Hija de la Caridad, murió por no querer renunciar a su fe
La Revolución Francesa fue uno de los acontecimientos más importantes de la historia. Una revolución que terminó con la época conocida como Antiguo Régimen e inició una nueva era. Durante aquella época convulsa, muchas personas perdieron la vida luchando por sus ideales. También por causa de su fe.
Una de las luchas que se iniciaron durante la revolución fue una intensa campaña por secularizar el estado, decisión que supuso la desaparición de muchos conventos y la muerte de miles de religiosos y religiosas.
Una de aquellas mujeres, considerada mártir de la fe, fue la hermana de la congregación de las Hijas de la Caridad de san Vicente de Paúl, Margarita Rutan. Hacía nacido el 23 de abril de 1736 en la ciudad francesa de Metz. Margarita fue la octava de quince hermanos.
Su familia, de profunda fe cristiana, ofreció a su extensa prole una formación piadosa. Margarita aprendió los rudimentos de las matemáticas y del dibujo lineal de la mano de su padre, Charles Gaspard Rutan, maestro tallador de piedra y arquitecto al que durante un tiempo ayudó llevando las cuentas y en su labor diaria.
Cuando tenía veintiún años, Margarita comunicó a su familia la decisión de convertirse en religiosa de la congregación de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Después de iniciar su noviciado en la casa madre de París, durante años, vivió en distintas ciudades, formándose y prestando sus servicios a la comunidad hasta que en 1779 llegó a la localidad de Dax donde, tras ser nombrada Madre Superiora, se volcó en la creación de un hospital y una escuela y centro de acogida para niñas desamparadas.
Durante diez años, la hermana Margarita Rutan se entregó con intensidad a mil y una labores sociales y de asistencia a los más necesitados, mientras crecía en su corazón una fe inquebrantable que pronto demostraría de la manera más trágica posible.
Cuando en 1789 Francia se sumergía en una convulsa revolución que socavó los cimientos de la sociedad tradicional, las órdenes religiosas se situaron en el punto de mira de los dirigentes revolucionarios.
Muchos conventos fueron cerrados y muchos curas y monjas expulsados del que había sido durante siglos su hogar. Pero los años más duros llegarían con la conocida como época de El Terror, cuando los dirigentes revolucionarios más radicales ejecutaron a todos aquellos que no defendían en cuerpo y alma las ideas revolucionarias.
En 1792, el convento de la hermana Margarita fue uno de los muchos que se situaron en el punto de mira. Las hermanas de la congregación fueron acusadas sin fundamento de haber cometido robo. Al año siguiente, la hermana Margarita fue encarcelada un día antes de Navidad, acusándola de trabajar para la causa contrarrevolucionaria y ayudar a los realistas a huir.
A lo largo de casi cuatro meses de encierro, la hermana Margarita se refugió en la oración para sobrevivir. El 9 de abril de 1794, tras un juicio rápido y sin ninguna garantía para la acusada, fue condenada a morir guillotinada.
La hermana Margarita Rutan subió al patíbulo con excepcional serenidad y una dignidad que sorprendió a los que allí se congregaron para verla morir. Solamente alzó la voz cuando el verdugo se dispuso a descubrirle el cuello. “Detente, ¡nunca me ha tocado un hombre!” Por su propio pie, se situó bajo la hoja de la guillotina y murió mientras rezaba.
Muchas personas lloraron su muerte. Incluso los miembros del Directorio, lamentarían un año después de su ejecución que esta no había sido justa, pues fue “sacrificada de una forma inhumana por motivos cuya prueba está todavía por adquirir”.
Considerada mártir de la fe por la Iglesia Católica, su proceso de beatificación se inició a principios del siglo XX. La hermana Margarita Rutan fue beatificada por el Cardenal Angel Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, en nombre del Papa Benedicto XVI, el 19 de junio de 2011.
El pontífice recordó en un escrito que la hermana Margarita Rutan había sido “condenada a muerte por su fe católica y la fidelidad a la Iglesia”, convirtiéndose en “testimonio luminoso del amor de Cristo por los pobres”.