Campaña de Cuaresma 2025
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La Cuaresma, esos cuarenta días que marcan el itinerario espiritual desde el Miércoles de Ceniza hasta la Semana Santa, no es un paréntesis de tristeza ni un lamento por el sufrimiento de la Cruz. Al contrario, es un tiempo de alegría serena, de esperanza activa y de renovación interior que nos prepara a la redención.
Los Doctores de la Iglesia, desde san Agustín hasta santa Teresa de Jesús, han insistido en que este período no se reduce a una mera conmemoración del dolor, sino que es una preparación gozosa para la Resurrección. En el corazón de esta preparación, tres actitudes se entrelazan como hilos de un mismo tejido espiritual: la humildad, el arrepentimiento y la caridad. Integrarlas no solo es un ejercicio de piedad, sino un camino para vivir la redención como una experiencia transformadora.
Todo comienza con la ceniza

Aquel gesto sencillo y austero de recibir en la frente el polvo que recuerda nuestra fragilidad —“polvo eres y en polvo te convertirás”— no es una invitación al pesimismo, sino a la libertad. San Agustín, en sus reflexiones, subrayó que la humildad es la puerta que abre el alma a la gracia. Reconocer que somos criaturas limitadas, dependientes de un Dios amoroso, no nos disminuye; al contrario, nos libera de la arrogancia que esclaviza.
La humildad permite mirar la vida con realismo, aceptando que no somos dueños del tiempo, ni de las circunstancias, ni siquiera de nosotros mismos. Esta actitud psicológica, lejos de ser resignación, es el cimiento de la confianza. Quien se sabe pequeño, como un niño, puede caminar sin miedo de la mano del Padre.

Una Metanoia
El arrepentimiento, en la tradición católica, no es un lamento estéril por los errores del pasado, sino un movimiento dinámico del corazón hacia la conversión. Los Padres de la Iglesia, como san Juan Crisóstomo, hablaban de la metanoia—un cambio de mentalidad— como el núcleo de la Cuaresma.
Este proceso implica examinar con sinceridad las propias acciones, pero también las motivaciones más profundas: ¿Qué nos aleja de Dios? ¿Qué heridas no hemos sanado? ¿Qué apegos nos impiden amar con libertad? Santo Tomás de Aquino recordaba que el verdadero arrepentimiento no se mide por la intensidad del dolor, sino por la firmeza del propósito de enmienda.
Es aquí donde la Cuaresma adquiere su tonalidad esperanzadora: no se trata de flagelarse por los pecados, sino de abrir las ventanas del alma para que entre la luz de la misericordia con uno mismo.
Volver a casa

Como el hijo pródigo que decide volver a casa, el cristiano descubre que el arrepentimiento no es un callejón sin salida, sino el primer paso hacia un encuentro que nos devuelve la dignidad.
Sin embargo, la humildad y el arrepentimiento carecerían de sentido si no desembocaran en la caridad. San Basilio el Grande lo expresó con claridad: "¿De qué sirve ayunar si no compartes el pan con el hambriento?".
La Cuaresma no es un retiro individualista, sino un llamado a salir de sí mismo para tender la mano al hermano. La limosna, en su sentido más amplio, no es solo dar lo que nos sobra, sino compartir la vida. Santa Teresa de Calcuta, aunque no es Doctora de la Iglesia, vivió esta verdad: "El amor, para que sea auténtico, debe costarnos".
La caridad activa y la humildad
La clave para vivir la Cuaresma no está en aislar estas actitudes, sino en tejerlas en una única dinámica espiritual. La humildad sin arrepentimiento podría convertirse en complacencia; el arrepentimiento sin caridad, en un egoísmo disfrazado de culpa; la caridad sin humildad, en una obra vacía de protagonismo. San Francisco de Sales, Doctor de la dulzura, enseñaba que la verdadera devoción debe ser "alegre y generosa".
¿Todavía no te sientes en cuaresma? Inspírate en los santos


