Alguien dijo en una ocasión que tener un hijo adolescente era como convivir con una persona con cierta “locura pasajera”… Pero, ¿por qué se comportan de esa manera? Es un periodo en que se encuentran tan cambiados física, y psicológicamente, que están desconcertados. Y por otra parte, descubren su “yo”, aunque no se reconocen. Quieren ser ellos mismos, pero no saben cómo; son tremendamente inseguros. Por eso se dice que “lo que le pasa al adolescente es que no sabe qué le pasa…”
En esta etapa es cuando nace la intimidad, la vida interior; y por eso es tan importante. Comprende una travesía de la que no conocen la meta. Son inseguros, pero no quieren protección: quieren ser ellos mismos.
Por eso es necesario que se sientan queridos. Tenemos que conocerles para poder comprenderles y, de esa forma, que se sientan valorados, acogidos y queridos. Estas son algunas características que todo papá de un adolescente debe saber:
1. Nace su intimidad
Descubre su “yo”, pero no se reconoce. Descubre su interioridad y la protege. Por eso necesita tranquilidad, islas de silencio, para reflexionar sobre su vida. No le gusta que indaguemos en su intimidad: quiere que le respetemos su autonomía, su forma de ser, sus conversaciones, sus cosas.
Piensa por cuenta propia y por eso se cuestiona nuestras ideas y valores. Pero es preciso decirle lo bueno que tiene, para que lo sepa y lo desarrolle… Porque muchas veces no lo saben: solo ven lo negativo que tienen, incluso aumentado.
2. Se define su personalidad y necesita autoafirmarse
No quiere ayudas porque quiere hacerlo él mismo, aunque a veces no sabe cómo.
Discute por sistema, porque quiere afirmar su independencia, su pensamiento… Por ello se rebela contra todo: sobre todo contra sus padres.
Por eso hay que saber por qué se comportan así; porque quieren ser ellos mismos, actuar por cuenta propia con su pensamiento, sus acciones, etc. Y no debemos impedirles su crecimiento, aunque sí, orientarlo.
3. Cambia su imagen
A veces crecen muy rápido, y no les gusta el resultado. Pueden tener complejos y lo pasan muy mal. Por eso hay que decirles lo positivo que tienen, porque ellos no son muy objetivos. Para que se valoren, para elevar su autoestima.
4. Inestabilidad afectiva
No controlan sus sentimientos o estados de ánimo. El sistema límbico, estrato anatómico fundamental de la afectividad, está a tope por su desarrollo hormonal. Tienen gusto por emociones fuertes, por el riesgo; porque valoran mucho la recompensa emocional por esas actividades.
Pero parte de su cerebro no ha madurado totalmente: en concreto la corteza prefrontal, que es lo último en madurar, con el pensamiento, el autocontrol, el control de impulsos, la toma de decisiones, el juicio… (Leer más > maduración cerebral).
Entonces son todo emociones vividas al máximo, sin un control que racionalice sus vivencias. Y como pueden estar efusivos en un instante, en otro se hunden en el más profundo abismo por algo insignificante.
Su cerebro está aprendiendo a manejarse, pero el control y el pensamiento no están totalmente operativos. Su afectividad está al máximo, pero sufre desajustes que no saben controlar.
Por eso dan prioridad a los estímulos, a los impulsos, al “me apetece”, sobre lo lógico o razonable. Porque no tienen el filtro de la inteligencia, ni el autocontrol operativos.
5. Inseguridad por todos estos cambios
Intentan demostrar, sobre todo a ellos mismos, que pueden. Ven todo en negativo, y su autoestima suele ser baja. Por eso se muestran prepotentes o insolentes a veces o con conductas agresivas.
6. Incertidumbre
No saben lo que quieren. Por eso necesitan nuestro cariño, nuestra confianza y nuestra claridad de miras para ayudarles, para ir encauzando acontecimientos hacia su madurez. Pero desde un segundo plano.
7. Esperan una libertad entendida como mayor autonomía
No entienden que las acciones tienen sus consecuencias. Que la libertad conlleva responsabilidad: que va “de la mano” de la responsabilidad. Son como las dos caras de la misma moneda. Es preciso explicárselo.
Y en familia podemos darles responsabilidades. Son como “cotas” que tienen que ir alcanzando con su comportamiento responsable, para tener más libertad: se la tienen que ir ganando…
Por otra parte, como la corteza prefrontal no ha madurado, no podemos dejarles solos ante situaciones que les desborden, que no pueden controlar. Porque son todo “acelerador”, y nada de “freno”, aunque ellos no se den cuenta o crean ser ya “maduros”.
8. Descubren el valor de la amistad
Y por eso, muchas veces la anteponen a la familia. Pero no significa que no la valoren. Solo que ven en los amigos algo muy importante, con quienes pueden conectar, y a quienes les pasa lo mismo: que son unos incomprendidos.
En resumen, necesitan que les ayudemos a aprovechar sus enormes posibilidades para madurar y mejorar como personas. También a ver las grandes energías que hay en su interior y que luchan por salir. Y que les ayudemos a desarrollarse, fijándonos especialmente en sus fortalezas y talentos, en sus cualidades “especiales”, en lo bueno que tienen, en el esfuerzo que ponen, para que lo fomenten y lo pongan al servicio de los demás.
Necesitan que confiemos en ellos, que les creamos capaces de grandes retos. Que les ayudemos en el proceso de formación de su personalidad, pero dejándoles ser “ellos mismos”. En definitiva, que les ayudemos a madurar, respetando su intimidad, sus cosas.
Y el cariño que les damos es el artífice de su maduración. A mayor rebeldía, necesitan mayor cariño, pero un cariño incondicional, pase lo que pase… Es como si nos dijeran: “si te importo, ¡préstame atención!”
Artículo de colaboración de Mª José Calvo para LaFamilia.info. La autora es médico de familia por la Universidad de Navarra y Orientadora familiar y conyugal por IPAO, y a través del ICE de la Universidad de Navarra.