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La fecundación in vitro (FIV) de un embrión humano tiene lugar fuera de la unión íntima de los cuerpos de su padre y su madre, con la intervención de terceras personas (médicos, embriólogos,…). La identidad de esa persona está marcada desde el inicio por la técnica.
La vida humana es medida y seleccionada en un laboratorio siguiendo parámetros de «normalidad» y de bienestar físico a través del diagnóstico preimplantacional.
Los procesos dejan millones de «embriones sobrantes«. Muchos son destruidos, otros congelados, algunos se usan como material de investigación.
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El aborto, daño colateral
Actualmente, las implantaciones múltiples para paliar las dificultades de nidificación en la placenta del útero están autorizadas en algunos países.
Y en caso de éxito, se suele proponer entonces una «reducción embrionaria» por aborto selectivo para no dejar que se desarrolle más que uno de los dos fetos.
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Por otra parte, la FIV puede afectar a la salud del hijo. Y también a la de la madre, e incluso poner en peligro su vida.
¿Dónde está mi padre?
Específicamente la FIV heteróloga (es decir, con ovocitos o esperma procedentes de terceros o de donantes anónimos) lesiona gravemente el derecho del niño a tener un padre y una madre. Y contradice el sentido del propio matrimonio.
La infertilidad causa mucho sufrimiento a las parejas, pero no existe el derecho a tener hijos.
Sí en cambio el derecho del hijo a ser procreado, en el respeto de su dignidad, en un acto de amor de sus padres.
La propia conciencia debe responder a un «objetivo» –el bien del niño por nacer- y no al «subjetivismo» -la satisfacción del deseo de tener un hijo- aunque sea legítimo.
La Iglesia se inclina por otras técnicas menos invasivas, como la naprotecnología, los tratamientos hormonales y determinadas inseminaciones artificiales en el útero.
Y anima a la ciencia a seguir buscando soluciones que respeten la dignidad del ser humano.
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No se opone a la FIV y a otras técnicas porque sean «artificiales» (Dignitatis Personae – 2ª parte § 12). Lo hace cuando atentan contra la dignidad del ser humano.
Porque una persona debe existir como fruto «gratuito» del acto que sella el amor de sus padres.
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