El año anterior hablamos, en este mismo espacio, de The Bear, una de las series más exitosas y premiadas de los últimos tiempos, de la que Disney acaba de estrenar en sus plataformas la tercera temporada. Recordemos que va sobre un chef que hereda el negocio de hostelería de su hermano mayor tras el suicidio de éste (Michael, interpretado por Jon Bernthal). Con ayuda de unos cuantos amigos leales, de unos pocos familiares y de antiguos empleados, tratará de reflotar un negocio que daba pérdidas.
En la serie nos presentan a unos protagonistas, los Berzatto, de ascendencia italiana y tradiciones católicas. Ya en las dos temporadas anteriores, como señalábamos, la presencia de la iconografía religiosa era importante: crucifijos, estampas de oración, estatuillas de la Virgen, alusiones a La Biblia…
En esta nueva temporada la frecuencia de los iconos se ha reducido un poco aunque siguen estando presentes: las vidrieras de una iglesia, el recorrido por esa estampa de oración que está en el escritorio de Carmy (Jeremy Allen White)… Lo que a sus creadores más parece importarles en estos nuevos episodios son las relaciones muy humanas que se establecen entre los personajes, en especial las que giran en torno a la necesidad de pedir disculpas, a la redención de uno o dos personajes y a las reconciliaciones familiares.
Si bien el tono general de la tercera temporada resulta algo disperso, como si el argumento central se hubiera ramificado en demasiadas tramas paralelas, la serie es notable y encuentra su sentido y sus razones de peso en varias secuencias de mucho nivel, en las que se palpan la tensión o el cariño o la complicidad entre los intérpretes.
Madres e hijas, tíos y sobrinos, amigos y parejas
El mejor episodio es el primero, titulado “Mañana”. Son alrededor de 35 minutos en los que, sin apenas diálogos, se hace un recorrido por momentos importantes de los personajes, y en los que asistimos a secuencias clave del pasado, puntuadas casi todo el tiempo por un tema instrumental de Nine Inch Nails. En esta ocasión el ritmo no es tan frenético como en el piloto de la primera temporada, pero la intensidad es la misma, aunque a veces nos cueste situarnos porque ha transcurrido un año.
Otros momentos de altura son aquellos que envuelven a la familia de Richie (Ebon Moss-Bachrach), quien trata de dejar atrás sus formas rudas y se centra en su propia redención y en aceptar las situaciones como vienen: esa charla con su ex mujer; esos instantes con su hija, en los que despliega todo el cariño que el personaje suele ocultar ante otras personas; ese rato en el que conversa con el prometido de su ex… Situaciones que marcan el dolor de alguien al que le cuesta aceptar esos cambios: divorcio, soledad, próxima boda de su antigua mujer, distancia entre los domicilios…
Otra de las sorpresas que nos aguardan sucede cuando Tina (Liza Colón-Zayas) llega a conocer a los habitantes del local en el que la acaban contratando como cocinera. Le dedican un episodio en el que la vemos sufrir porque la despiden de su trabajo, conversar con su marido sobre cómo van a pagar las facturas, temer por su hijo, desesperarse porque las contrataciones son cada vez más difíciles en un mundo en el que un currículum solo es papel mojado. El retrato de una mujer fuerte, luchadora, superviviente.
Ya vencida y triste, Tina recala en el local de Michael y éste, tratando de consolarla al ver sus lágrimas, charla con ella en el que es uno de los momentos más emotivos de la serie: dos seres hundidos entre fracasos y asperezas, como personajes de Raymond Carver que trataran de aliviarse mediante las palabras.
El broche de oro es el episodio en que Natalie Berzatto (Abby Elliott) nota que está a punto de dar a luz. Aquello la sorprende en la calle, lejos del restaurante, y solo consigue establecer contacto con su madre, Donna (Jamie Lee Curtis, en una interpretación sobresaliente que no sería raro si fuera recompensada con varios premios). El capítulo se centra en cómo ambas esperan en el paritorio, y el modo en que se reconcilian. Hay lágrimas, palabras de perdón, de reconocimiento de errores y, sobre todo, la solidez de ese lazo entre madre e hija.
No nos olvidamos de otro punto de altura: la charla entre Carmy y su tío Jimmy (Oliver Platt, referencia inolvidable del cine de los 80 y 90), en la que suavizan sus habituales insultos y acusaciones y parecen reconciliarse. Por otro lado, los hermanos Fak le ruegan a Carmy que llame a su novia (o ex novia o lo que sea) y le pida disculpas.
Mientras tanto, hay dos indicios de que las cosas pueden desmoronarse: el cierre del restaurante de Terry (Olivia Colman); y la indecisión de la chef Sydney (Ayo Edebiri), tentada por la oferta de otro famoso cocinero para irse a trabajar con ella.
Una serie, en suma, que vuelve a ofrecernos esa mezcla de lealtad, ambiente familiar, disputas, recetas que ayudan a la gente y un toque muy humano que se echa de menos en otras series. Su creador, por cierto, se llama Christopher Storer.