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Cómo la comunión frecuente preserva al alma los malos deseos

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Philip Kosloski - publicado el 18/01/25
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La recepción frecuente de la Sagrada Comunión puede preservar un alma, manteniéndola receptiva a las muchas gracias que Dios quiere dar

Los santos a lo largo de los siglos han promovido a menudo la recepción frecuente de Jesús en la Sagrada Comunión.

No solo han promovido la recepción de la Comunión los domingos, sino incluso en la Misa diaria siempre que ha sido posible.

Hay muchos beneficios en esta práctica espiritual, pero hay que decir que la Sagrada Comunión necesita ser recibida sin ninguna mancha de pecado mortal.

De lo contrario, la Comunión solo separará aún más un alma de Dios, ya que es un pecado mortal recibir la Sagrada Comunión en tal estado espiritual.

Teniendo esto en cuenta, san Francisco de Sales recomienda encarecidamente la Sagrada Comunión como medio para preservar al alma de los malos deseos.

Conservado en miel

San Francisco de Sales explica en su Introducción a la vida devota que Dios instituyó este sacramento para ayudar a preservar nuestras almas del mal:

"El Salvador instituyó el santísimo Sacramento de la Eucaristía, que contiene realmente su Cuerpo y su Sangre, para que quienes lo coman vivan eternamente. Y, por tanto, quien lo recibe frecuente y devotamente, fortalece de tal modo la salud y la vida de su alma, que difícilmente puede ser envenenado por ningún mal deseo".

A continuación, utiliza una analogía para ilustrar esta verdad espiritual:

"Las frutas más frágiles y fáciles de estropear, como las cerezas, los albaricoques y las fresas, pueden conservarse todo el año si se conservan en azúcar o miel; así pues, qué maravilla si nuestros corazones, frágiles y débiles como son, se conservan de la corrupción del pecado cuando se conservan en la dulzura ('más dulce que la miel y el panal') del Cuerpo y la Sangre Incorruptibles del Hijo de Dios".

Esto es posible porque la Sagrada Comunión puede llevarnos a una "comunión" más profunda con Jesucristo.

Si comulgamos con frecuencia y no sentimos ninguna diferencia, puede ser porque nuestro corazón no está dispuesto a las gracias que Dios quiere darnos.

Dios siempre llama a la puerta de nuestro corazón, pero tenemos que abrirle.

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