

Lo sorprendente es el extraordinario interés que el antes cardenal Ratzinger y ahora emérito Benedicto XVI ha concedido a la doctrina del pecado original, pues llega incluso a definirla como “la clave” para el futuro de la teología y el pensamiento cristianos, e incluso para el diálogo con el mundo contemporáneo.

Para él, el pensamiento católico tendrá incidencia en la medida en que vuelva a esta doctrina.

¿Por qué tanta importancia? Porque la existencia del pecado original condiciona la antropología, la comprensión del hombre, y la redención cristiana.

El cardenal Ratzinger, en unas catequesis sobre el tema en Munich (1981) mostró que esta cuestión es “vital” para la Iglesia.

Llegó a decir que, sin ella, toda la Revelación se tambalea, y que era necesaria una nueva “teología de la creación” que iluminase el pensamiento moderno.

En 1985, en el libro-entrevista Informe sobre la Fe, realizado por el periodista italiano Vittorio Messori: su intención era dedicar su soñado retiro a investigar sobre este tema, al que dedicó también un libro: En el principio creó Dios.

Ya como Papa, dedicó tres audiencias en diciembre de 2008 al tema, y también habla de ello en el libro-entrevista Luz del mundo, de Peter Seewald.

Bajo su pontificado, el tema fue objeto al menos de dos congresos internacionales (Roma 2005 y Bolonia 2007).

También el papa Francisco ha dedicado varias reflexiones al pecado original en sus homilías de Santa Marta, y también en la convocatoria del Jubileo de la Misericordia que, no es casual, se abría un 8 de diciembre de 2015

Referencias:
Resumen de las audiencias de Juan Pablo II sobre el pecado original (1986)
Sandro Magister: Benedicto XVI y el pecado original
Mulieris Dignitatem, cap. 9
Cuatro conferencias del cardenal Ratzinger en Munich (1981) sobre creación y pecado original

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