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Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Hoy, en el Evangelio según san Marcos, Jesús nos presenta dos parábolas que revelan el misterio del Reino de Dios. Estas parábolas nos invitan a reflexionar sobre la manera en que Dios actúa en el mundo y en nuestras vidas, y cómo nosotros somos llamados a participar en su obra divina.
La primera parábola que Jesús nos presenta es la del hombre que siembra una semilla en la tierra. Jesús dice: "El Reino de Dios es como un hombre que echa semilla en la tierra; sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y crece sin que él sepa cómo" (Mc 4, 26-27). Esta imagen de la semilla que crece en silencio y en secreto nos muestra que el Reino de Dios no es algo que se impone de manera ruidosa o espectacular. En cambio, es un proceso lento y misterioso que ocurre en lo profundo de nuestros corazones y en el mundo que nos rodea.
Tenemos un llamado
La semilla crece y se desarrolla por sí sola, gracias a la acción divina. Sin embargo, el agricultor tiene un papel crucial al sembrar y cuidar la tierra. Esto nos enseña que, aunque el crecimiento del Reino de Dios es obra de Dios, nosotros también tenemos una responsabilidad. Estamos llamados a sembrar las semillas de fe, amor y justicia en nuestras vidas y en la vida de los demás. Nuestra tarea es preparar el terreno, regar con nuestras oraciones y acciones, y confiar en que Dios hará crecer su Reino en su tiempo perfecto.
La segunda parábola es la del grano de mostaza. Jesús dice: "El Reino de Dios es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es la más pequeña de todas las semillas que hay en la tierra; pero después de sembrada, crece y se hace más grande que todas las hortalizas y extiende ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar bajo su sombra" (Mc 4, 30-32). Esta parábola nos recuerda que el Reino de Dios puede comenzar de manera muy humilde y pequeña, pero con el tiempo crece y se convierte en algo grandioso y poderoso.
Nuestras pequeñas acciones, cuando son inspiradas por el amor de Dios, pueden crecer y dar fruto abundante"
En nuestras vidas, muchas veces subestimamos los pequeños actos de bondad, las palabras de aliento o los momentos de oración. Sin embargo, estas pequeñas semillas pueden tener un impacto profundo y duradero. Al igual que el grano de mostaza, nuestras pequeñas acciones, cuando son inspiradas por el amor de Dios, pueden crecer y dar fruto abundante, transformando nuestras vidas y la vida de quienes nos rodean.
Estas parábolas también nos invitan a tener confianza en el plan de Dios. A veces, podemos sentirnos desanimados porque no vemos resultados inmediatos o porque enfrentamos dificultades y obstáculos. Sin embargo, Jesús nos asegura que el Reino de Dios está creciendo, incluso cuando no podemos verlo. Dios está obrando en el silencio y en lo oculto, y nosotros debemos confiar en su sabiduría y en su tiempo.
Queridos hermanos y hermanas, estas parábolas nos llaman a ser sembradores del Reino de Dios en nuestras vidas diarias. Aquí hay tres aplicaciones prácticas que podemos llevar a cabo:
1Sembrar semillas de fe y amor:
Cada día, busquemos oportunidades para mostrar el amor de Dios a través de nuestras palabras y acciones. Un gesto amable, una sonrisa, una palabra de consuelo pueden ser semillas que crezcan y produzcan frutos de amor y paz.
2Confiar en el crecimiento de Dios:
Aun cuando no veamos resultados inmediatos, sigamos sembrando y regando con fe. Confiemos en que Dios está obrando en lo oculto y que su Reino está creciendo en nuestras vidas y en el mundo.
3Valorar los pequeños comienzos:
No subestimemos la importancia de los pequeños actos de bondad y servicio. Recordemos que el grano de mostaza, aunque pequeño, crece y se convierte en algo grande y poderoso. Así también, nuestras pequeñas acciones pueden tener un impacto significativo en el Reino de Dios.
En este XI Domingo del Tiempo Ordinario, pidamos a Dios la gracia de ser sembradores fieles de su Reino. Que nuestras vidas sean terreno fértil donde la semilla de su Palabra pueda crecer y dar frutos abundantes. Confiemos en el poder transformador de Dios y en su plan perfecto para nosotros y para el mundo. Que María, nuestra Madre, interceda por nosotros y nos guíe en este camino de fe y amor. Amén.
Domingo XI del Tiempo Ordinario
Segunda lectura: 2 Cor 5, 6-10
Evangelio: Mc 4, 26-34