La historia de Daniel Geruous: “vi a mi hermano con la pierna derecha destrozada de la rodilla para abajo”

Mundo Invisible - publicado el 05/09/17

Daniel Geruous Fares es un joven alto y moreno, muy delgado. El pelo ondulado le cae sobre los ojos negros y su anárquica melena orla su tímida sonrisa. Lleva una camiseta que reza Star Wars y, cuando sale de la residencia universitaria más antigua de Barcelona, el Col.legi Major “Ramon Llull”, en la calle Urgel 187, parece un estudiante más.

Nació en Damasco el 4 de marzo de 1997, aunque vivió en Harasta, un pueblo cercano, hasta que empezó la guerra y los grupos armados hicieron que él y los suyos dejasen su hogar. “Las bandas luchaban entre sí para explotar a los que vivían en determinados barrios. Les vendían comida más cara. Les hacían pagar cinco euros por una bolsa de arroz. Era peligroso quedarse allí, especialmente para los pocos cristianos.”

Su padre tiene un taller mecánico de joyería en Damasco y su madre es ama de casa. Tiene dos hermanos gemelos mayores y una hermana menor que quiere estudiar periodismo. Todos ellos pertenecen a la Iglesia Ortodoxa Griega de Antioquía. Cuando Daniel acabó el bachillerato, en mitad de la guerra, le ofrecieron estudiar en el extranjero. Lo habló con su familia y encontraron un par de razones para que aceptase: obtenía un título prestigioso, algo que era difícil en Siria en ese momento; y, de paso, evitaba que lo alistasen en el ejército. Cuando se fue, en Damasco explotaban bombas continuamente. Muy cerca de su casa estalló una de siete toneladas que barrió una manzana y con ello a muchas personas.

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Llegó a Barcelona gracias a una beca de la Fundació Solidaritat de la Universitat de Barcelona, que le da 150 euros al mes para sus gastos y le ha mantenido este año y lo hará los venideros. Estudiará Ingeniería Informática. “Yo quería estudiar Ingeniera Industrial para colaborar en la reconstrucción de Siria cuando termine la guerra, pero no he conseguido plaza. Supongo que también podré ayudar con la informática”.

Su aterrizaje en la ciudad condal fue muy bueno. “Cuando llegué a la residencia, los compañeros me habían reservado un sitio en el comedor. Me quedé sorprendido, porque me trataban como a uno más”. Ese mismo verano, hizo un curso acelerado de español y, en Agosto, a través de Ariadna, de Ayuda a la Iglesia Necesitada, una asociación a la que le debe en gran medida estar entre nosotros, “conocí a los Cabanes, con los que pasé 14 días de vacaciones en una masía en Hostalrich”, junto con unas cuantas familias del movimiento católico Comunión y Liberación, que comparten allí el tiempo de verano. Está muy agradecido de todo lo que vivió allí.

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Durante el curso ha estado estudiando exclusivamente castellano y catalán. Cuatro horas al día de lunes a jueves. “Allí he hecho muchos amigos. Somos doce de la residencia. Todos de Siria. También hay un chico afgano y otro amigo sirio que viven en casa de una familia”. A pesar de que su español todavía es bastante rudimentario, al final ha conseguido el nivel que le exigían este primer año para acceder a la universidad. Le espera todo un reto. Estudiar una ingeniería en una lengua que está aprendiendo y con toda la mochila emocional que arrastra.

Es un chaval al que le han caído bombas a muy pocos metros. Pese a su sonrisa y la sorprendente levedad que muestra mientras habla de su país, explica historias como la de su hermano Issa (Jesús en árabe, me aclara). “En 2014, él y yo caminábamos por la plaza de Abbassiyyin, en Damasco, y cayó a nuestro lado una granada lanzada por un mortero. No oí nada. Solo noté la honda expansiva. Me giré y vi a mi hermano con la pierna derecha destrozada de la rodilla para abajo. Se la aguantaba con las manos. Lo llevé al hospital y el primer médico que lo vio nos dijo que había que amputársela. Sin embargo, por suerte, la opinión de un segundo doctor fue distinta. Nos dijo que le podía poner una barra metálica donde el hueso había desaparecido, pero que la operación sería de más de tres horas. Al final salvó la pierna. Estuvo en silla de ruedas un año. En 2016 lo volvieron a operar. Y, tras la recuperación empezó a caminar con muletas y después sin ayuda.”

Homs – fr

AFP

Cuando le pregunto acerca de los campos de refugiados que rodean Europa, me habla de su otro hermano mayor, Hanna (me aclara también que es un acortamiento de su nombre bíblico: Juan), que llegó como refugiado a Harlem, Holanda, donde ahora está trabajando y estudiando. “Él me explicó que llegar a Europa por mar es una cosa muy dura y peligrosa. En dos ocasiones estuvieron cerca de matarlo para robarle. Una en Turquía y otra en Grecia. Por suerte, además de mafias, hay gente buena en todas partes y le ayudaron a no caer en las trampas que querían tenderle.”

Respecto a la política de Europa con los refugiados, dice que le gustaría que hiciésemos lo que pudiéramos. Él entiende que la capacidad de acogida no es infinita, pero dice que toda la humanidad somos hermanos. “Cuando empezó la guerra en Irak o cuando estalló la guerra civil en Líbano, también llegaron muchas personas a Siria, y no las pudimos acoger a todas. Pero creo que hicimos lo que pudimos.”

Se despide ofreciéndome el contacto de alguno de sus amigos sirios. Dice que tiene un compañero de habitación de Alepo que cuenta cosas espeluznantes. Se lo agradezco y le digo que más adelante. Ahora solo me interesa poner su historia por escrito. Es el testimonio sencillo de un universitario que sonríe pese al drama de la guerra que ha vivido, en el que sigue sumido su familia. Está permanentemente en contacto con sus padres y hermanos gracias a wasap. Y respira cada vez que le dicen que todos están bien.

 

Jorge Martínez Lucena

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