La enfermedad de su hijo la acercó a Dios y particularmente a San Francisco de Asís, enseñándole el verdadero valor de las cosas
Ayer fue uno de esos días que se dan noticias que no se quieren dar. Alessandro Lequio Jr., el único hijo de Ana Obregón, falleció en un hospital de Barcelona tras una intensa lucha de dos años contra el cáncer a sus 27 años de edad.
Como cariñosamente la gente le llamaba, Álex, fue un chico que siempre tenía una sonrisa en el rostro y siempre mostraba una actitud positiva. En una entrevista a Hola! decía que su enfermedad era simplemente un obstáculo más por superar y que había que reírse y “buscarle la chispa a la vida”.
Esta entereza fue la que hizo que Ana en más de una ocasión dijera que si había que su hijo le había dado una “lección de vida” y que ahora relatiza todo.
“Yo antes era feliz por tonterías y ahora estoy feliz porque mi hijo está vivo”, decía el año pasado, agregando que también había aprendido a no preocuparse por cosas que, en perspectiva, eran pequeñeces.
Y es que sí, es inevitable pensar en esto momentos en Obregón, quien se dedicó en cuerpo y alma a él. Una mujer que en lugar de rebelársele negativamente a la vida u optar por una actitud de queja por lo que le estaba ocurriendo a su Álex, decidió mas bien siempre vivir desde la esperanza.
El año pasado, en el programa Lazos de Sangre, confesó que “ahora creía en Dios”; incluso, contó que ella no iba a misa ni rezaba el rosario, pero en el 2018, cuando dejó todo por ir con su hijo a Nueva York para que se sometiera a un tratamiento, sintió una especie de “necesidad” de entrar a una pequeña iglesia que estaba cerca. “Me llamaba. Me reconfortaba”.
Hubo un santo que en particular sentía que le invitaba a visitarlo: San Francisco de Asís, a quien cada día le prendía una velita (hasta bromeó diciendo que ya no eran de las velitas de antes, sino que había que colocar una moneda para que se prendiera un bombillito led) durante los siete meses que estuvo en Nueva York y fue algo que hasta a sus hermanas les extrañó porque de no ir nunca a misa, iba ahora todos los días.
Desde entonces, no sabemos si Ana ha vuelto a misa en España o tiene alguna imagen de San Francisco en su hogar. Lo que sí ha hecho es inspirarse en la vida del santo, quien parte de su vida se dedicó a visitar a los enfermos en los hospitales y a los pobres.
“He aprendido que tengo la necesidad de ayudar a la gente joven que sufre de cáncer o a sus familiares”, dijo también en este programa, y es lo que ha estado haciendo.
Antonia Dell´Atte, con quien Ana Obregón tuvo muchísimas riñas en el pasado por la infidelidad de su pareja, le dedicó unas lindas palabras sabiendo que ayer era el día de la Virgen de Fátima: “Madre de todas las madres, ¡acoge en tus brazos a Álex, hermano de mi hijo Clemente! Y no nos abandones, sobre todo a su madre Ana y su padre Alessandro. Como plomo es el cielo ahora, cuánto dolor y cuántas penas y sufrimientos. Dios no te abandonará nunca y te protegerá allí donde estarás. Descansa en paz, bellísimo Álex”.
Y aunque hoy Ana Obregón ha escrito en su cuenta de Instagram, desde el entendible dolor de madre (por algo no hay una palabra para definir a la madre que se queda sin su hijo): “Se apagó mi vida”, recemos para que pueda encontrar fuerza y consuelo, sobre todo en estos tiempos doblemente difíciles para pérdidas con las limitaciones de la pandemia, y que esa luz que le dio Álex, pronto vuelva a iluminar sus pasos hasta que llegue el momento que se vuelvan a encontrar.
Oración Simple de San Francisco de Asís
Oh, Señor, hazme un instrumento de Tu Paz.
Donde hay odio, que lleve yo el Amor.
Donde haya ofensa, que lleve yo el Perdón.
Donde haya discordia, que lleve yo la Unión.
Donde haya duda, que lleve yo la Fe.
Donde haya error, que lleve yo la Verdad.
Donde haya desesperación, que lleve yo la Alegría.
Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz.
Oh, Maestro, haced que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar;
ser comprendido, sino comprender;
ser amado, como amar.
Porque es:
Dando, que se recibe;
Perdonando, que se es perdonado;
Muriendo, que se resucita a la
Vida Eterna.
Amén.