Una vida de altibajos. Mirko Klobuchar, esloveno de 54 años, es inspector de policía, capellán y diácono permanente. Declaró a la edición eslovena de Aleteia: "No soy una persona humilde. Tengo mucho orgullo dentro de mí, y lucho contra él todo el tiempo. Por eso Dios me permite caer en muchas situaciones, pero siempre está a mi lado".
Mirko Klobuchar lleva buscando a Dios desde que era adolescente. Pero no fue en su párroco ni en su capellán donde encontró respuestas. Al mismo tiempo, su vida en el colegio no era fácil, y sus amistades eran complicadas. Llegó a dejar la escuela durante varios días y fue expulsado a su regreso.
Y sin embargo… Fascinado por las grandes figuras de santos como san Francisco de Asís, el joven decidió partir a pie desde su ciudad natal, Jesenice, en el noroeste de Eslovenia, en la frontera con Austria, hasta Medjugorje. Pero al llegar a Liubliana, se desmayó y puso fin a su caminata.
"Dios nos da señales, pero a menudo buscamos las que creemos que deberían estar ahí. Antes pensaba que Dios no me amaba porque no me daba lo que yo quería. Hoy sé que nos ama tanto que no nos da lo que queremos o creemos que es bueno para nosotros, sino lo que sabe que necesitamos. Muchas veces es justo lo contrario, y eso puede doler mucho".
Del convento al ejército
El joven se acercó entonces a una comunidad capuchina, donde permaneció unos meses. Finalmente tuvo que marcharse para hacer el servicio militar en lo que entonces era el Ejército Popular Yugoslavo. En medio de muchas dificultades personales, siguió buscando a Dios, pero nunca lo encontró.
"A menudo estaba enfadado con Dios, decepcionado y desesperado porque esto les había ocurrido a otros y no a mí". Intentó "forzar" a Dios para que se le revelara: "Voy a ir donde la línea entre la vida y la muerte puede ser muy delgada: ¡al ejército!"
Se alistó en una brigada especial, donde permaneció un año antes de incorporarse a otra unidad del ejército esloveno como policía militar. Poco a poco, el hombre se calmó e incluso se casó, a los 33 años.
Tiene dos hijas, Klara y Miriam, con las que mantiene una relación afectuosa y de confianza, y de las que se siente sinceramente orgulloso. Se acercó más a Cristo y fue ordenado diácono permanente en 2010, tras un curso de dos años en la Facultad de Teología.
Paciente número uno
Pero las dificultades no habían terminado. La relación con su esposa se deterioró, y en 2014 la pareja se divorció, antes de obtener posteriormente la nulidad matrimonial.
"Estaba, y sigo estando, convencido de que el matrimonio es sagrado. Creía que el nuestro duraría hasta la muerte. Cuando se rompió, tuve enormes dificultades para vivir con ello. Había mucho dolor, soledad y sentimientos de rechazo, pero sobre todo me preguntaba cómo podría seguir viviendo como cristiano, padre y diácono, y cómo podría seguir dando testimonio. No podía hablar de ello con nadie, la gente de la parroquia solía cerrarse en banda y distanciarse de mí".
Pero fue en Cristo donde encontró la salvación. "En aquel momento cometí el grave error, que cometemos a menudo, de alejarme de Dios en los momentos de angustia. Dejé de rezar, dejé de leer la Biblia y me cerré a las relaciones porque estaba convencido de que no tenía sentido. Ése es el mayor error que podemos cometer. En momentos así, debemos aferrarnos a Jesús y confiar plenamente en Él, porque es Él y su amor lo que más necesitamos, aunque no lo sintamos".
Entonces, un día, Mirko se encontró con las palabras de Jesús en el Evangelio: "No son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Mc 2,17).
Fue una revelación. "¡Aquí estoy! ¡Soy el paciente número uno! Tengo el remedio, la respuesta a cómo puedo dar testimonio a través de mis experiencias vitales y mis investigaciones: anuncio a Jesús, no a mí mismo. Hemos recibido al Espíritu Santo, que vive en nosotros, nos inspira, nos enseña y nos da la fuerza para dar testimonio. Dios nos ha elegido para que demos fruto y que este fruto permanezca".
Capellán de policía
Desde entonces, Mirko lo da todo como capellán de policía. Orienta espiritualmente a los policías, bendice a las personas y acompaña a los catecúmenos. "Los policías empiezan a abrirse cuando experimentan la aceptación, confidencialidad y el tiempo que se les dedica. Les escucho y apoyo a diario, porque paso tiempo en su lugar de trabajo, y cuanto más tiempo estoy aquí, más respeto a la policía".
El capellán enumera las numerosas dificultades a las que se enfrentan los policías: las noches de guardia, el trabajo de campo (accidentes de tráfico, suicidios, violencia doméstica, etc.), las relaciones en el trabajo, el hecho de que las personas que generalmente acuden a la comisaría lo hacen por algo negativo.
"El trabajo es duro, complejo y estresante. Los policías necesitan poder expresar lo que les pesa, sus dificultades, problemas, pensamientos y experiencias. A menudo, no están en condiciones de hacerlo, o quizá ni siquiera se les permite".
Por sus muchas experiencias vitales, Mirko sabe cómo tomar distancia y dar testimonio de esperanza y expectación.
"Todos somos buscadores de verdad y de sentido. No estamos solos en la vida, Dios es el iniciador de todo, nos ama con locura, inconmensurablemente. Mi testimonio es una acción de gracias a Aquel que siempre me ha buscado, que me busca, que nunca me ha abandonado y que nunca me abandonará a mí ni a nadie".