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"Todos los problemas de la humanidad tienen su origen en la incapacidad del hombre para permanecer quieto en paz". Estas sorprendentes palabras, escritas por Blaise Pascal en el siglo XVII, tienen hoy una resonancia aún más profunda. En una época dominada por los teléfonos inteligentes y los flujos interminables de contenidos, la idea de sentarse tranquilamente -de no hacer nada- no solo parece anticuada, sino francamente imposible. Pero para los católicos, el silencio y la quietud no son solo la ausencia de ruido y actividad; son el espacio sagrado en el que Dios habla.
La quietud y el silencio se confunden a menudo, pero no son lo mismo. La quietud es algo más que el silencio físico; es el acto intencionado de aquietar la mente y el corazón para encontrarse con Dios. La quietud puede significar descansar en un lugar, por supuesto, pero también es la voluntad de escuchar activamente, de crear un espacio para la "voz suave y apacible" del Señor.
En nuestro mundo digital, el bombardeo constante de notificaciones y estímulos hace que el silencio parezca improductivo, incluso incómodo. ¿Por qué sentarse en silencio cuando hay otro video que ver, otro artículo que leer u otro correo electrónico que responder? Pero el silencio no es un vacío, sino un terreno fértil para la gracia.
Cómo recuperar el silencio
Recuperar el silencio empieza con pequeños pasos. Considera la posibilidad de crear un ritual de "momento de silencio" en tu día a día. Empieza con solo cinco minutos, desconecta de tus dispositivos y dedica este tiempo a Dios. Puedes cerrar los ojos, concentrarte en tu respiración o meditar una breve oración como "Ven, Espíritu Santo". Con el tiempo, estos momentos pueden ampliarse a periodos más largos, convirtiéndose en un refugio contra el ruido del mundo.
Para las familias, el silencio puede introducirse durante la oración comunitaria, como sentarse a reflexionar en silencio después del rosario o antes de las comidas. En casa, es útil establecer espacios o momentos libres de pantallas para crear oportunidades para que el silencio se produzca de forma natural.
Encontrar la paz en la Eucaristía
La adoración eucarística ofrece una de las experiencias más profundas de silencio sagrado. Sentarse en presencia del Santísimo Sacramento, sin distracciones, nos permite simplemente estar con Cristo. Estos momentos fomentan la paz y nos recuerdan que somos profundamente amados, no por lo que producimos o conseguimos, sino por lo que somos como hijos de Dios.
Como sugirió Pascal, nuestra incapacidad para abrazar el silencio puede causar confusión interior, pero elegir el silencio puede convertirse en un acto radical de fe. Nos permite alejarnos de las exigencias de la vida moderna y escuchar la voz de Aquel que nos creó, ofreciéndonos la paz que el mundo no puede dar (Jn 14:27).