Campaña de Cuaresma 2025
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El Domingo de Ramos, es una celebración importante. No solo porque marca el inicio de la Semana Santa, sino que también es cuando Jesús entra a Jerusalén montado en un burro, rodeado de palmas y vítores, como si fuera una alfombra de gloria. Es el momento triunfal del humilde nazareno, la cúspide del reconocimiento popular. Sin embargo, unos días después, esa misma multitud gritó con rabia: "¡Crucifíquenlo!"
Esta dualidad es parte de la expresión de la mente humana
Una contradicción: primero aplausos y luego clavos en la cruz. Esto es un reflejo de nuestras dualidades. Somos criaturas que vivimos entre el anhelo de la luz y el miedo a la verdad.
Aclamamos a quienes encarnan lo que quisiéramos ser, hasta que esa imagen nos incomoda; entonces, lo convertimos en amenaza, enemigo y en sacrificio.
Jesús entra montado en un burro

La entrada de Jesús es un mensaje significativo, una declaración simbólica. Podría haber elegido un caballo, como si fuera un conquistador, pero prefiere lo sencillo, lo terco y terrenal. El burro, en este relato, no es solo un medio de transporte: es un símbolo del ego.
De esa parte nuestra que quiere reconocimiento, aplauso, comodidad. Al montarlo, Jesús nos enseña una lección significativa: no se trata de matar al ego, sino de aprender a montarlo sin que nos domine.
En la psicología profunda, este gesto podría interpretarse como doblegar el ego al servicio del Espíritu. Es la conciencia la que debe guíar al ego y no dejar que guíe nuestras vidas
La multitud que aclama a Jesús representa esa parte nuestra que quiere creer. Que desea un salvador, una promesa, un milagro. Pero cuando el mensaje empieza a incomodar, cuando se vuelve personal y nos exige mirar hacia dentro, el entusiasmo se convierte en rechazo. En traición. En juicio.

No somos tan distintos de aquella muchedumbre
¿Cuántas veces has idealizado a alguien, a algo, a ti mismo… solo para luego condenarlo porque no cumplió tus expectativas? ¿Cuántos proyectos, relaciones, ideales has vitoreado al inicio, para luego clavarles la cruz de tu desilusión?
El Domingo de Ramos no solo celebra la entrada de Jesús a Jerusalén. También marca la entrada de tu yo más luminoso a tu ciudad interior, donde las voces de tu sombra ya preparan el juicio.
¿Estoy listo para no traicionar lo que hoy celebro?

Tal vez este año, la semana santa pueda ser algo más que una procesión con palmas. Tal vez sea la oportunidad de identificar en mi esa dualidad: el alma que canta "Hosanna" y la misma boca que grita después "¡Crucifícalo!"
Y si logro ver eso sin huir, si logro reconocer mi ego y no negarlo, sino dominarlo con conciencia, tal vez estés más cerca de vivir una verdadera Pascua y celebrar que entro con júbilo al camino de la santidad.
esús no cabalgó un caballo de guerra, sino un burro: un animal asociado al trabajo, al polvo y a lo mundano. En esta elección, hay un acto revolucionario. El burro es el símbolo del "ego domesticado": no negado, sino puesto al servicio de lo sagrado.
Las palmas no solo eran símbolos de fe, sino de expectativa. La multitud quería un mesías político, no un redentor que les exigiera "ama a tus enemigos" o "el que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo". Cuando Jesús desafió las fantasías de poder político contra los romanos, lo convirtieron en enemigo público.
En éste inicio de semana santa, es oportuno dar ese paso adelante al tomar consciencia del esfuerzo que haces para no caer en la tentación de la desilusión y de sentirte aclamado por los demás, porque luego te van a criticar que no cumples sus expectativas.

