La vida no es color de rosa. Desde el principio, cuando se perdieron los dones preternaturales (no morir, no sufrir, tener perfecto control de las pasiones y sentidos), el ser humano se ha enfrentado a diversos males como la enfermedad, la angustia, la preocupación, el resentimiento, y más. Pero, en el plan de Dios, tienen un sentido profundo: la purificación.
Purificarnos en vida
De acuerdo con el diccionario de la Lengua Española, purgar significa limpiar, purificar algo, quitándole lo innecesario, inconveniente o superfluo. Y también sufrir con una pena o castigo lo que alguien merece por su culpa o delito.
Sabemos que después de la venida de Cristo la idea del Dios castigador cambió al Dios misericordioso. Sin embargo, no evita que nos ocurran situaciones difíciles porque son parte de nuestra purificación en vida.
Santa Catalina de Siena escribe en su Diálogo que Dios le dijo:
"Cuando más uno sufre, más demuestra que me ama, y, amándome, conoce más mi verdad".
Y explica que el sufrimiento se convertirá en consuelo.
"Pero ellos no pueden evitar el sufrir, porque nadie pasa por esta vida sin cruz, a no ser aquellos que pasan por el camino de encima [Jesucristo-Puente]. No es que ellos estén sin trabajos, pero toda pena para ellos se convierte en consuelo".
Recordemos que también Jesús y luego todos sus apóstoles sufrieron tormentos físicos y desprecios de quienes no entendían el Evangelio.
Y basta con revisar la vida de cualquier santo para descubrir que sus vidas tuvieron momentos de tristeza profunda, tales como pérdida temprana de sus padres -como santa Teresita del Niño Jesús-, enfermedades dolorosas -como santa Gema Galgani- , incomprensiones y acosos del demonio -como el santo Cura de Ars y san Pío de Pietrelcina-.
Pero todas esas adversidades, unidas a la cruz de Jesús, se convirtieron en méritos y oportunidades para hacer el bien a otros. Y después, ganar el cielo.
El triunfo final
Por eso, no nos desanimemos. Que el Señor permita que pasemos por la prueba es parte de su Providencia, porque desea que nos hagamos fuertes en la fe, confiando en Él.
San Pedro nos lo refuerza:
"Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final.
Por eso, ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo.
Porque ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria, seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación".
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