Campaña de Cuaresma 2025
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Actualmente vivimos en un mundo saturado de estímulos y apegos materiales, y el ayuno es una oportunidad mental para contener nuestros apetitos y deseos:
Desprendernos de lo efímero y superficial, para mirar más con el corazón la vida hacia lo eterno. Como bien nos ha enseñado la tradición cristiana, este sacrificio no busca castigar el cuerpo, ni ponernos más delgados y atlético, sino para liberar el alma de las cadenas del egoísmo y afinar la mirada hacia Dios y el prójimo.
Desierto interior

El ayuno es como un desierto interior en el que nos demostramos que no nos gobierna el cuerpo sino el espíritu de la caridad.
El desierto, ha sido un símbolo bíblico de purificación, y se ha ligado al ayuno, al crear un vacío sagrado en el interior y recordar que fuera de nosotros no hay nada importante.
Renunciamos a lo que nos distrae, desde el alimento hasta ciertas comodidades y apegos, el alma recupera su hambre esencial de buscar en nuestro interior la sed de Dios.
San Agustín explicaba que el ser humano está intranquilo hasta que no logra descansar en las manos de su Creador. El ayuno, para él, es un modo de enfocarse en conseguir ese anhelo: ¿Quieres que tu oración vuele hacia Dios? Dale dos alas: el ayuno y la limosna.
Sin este desprendimiento, la oración corre el riesgo de volverse superficial, ahogada por los ruidos del mundo y del ego. Porque no hay mejor manera que lograr vencer los reclamos del hambre enfocados en la caridad.

El alma y el castillo interior
Santa Teresa de Jesús comparaba el alma con un castillo interior, donde las distracciones son como murallas que impiden avanzar hacia la morada de Dios. El ayuno, en este sentido, derriba obstáculos mentales, permitiendo que la oración fluya con autenticidad, al dominar los antojos y apetitos corporales.
San Juan Crisóstomo, otro gran Doctor de la Iglesia, insistía en que el ayuno sin oración es estéril, y la oración sin ayuno, débil: «El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia su vida. Si alguno reza sin ayunar, es como un pájaro al que le faltan alas»
El ayuno debilita el egoísmo
Es la raíz de la falta de amor al prójimo, se alimenta de la obsesión por satisfacer caprichos. El ayuno, al debilitar esta dinámica, revela una verdad incómoda: muchas de nuestras «necesidades» son máscaras del apego.
Como escribió San Basilio Magno: El ayuno asegura la salud del cuerpo, la serenidad del alma, la vigilia del espíritu y la humildad del corazón». Sólo desde ésta libertad interior es posible mirar a los demás y estar dispuestos a servir.
La Iglesia siempre ha unido el ayuno a la limosna. No se trata de un ritual vacío, sino de un acto de justicia: lo que ahorramos al ayunar debe convertirse en don para quienes sufren. San León Magno lo resumió así: «Lo que el cristiano retira a su apetito, debe añadirlo a su amor».
Ayuno auténtico
Aquí radica la prueba del ayuno auténtico: si no nos hace más compasivos, es solo una dieta disfrazada de espiritualidad. Que no lleva ningún otro propósito que el sentirse bien y que se ha cumplido con un habito de Cuaresma.
San Juan Crisóstomo, incansable defensor de los pobres, advertía: «¿De qué sirve ayunar si luego muerdes a tu hermano con calumnias? [...] El verdadero ayuno es apartarse del pecado, dominar la lengua, evitar la ira».
Es decir, el ayuno debe traducirse en obras concretas de amor, pues de nada sirve abstenerse de pan si no se comparte el corazón de una manera más consciente y decidida.
Cristo, al vencer las tentaciones en el desierto, mostró que el ayuno no es un fin, sino un medio para alinear la voluntad humana con la divina.

