David Baena Moreno tenía 18 años cuando murió con su mejor amigo, Juan Diego Salazar; con su director espiritual, el sacerdote mexicano Jorge Herrera, y con Steven Giraldo, otro joven que también hacía parte del Regnum Christi.
Regresaban de un retiro en el Desierto de la Tatacoa (centro de Colombia), y en el vehículo llevaban la custodia que los había acompañado en la jornada de oración, previa a empezar un año de servicio. El padre Jorge, legionario de Cristo de 31 años, había sido ordenado seis meses antes y era director espiritual de los tres muchachos.
La noticia del accidente causó profunda tristeza en sus familias, sus amigos, conocidos y en muchos que escucharon su historia y se admiraban de lo que hicieron en su corta vida para ayudar a la salvación de las almas.
Hoy, más de un año después, Octavio Baena y Martha Moreno, padres de David, están convencidos de que perdieron a su hijo en la Tierra y lo ganaron para el Cielo. Lo mismo ocurre con las otras familias porque, como dice Octavio, «aquí en la Tierra no podían estar en tantos lugares, pero desde allá pueden ir donde quieran y están moviendo todo».
Un aficionado de la confesión
En su conversación con Aleteia, Martha contó cómo su primero hijo, un niño esperado y muy amado, era un apasionado de ayudar:
«David servía a quien lo necesitara y transmitía el amor de Dios a través de una sonrisa. También era un fan de la confesión, cada ocho días iba a Hora Eucarística, era el primero en hacer fila para confesarse, y no se cansaba de invitar a los demás a hacerlo. Realmente disfrutaba mucho las cosas de Dios igual que Juan Diego, por eso decidieron dar ese año de colaboradores».
Cuando tenía cinco años ingresó a un colegio de los Legionarios de Cristo en Medellín, su ciudad, y sus padres empezaron a caminar de la mano de Dios como Familia Misionera, un apostolado que les permitió vivir la Semana Santa «como Dios manda». Al igual que otras familias, iban junto a sus hijos David y Susana (su tercera hija, Sara, aún no había nacido) a lugares apartados a evangelizar y ayudar al párroco en las actividades de los días santos.
Si bien Octavio hubiera preferido aprovechar para descansar, durante los primeros años David le pedía que volvieran a las misiones de Semana Santa, mientras Martha oraba en silencio que su esposo aceptara. Así el Señor fue haciendo su obra en todos.
Llegaron juntos a la presencia de Dios
David siempre fue un niño feliz. Fue muy musical, tocaba varios instrumentos, perteneció a la banda y al coro de su colegio. Los deportes también estuvieron presentes, jugó fútbol y básquet, y siempre estuvo bendecido por tener muy buenos amigos.
Su amistad con Jesús se fue fortaleciendo a través de los grupos de los que hizo parte a medida que iba creciendo. Con Juan Diego y Simón Pardo fueron inseparables, formaron un apostolado con otras tres amigas al que bautizaron Regalando Sonrisas, y les gustaba ayudar como acólitos en las misas.
Fue en el último grado de colegio en el que Juan Diego y David decidieron dar un año al servicio de la juventud. «A mi hijo le habían dado como destino Chiguagua, en México, y a su amigo lo habían destinado a Medellín y el Eje Cafetero. Estaban muy tristes de tener que separarse después de 15 años tan unidos».
Precisamente en el retiro de diciembre de 2021, a Juan Diego le pidieron explicar el valor de la amistad a todos los asistentes y él utilizó la historia suya y de David para hacerlo. Al final, terminó diciendo que «no sabía cómo se las iba a arreglar Dios, pero que nunca los iba a separar».
«A las pocas horas Dios les cumplió esa promesa, se los llevó juntos. Ellos estaban preparados, el Señor los escogió para Él porque los necesitaba juntos. Crecieron con Cristo y en Cristo». Así es como Martha entiende la vida de dos amigos entrañables que, aún más después de su partida, siguen sirviendo a Jesús.
Sueños llenos del amor de Dios
El dolor más grande que los padres pueden experimentar se fue transformando en alegría para continuar su legado: «David anheló siempre poder llevar a Cristo a cada corazón, sobre todo a sus amigos y a su generación. Poco a poco hacemos realidad su sueño de acercar más jóvenes a Dios», relata convencido Octavio, no sin que se le quiebre la voz o las lágrimas vuelvan a sus ojos.
Durante la entrevista, Martha no podía dejar de contar sobre los sueños que algunos amigos y ella han tenido en estos 14 meses con su hijo, con su ‘Monito’, quien «sigue intercediendo desde el Cielo por las necesidades de muchas personas».
Uno de los primeros sueños fue el de una amiga, que lo veía agarrarse la cabeza mientras le decía desesperadamente «Susana, Susana, Susana… ¡Cuídamela!». Ella entendió que se refería a la segunda hija de la familia Baena y desde ese momento ha sido un soporte emocional para ella en el proceso de duelo.
A otra joven le pedía en sueños que rezara por una persona que ambos conocían y cuando la contactó supo que necesitaba oración. El mismo caso de una niña que vio a David en sueños cinco noches seguidas y acudió a un sacerdote para entenderlo, lo que le permitió recibir dirección espiritual y acercarse nuevamente a Dios.
Los sueños de la mamá, que ella califica como regalos divinos, han ido cambiando: al principio lo veía triste y desesperado y ahora son sueños tranquilos en los que puede percibirlo con todos sus sentidos. El más relevante de todos ocurrió pocos días después del fallecimiento de David, en el que él le dijo: «Ma, Juan Cadena tiene algo para decirte».
Sus papás no conocían a esa persona y tampoco la encontraron en los contactos del celular de David, pero después de una intensa búsqueda en Instagram ubicaron a alguien que llamó su atención.
«Primero, la foto en blanco y negro del perfil, y así iba nuestra vida por esos días, sin colores ni ilusión. En la foto se nos pareció al padre Jorge y el nombre –Juan Diego– era igual era al del mejor amigo de nuestro hijo, pero la mayor coincidencia fue la imagen del Sagrado Corazón que vimos en un post, muy parecida a un dibujo que habíamos encontrado en un cuaderno de David», recuerda Martha.
«Mensaje de paz y esperanza»
De inmediato le escribió y dos días después descubrieron que estaban en sintonía con Jesús y María: Juan Diego estaba formándose como sacerdote en un seminario cercano. Lo conocieron y desde entonces el padre Juandi, como es conocido en Colombia, es parte de la familia. «Nos trajo un mensaje de paz y esperanza, ha sido un bálsamo para nuestra tristeza y es como un hijo para nosotros», asegura Martha.
Consuelos como este le han permitido a la familia de David aprender a vivir sin el hijo amoroso y sensible, el que quería llevar a todos a los pies de Jesús, el buen amigo de sonrisa sincera, cuya historia se ha ido multiplicando como ejemplo, especialmente entre los jóvenes.
Su huella seguirá dejando frutos, como en la vida de Sara Echeverri, quien conoció a los jóvenes y su historia fue decisiva en su vocación, fue un impulso clave en su proceso de discernimiento para ingresar a una comunidad religiosa: «Con la muerte de ellos yo pensé la vida es ahora, vale la pena entregarle ya la vida a Cristo. Además confirmé que la santidad es posible en lo cotidiano».