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Lo de la sucesión apostólica, ¿es un invento católico?

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Javier Ordovás - publicado el 18/02/14
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Católicos y protestantes: Manual para conocernos mejor (3)“Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis, porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron; y oír lo que oís y no lo oyeron” (Jn 10,23).
 
Tú, Felipe, ya conoces este pasaje que  es uno de los muchos del Nuevo Testamento en el que se  desprende que toda la historia del pueblo hebreo está dirigida a la llegada del Mesías. El Mesías inicia una nueva relación de Dios con la humanidad.
 
Dios elige, selecciona, un pueblo para acercarse a la humanidad, y le lleva hacia su fe monoteísta. Es su pueblo elegido y el Padre Dios comienza a pactar con él, gobernarlo y llevarlo hasta su propósito definitivo: el nacimiento del Mesías dentro de ese pueblo con sus lealtades y sus infidelidades. Mesías, que en los planes de Dios, es redentor pero,  en las aspiraciones de las autoridades religiosas judías es entendido como  un libertador político.
 
El pueblo judío tenía su propia estructura de  las doce tribus y llegó a organizarse como una sociedad teocrática entorno a los reyes ungidos, sacerdotes, escribas y fariseos, aparte de los carismas promovidos por el Espíritu Santo en las figuras de los Patriarcas, Reyes, Jueces y Profetas.
 
Dios concede a su pueblo hebreo el privilegio de establecer con él una alianza, un pacto, y emplea con él una paciencia que solo puede ser divina; le da los mandamientos y preceptos, prescripciones morales, costumbres y el culto divino.
 
Hasta que Dios, en sus planes, considera que ha llegado el momento de sembrar, dentro de ese pueblo querido, la semilla del Salvador y Redentor de la humanidad entera, no sólo de ese pueblo; por eso Cristo llamaba bienaventurados a sus contemporáneos que vieron y oyeron lo que durante muchos siglos desearon ver y oír los reyes y profetas.
 
Dios emplea a su pueblo para que nazca el Salvador, su Hijo, y para que nazca un nuevo pueblo, una nueva Ley, un Mandamiento Nuevo, una nueva Iglesia, una nueva autoridad, nuevos legisladores y un destino universal; Dios ha empleado a su pueblo hebreo elegido para dirigirse a un nuevo pueblo: ”id pues y haced discípulos a todos los pueblos” (Mt 28,18)
 
Elige a doce, con nombres y apellidos (Mc 3,14); elige a uno de ellos, también con nombre y le erige en cabeza de ellos diciéndole “Y yo te digo a ti que tu eres Pedro y que sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18)
 
Y todavía más: “Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mt16,19) A esos doce, y no a otros, les da potestad para “atar y desatar” y autoridad para “perdonar y retener los pecados” (Jn 20,22) y potestad para renovar la eucaristía y el Sacrificio de la Cruz anunciado en la última cena del jueves en el cenáculo: “haced esto en conmemoración mía” (Lc 22,7);(Mt 16,27);(1Cor 11,23). Sólo a esos doce, no a los demás, porque hay otros setenta (Lc 10,1-2) llamados discípulos, no apóstoles, de los que no tenemos nombre, a los que envía a predicar la buena nueva.
 
Te recomiendo ver: ”50 referencias bíblicas acerca de la primacía de San Pedro y del papado” de Dave Armstrong
 
Te puedes imaginar, Felipe, que para el creyente judío debía -y debe ser- una ironía, casi una burla, que las doce tribus milenarias fueran sustituidas y juzgadas por doce Apóstoles, personas corrientes (Mt19, 28), (Lc 22,30) del pueblo, de ninguna casta religiosa, y sin ninguna cultura especial. Yo personalmente me siento en deuda con el pueblo judío por la herencia que nos ha conseguido: el pueblo judío son los hermanos mayores de los cristianos.
 
No son los seguidores de Cristo quienes eligen a sus líderes o pastores, es Cristo quien los designa.
 
Y Cristo quiere un solo rebaño y un solo pastor (Jn 10,1-18)
 
Solamente los sucesores legítimos de esos doce con Pedro, como cabeza, son sucesores con potestad y autoridad para gobernar al único rebaño.
 
Cuando Cristo designó a esos doce sabía, no solamente que uno de ellos le traicionaría sino, que a lo largo de los siglos, muchos de sus sucesores también le iban a traicionar; por ello, aseguró la asistencia permanente del Espíritu Santo.
 
Esos doce hombres, aun sabiéndose incultos se embarcaron en la loca aventura de “ser pescadores de hombres” (Lc, 5,10) en cumplimiento del mandato de Cristo de:”id pues y haced discípulos a todos los pueblos” (Mt 28,18); ellos iniciaron la expansión, la diáspora; ellos fueron consolidando la doctrina; ellos, fueron nombrando a sus colaboradores y sucesores, definiendo la liturgia. Se atrevieron a impulsar la Iglesia, con un solo rebaño, que Cristo les había encomendado, contando con la asistencia del Espíritu Santo que se les mostraba de manera patente lo que era completamente necesario en esos primeros pasos de su labor universal en el espacio y el tiempo.

Ellos fueron tan inspirados, y de forma más evidente, por el Espíritu Santo como lo fueron los escritores del libro sagrado, de la Biblia. Su autoridad y potestad son tan verdaderas como lo son los autores inspirados de la Biblia. Recogieron directamente, fueron testigos, de la vida y palabra de Cristo y aprobaron la escritura de los cuatro evangelistas que contiene la vida y doctrina de Cristo que ellos mismos presenciaron.
 
Cristo hubiera podido retrasar unos años más su muerte y dedicarlos a instruir mejor a los apóstoles y discípulos, a dejar establecido y definido un cuerpo doctrinal y a establecer una estrategia organizativa y de expansión. Pues eso es precisamente lo que hizo el Espíritu Santo y lo que continúa siempre y actualmente
 
“Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre (Jn 14, 16)
 
“Cuando venga aquel, el Espíritu de verdad, os guiará hacia toda la verdad” (Jn 16,13);
 
“El me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo anunciará” (Jn 16,14)
 
Es patente, clara y evidente la inspiración y la asistencia del Espíritu Santo a los primeros cristianos: es humanamente, sociológicamente imposible que ese grupo de apóstoles crearan, en tan poco tiempo, esa institución universal con unos contenidos tan sólidos y tan opuestos a la cultura de esa época. Dios inspiró a los autores del Antiguo Testamento en su momento, inspiró a los cristianos en sus inicios y continúa inspirándolos a lo largo de los siglos; si no fuera así, la Iglesia no se mantendría  con unos hombres que hemos demostrado a Dios nuestra infidelidad, desde el origen del ser humano, pasando por el pueblo hebreo y siguiendo por las infidelidades continuas de los cristianos durante siglos.
 
Es clara y evidente la asistencia del Espíritu Santo a la Tradición y el Magisterio de la Iglesia desde su nacimiento.
 
 
 

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