Mientras Siria sufre una profunda agitación, los cristianos siguen trabajando a pesar de las dudas e incertidumbres sobre el futuro de un país en plena mutación. El ejemplo más elocuente es sin duda el de la hermana Samia, monja maronita siria de 44 años, perteneciente a la comunidad de los Santos Corazones de Jesús y María. En 2006, creó el primer centro para personas con discapacidad de Homs, Sénevé, donde sigue acogiendo a 125 personas con discapacidad mental, de entre 3 y 30 años, que acuden cinco días a la semana para formarse y romper su soledad.
A pesar de las recientes convulsiones en el país, la hermana Samia nunca ha cerrado las puertas de su centro, y se adapta día a día para seguir acogiendo a los más vulnerables.
"Apoyamos a cada niño personalmente, tanto intelectual como socialmente. Además del aula, intentamos desarrollar sus capacidades a través del teatro, el deporte y la música", explica.
En cuanto a los adultos, pueden participar en diversos talleres manuales: carpintería, fabricación de velas, talleres de costura, etc. "Cada uno hace lo que puede", afirma. "Cada uno hace lo que puede", dice la directora. "Nuestra idea es sacarles de su soledad, porque a menudo las familias les retienen en casa y no salen, mientras que podrían perfectamente trabajar o tener actividades fuera".
35 laicos apoyados por la Obra de Oriente
Para gestionar este centro de acogida, la hermana cuenta con el apoyo de varios empleados laicos cuyos salarios paga la l’Œuvre d’Orient. Pero tiene dificultades para contratar personal, ya que muchas de las personas formadas han abandonado el país.
En cuanto a los edificios, tras haber sido parcialmente destruidos por los bombardeos de 2012, en particular todo el segundo piso, acaban de ser completamente renovados gracias a la l’Œuvre d’Orient.
"Mi alegría es ver renacer el centro después de su destrucción, y a todos los niños que acuden cada día y que florecen allí", añade con valentía la monja, que no se rinde.
"Sin embargo, vivimos día a día con la inestabilidad del país. También nos falta combustible, electricidad, agua… todo lo necesario para la vida diaria", confiesa, sin perder la sonrisa ni la esperanza.
"Vivir en este lugar es un testimonio de que la vida es más fuerte que la muerte, y de que el amor es más fuerte que la violencia", concluye, guiada por su fe.